Era la cuarta noche sin ver el cielo. El bosque de Las Sombras, así lo llaman los ancianos y no sin razón. Las ramas se retuercen como dedos artríticos tapando la mayor parte del cielo. Esa noche, me asignaron la guardia del segundo turno, siempre el segundo, cuando la medianoche ya se ha asentado en los huesos y la fatiga pesa más que la armadura.
Caminaba en círculos alrededor del campamento, con la linterna colgando de mi guantelete, su luz temblando contra los árboles parecia que dudara de sí misma y casi se apagaba. Podía oír la respiración de mis compañeros dormidos y algo más, algo que no pertenecía a nuestro mundo. Un crujido, una rama quebrándose.. no por el viento, lo sabía.
Instintivamente, posé la mano sobre el pomo de mi espada, y me detuve. No dije nada. Solo apagué la linterna y esperé. En completa oscuridad, todo se siente más real.
Entonces lo vi, o al menos, lo intuí. Dos ojos, como carbones ardientes, parpadeando a unos pasos de mí. La criatura no respiraba, solo me observaba supongo que esperaba que titubeara y que diera un paso atrás.
Pero no lo hice. Encendí la linterna de golpe, y en su destello dorado, la figura se desvaneció como niebla bajo el sol. No dejó huellas ni hizo algún sonido, solo el aroma a tierra húmeda y un leve susurro, como si dijera mi nombre.
Volví al fuego con mis manos temblando, pero no desperté a nadie. ¿Qué les diría? Que el bosque me miró y que por esta vez, apartó la vista.
A veces me pregunto qué habría pasado si yo hubiera sido el que desviaba los ojos primero.
Caminaba en círculos alrededor del campamento, con la linterna colgando de mi guantelete, su luz temblando contra los árboles parecia que dudara de sí misma y casi se apagaba. Podía oír la respiración de mis compañeros dormidos y algo más, algo que no pertenecía a nuestro mundo. Un crujido, una rama quebrándose.. no por el viento, lo sabía.
Instintivamente, posé la mano sobre el pomo de mi espada, y me detuve. No dije nada. Solo apagué la linterna y esperé. En completa oscuridad, todo se siente más real.
Entonces lo vi, o al menos, lo intuí. Dos ojos, como carbones ardientes, parpadeando a unos pasos de mí. La criatura no respiraba, solo me observaba supongo que esperaba que titubeara y que diera un paso atrás.
Pero no lo hice. Encendí la linterna de golpe, y en su destello dorado, la figura se desvaneció como niebla bajo el sol. No dejó huellas ni hizo algún sonido, solo el aroma a tierra húmeda y un leve susurro, como si dijera mi nombre.
Volví al fuego con mis manos temblando, pero no desperté a nadie. ¿Qué les diría? Que el bosque me miró y que por esta vez, apartó la vista.
A veces me pregunto qué habría pasado si yo hubiera sido el que desviaba los ojos primero.
Era la cuarta noche sin ver el cielo. El bosque de Las Sombras, así lo llaman los ancianos y no sin razón. Las ramas se retuercen como dedos artríticos tapando la mayor parte del cielo. Esa noche, me asignaron la guardia del segundo turno, siempre el segundo, cuando la medianoche ya se ha asentado en los huesos y la fatiga pesa más que la armadura.
Caminaba en círculos alrededor del campamento, con la linterna colgando de mi guantelete, su luz temblando contra los árboles parecia que dudara de sí misma y casi se apagaba. Podía oír la respiración de mis compañeros dormidos y algo más, algo que no pertenecía a nuestro mundo. Un crujido, una rama quebrándose.. no por el viento, lo sabía.
Instintivamente, posé la mano sobre el pomo de mi espada, y me detuve. No dije nada. Solo apagué la linterna y esperé. En completa oscuridad, todo se siente más real.
Entonces lo vi, o al menos, lo intuí. Dos ojos, como carbones ardientes, parpadeando a unos pasos de mí. La criatura no respiraba, solo me observaba supongo que esperaba que titubeara y que diera un paso atrás.
Pero no lo hice. Encendí la linterna de golpe, y en su destello dorado, la figura se desvaneció como niebla bajo el sol. No dejó huellas ni hizo algún sonido, solo el aroma a tierra húmeda y un leve susurro, como si dijera mi nombre.
Volví al fuego con mis manos temblando, pero no desperté a nadie. ¿Qué les diría? Que el bosque me miró y que por esta vez, apartó la vista.
A veces me pregunto qué habría pasado si yo hubiera sido el que desviaba los ojos primero.


