Caminó por calles donde los rostros no miraban hacia el cielo, sino hacia las pantallas. Donde los silencios pesaban más que las palabras. Donde los corazones latían por costumbre.
Entonces lo vio.
Un edificio entre ruinas y edificios de cristal: El Teatro de Humanis. No era lujoso ni antiguo. Era vivo. En su fachada no había títulos, solo una frase escrita con tiza blanca:
"Aquí se representan los humanos tal como son, sin disfraces, sin ensayos."
No había actores. Solo una tarima desnuda y butacas llenas. El público no aplaudía, no murmuraba. Solo observaba. En el escenario, una mujer lloraba en silencio mientras se maquillaba frente a un espejo roto. Luego, un niño buscaba a su padre entre sombras. Después, un hombre gritaba en la oscuridad palabras que nadie entendía. Una anciana bailaba con la sombra de su juventud. Un adolescente leía en voz alta su lista de miedos.
Nadie fingía. Nadie actuaba. Eran reales.
Morfeo comprendió: no era teatro actuado, sino revelado. Cada noche, el escenario elegía a un humano entre el público y mostraba su interior, sin filtros. El alma desnuda. La emoción cruda.
Y nadie se burlaba. Nadie huía.
Porque en el Teatro de Humanis, todos sabían que mañana podría ser su turno.
Morfeo se sentó entre ellos, invisible. Por primera vez en eones, no trajo sueños, sino que se llevó uno. Uno real. Uno humano.
Entonces lo vio.
Un edificio entre ruinas y edificios de cristal: El Teatro de Humanis. No era lujoso ni antiguo. Era vivo. En su fachada no había títulos, solo una frase escrita con tiza blanca:
"Aquí se representan los humanos tal como son, sin disfraces, sin ensayos."
No había actores. Solo una tarima desnuda y butacas llenas. El público no aplaudía, no murmuraba. Solo observaba. En el escenario, una mujer lloraba en silencio mientras se maquillaba frente a un espejo roto. Luego, un niño buscaba a su padre entre sombras. Después, un hombre gritaba en la oscuridad palabras que nadie entendía. Una anciana bailaba con la sombra de su juventud. Un adolescente leía en voz alta su lista de miedos.
Nadie fingía. Nadie actuaba. Eran reales.
Morfeo comprendió: no era teatro actuado, sino revelado. Cada noche, el escenario elegía a un humano entre el público y mostraba su interior, sin filtros. El alma desnuda. La emoción cruda.
Y nadie se burlaba. Nadie huía.
Porque en el Teatro de Humanis, todos sabían que mañana podría ser su turno.
Morfeo se sentó entre ellos, invisible. Por primera vez en eones, no trajo sueños, sino que se llevó uno. Uno real. Uno humano.
Caminó por calles donde los rostros no miraban hacia el cielo, sino hacia las pantallas. Donde los silencios pesaban más que las palabras. Donde los corazones latían por costumbre.
Entonces lo vio.
Un edificio entre ruinas y edificios de cristal: El Teatro de Humanis. No era lujoso ni antiguo. Era vivo. En su fachada no había títulos, solo una frase escrita con tiza blanca:
"Aquí se representan los humanos tal como son, sin disfraces, sin ensayos."
No había actores. Solo una tarima desnuda y butacas llenas. El público no aplaudía, no murmuraba. Solo observaba. En el escenario, una mujer lloraba en silencio mientras se maquillaba frente a un espejo roto. Luego, un niño buscaba a su padre entre sombras. Después, un hombre gritaba en la oscuridad palabras que nadie entendía. Una anciana bailaba con la sombra de su juventud. Un adolescente leía en voz alta su lista de miedos.
Nadie fingía. Nadie actuaba. Eran reales.
Morfeo comprendió: no era teatro actuado, sino revelado. Cada noche, el escenario elegía a un humano entre el público y mostraba su interior, sin filtros. El alma desnuda. La emoción cruda.
Y nadie se burlaba. Nadie huía.
Porque en el Teatro de Humanis, todos sabían que mañana podría ser su turno.
Morfeo se sentó entre ellos, invisible. Por primera vez en eones, no trajo sueños, sino que se llevó uno. Uno real. Uno humano.

