**En una pequeña y destartalada cabaña en medio de un bosque remoto, dos figuras descansaban tras un largo viaje entre dimensiones. O eso intentaba uno de ellos.**
Kaelis se dejaba caer en el único sofá disponible, cubierto de polvo estelar, con el cabello alborotado y una rama clavada entre las plumas de sus alas.
—¿¡Puedes explicarme en qué universo paralelo rescatar un Dofus sagrado de una cámara prohibida cuenta como “recoger un recuerdo familiar”!?
Nival, que estaba a un lado de la ventana examinando con tranquilidad la brillante esfera que acababa de causar una persecución interplanetaria, soltó un suspiro inocente.
—Técnicamente, Kaelis… era parte de la cultura de nuestro pueblo. Y nadie lo estaba usando.
—¡No lo estaban usando porque estaba bajo un campo de fuerza custodiado por un ejército, un dios menor y un sistema de defensa automatizado que disparaba fuego por los ojos!
Nival levantó un dedo. —Los ojos eran decorativos. El fuego salía de la boca.
Kaelis lo miró con el ceño fruncido, parpadeando.
—¡NO ES EL PUNTO, NIVAL!
El hermano menor se sentó con elegancia sobre el suelo, aún observando el Dofus como si fuera una canica interesante. Luego encogió los hombros.
—¿Y qué querías? ¿Que lo dejara ahí, acumulando polvo en una vitrina, olvidado? Mira esto. El Wakfu que emite... es como escuchar la voz de mamá en un susurro. No podía dejarlo.
Kaelis, a pesar de su fastidio, vaciló un segundo. Pero se recompuso enseguida.
—¿Y eso justifica que una civilización entera nos lanzara naves, dragones y maldiciones de 900 palabras?
—Exageras.
—¡Nos llamaron “ladrones interestelares con complejo de héroes”! ¡¿Sabes lo que eso hace a mi reputación?!
—...¿Mejorarla?
Kaelis lo miró con los ojos entrecerrados, el silencio cargado de sospecha. Nival sonrió ampliamente, con esa maldita sonrisa que usaba cada vez que sabía que se había salido con la suya.
—Además, salimos bien. Solo casi nos matan tres veces. Cuatro a lo mucho.
Kaelis levantó las manos, se giró y comenzó a marcharse.
—Voy a dormir. Si al despertar hay una turba con antorchas planetarias en la puerta, te juro por las alas que me disuelvo en otra dimensión y no vuelvo por un siglo.
—¿Quieres que te prepare té antes de eso?
—¡NO QUIERO TU MALDITO TÉ!
Nival rió suavemente mientras colocaba el Dofus en una pequeña cápsula de seguridad que colgaba de su cinto. Luego, mientras la noche se deslizaba sobre el bosque, murmuró en voz baja:
—Tal vez nos persigan... pero al menos lo salvamos.
Desde la otra habitación se escuchó un gruñido amortiguado de Kaelis:
—¡Y mi paz mental la perdimos!
Ambos sabían que volvería a pasar. Y ambos sabían que, por muy molesto que fuera, Kaelis siempre lo seguiría. Porque, al final, eran hermanos.
Y el caos… era parte del paquete.
Kaelis se dejaba caer en el único sofá disponible, cubierto de polvo estelar, con el cabello alborotado y una rama clavada entre las plumas de sus alas.
—¿¡Puedes explicarme en qué universo paralelo rescatar un Dofus sagrado de una cámara prohibida cuenta como “recoger un recuerdo familiar”!?
Nival, que estaba a un lado de la ventana examinando con tranquilidad la brillante esfera que acababa de causar una persecución interplanetaria, soltó un suspiro inocente.
—Técnicamente, Kaelis… era parte de la cultura de nuestro pueblo. Y nadie lo estaba usando.
—¡No lo estaban usando porque estaba bajo un campo de fuerza custodiado por un ejército, un dios menor y un sistema de defensa automatizado que disparaba fuego por los ojos!
Nival levantó un dedo. —Los ojos eran decorativos. El fuego salía de la boca.
Kaelis lo miró con el ceño fruncido, parpadeando.
—¡NO ES EL PUNTO, NIVAL!
El hermano menor se sentó con elegancia sobre el suelo, aún observando el Dofus como si fuera una canica interesante. Luego encogió los hombros.
—¿Y qué querías? ¿Que lo dejara ahí, acumulando polvo en una vitrina, olvidado? Mira esto. El Wakfu que emite... es como escuchar la voz de mamá en un susurro. No podía dejarlo.
Kaelis, a pesar de su fastidio, vaciló un segundo. Pero se recompuso enseguida.
