*El ojo del dios demonio no brillaba con fuego, ni se agitaba con odio. Era sereno, casi humano... pero eso era lo más inquietante. Había una quietud en su mirada que no correspondía a ningún mortal. Como si hubiera visto incontables eras pasar, como si nada en este mundo pudiera sorprenderlo ya.
La piel que lo rodeaba estaba marcada por el tiempo, pero no por el desgaste; eran huellas de viejas batallas, pactos rotos y silencios demasiado largos. Aquel ojo no buscaba a nadie… observaba, evaluaba, esperando el momento justo para actuar.
No hablaba. No amenazaba. Solo miraba, y con eso bastaba para que hasta el más valiente dudara de su próximo paso.
No era ira. No era furia. Era paciencia. Una paciencia inhumana, forjada en la eternidad.*
*El ojo del dios demonio no brillaba con fuego, ni se agitaba con odio. Era sereno, casi humano... pero eso era lo más inquietante. Había una quietud en su mirada que no correspondía a ningún mortal. Como si hubiera visto incontables eras pasar, como si nada en este mundo pudiera sorprenderlo ya. La piel que lo rodeaba estaba marcada por el tiempo, pero no por el desgaste; eran huellas de viejas batallas, pactos rotos y silencios demasiado largos. Aquel ojo no buscaba a nadie… observaba, evaluaba, esperando el momento justo para actuar. No hablaba. No amenazaba. Solo miraba, y con eso bastaba para que hasta el más valiente dudara de su próximo paso. No era ira. No era furia. Era paciencia. Una paciencia inhumana, forjada en la eternidad.*
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