—¿Y eso justifica que una civilización entera nos lanzara naves, dragones y maldiciones de 900 palabras?
—Exageras.
—¡Nos llamaron “ladrones interestelares con complejo de héroes”! ¡¿Sabes lo que eso hace a mi reputación?!
—...¿Mejorarla?
Kaelis lo miró con los ojos entrecerrados, el silencio cargado de sospecha. Nival sonrió ampliamente, con esa maldita sonrisa que usaba cada vez que sabía que se había salido con la suya.
—Además, salimos bien. Solo casi nos matan tres veces. Cuatro a lo mucho.
Kaelis levantó las manos, se giró y comenzó a marcharse.
—Voy a dormir. Si al despertar hay una turba con antorchas planetarias en la puerta, te juro por las alas que me disuelvo en otra dimensión y no vuelvo por un siglo.
—¿Quieres que te prepare té antes de eso?
—¡NO QUIERO TU MALDITO TÉ!
Nival rió suavemente mientras colocaba el Dofus en una pequeña cápsula de seguridad que colgaba de su cinto. Luego, mientras la noche se deslizaba sobre el bosque, murmuró en voz baja:
—Tal vez nos persigan... pero al menos lo salvamos.
Desde la otra habitación se escuchó un gruñido amortiguado de Kaelis:
—¡Y mi paz mental la perdimos!
Ambos sabían que volvería a pasar. Y ambos sabían que, por muy molesto que fuera, Kaelis siempre lo seguiría. Porque, al final, eran hermanos.
Y el caos… era parte del paquete.
**En una pequeña y destartalada cabaña en medio de un bosque remoto, dos figuras descansaban tras un largo viaje entre dimensiones. O eso intentaba uno de ellos.**
Kaelis se dejaba caer en el único sofá disponible, cubierto de polvo estelar, con el cabello alborotado y una rama clavada entre las plumas de sus alas.
—¿¡Puedes explicarme en qué universo paralelo rescatar un Dofus sagrado de una cámara prohibida cuenta como “recoger un recuerdo familiar”!?
Nival, que estaba a un lado de la ventana examinando con tranquilidad la brillante esfera que acababa de causar una persecución interplanetaria, soltó un suspiro inocente.
—Técnicamente, Kaelis… era parte de la cultura de nuestro pueblo. Y nadie lo estaba usando.
—¡No lo estaban usando porque estaba bajo un campo de fuerza custodiado por un ejército, un dios menor y un sistema de defensa automatizado que disparaba fuego por los ojos!
Nival levantó un dedo. —Los ojos eran decorativos. El fuego salía de la boca.
Kaelis lo miró con el ceño fruncido, parpadeando.
—¡NO ES EL PUNTO, NIVAL!
El hermano menor se sentó con elegancia sobre el suelo, aún observando el Dofus como si fuera una canica interesante. Luego encogió los hombros.
—¿Y qué querías? ¿Que lo dejara ahí, acumulando polvo en una vitrina, olvidado? Mira esto. El Wakfu que emite... es como escuchar la voz de mamá en un susurro. No podía dejarlo.
Kaelis, a pesar de su fastidio, vaciló un segundo. Pero se recompuso enseguida.
—¿Y eso justifica que una civilización entera nos lanzara naves, dragones y maldiciones de 900 palabras?
—Exageras.
—¡Nos llamaron “ladrones interestelares con complejo de héroes”! ¡¿Sabes lo que eso hace a mi reputación?!
—...¿Mejorarla?
Kaelis lo miró con los ojos entrecerrados, el silencio cargado de sospecha. Nival sonrió ampliamente, con esa maldita sonrisa que usaba cada vez que sabía que se había salido con la suya.
—Además, salimos bien. Solo casi nos matan tres veces. Cuatro a lo mucho.
Kaelis levantó las manos, se giró y comenzó a marcharse.
—Voy a dormir. Si al despertar hay una turba con antorchas planetarias en la puerta, te juro por las alas que me disuelvo en otra dimensión y no vuelvo por un siglo.
—¿Quieres que te prepare té antes de eso?
—¡NO QUIERO TU MALDITO TÉ!
Nival rió suavemente mientras colocaba el Dofus en una pequeña cápsula de seguridad que colgaba de su cinto. Luego, mientras la noche se deslizaba sobre el bosque, murmuró en voz baja:
—Tal vez nos persigan... pero al menos lo salvamos.
Desde la otra habitación se escuchó un gruñido amortiguado de Kaelis:
—¡Y mi paz mental la perdimos!
Ambos sabían que volvería a pasar. Y ambos sabían que, por muy molesto que fuera, Kaelis siempre lo seguiría. Porque, al final, eran hermanos.
Y el caos… era parte del paquete.
