Astrape estaba sentada en el claro, sola, con los pies dentro del agua fría. La superficie era tranquila, apenas se movía alrededor de sus tobillos. Sobre sus piernas, un libro de poemas abiertos. Leía en silencio, sin apuro.
El viento movía su cabello blanco, largo, como hilos de luz. Sus ojos azules bajaban línea por línea hasta que uno de los poemas la hizo detenerse. Era simple, hablaba de amor. No de amores grandiosos o eternos, sino de uno humano, desesperado y puro.
Levantó la vista, sin mirar nada en particular.
Amor.
A veces le parecía una palabra tan exagerada. Otras, tan pequeña. ¿Los dioses eran capaces de algo así? ¿O era un lujo reservado a los humanos? Ellos, tan frágiles, tan conscientes de su final. Tal vez por eso sentían con tanta fuerza. Tenían que hacerlo antes de que se les acabara el tiempo.
Ella no tenía prisa. Vivía más allá del reloj, más allá del cuerpo. No sabía lo que era perder a alguien para siempre. ¿Cómo se puede amar algo que no puede desaparecer?
Cerró el libro con suavidad.
El sol bajaba poco a poco entre los árboles. El claro seguía en silencio. Astrape no se movió. El agua aún rodeaba sus pies, fría, real. Quizás eso era lo que buscaba en el mundo humano: entender. No el amor como idea, sino lo que se siente cuando algo puede romperse.
El viento movía su cabello blanco, largo, como hilos de luz. Sus ojos azules bajaban línea por línea hasta que uno de los poemas la hizo detenerse. Era simple, hablaba de amor. No de amores grandiosos o eternos, sino de uno humano, desesperado y puro.
Levantó la vista, sin mirar nada en particular.
Amor.
A veces le parecía una palabra tan exagerada. Otras, tan pequeña. ¿Los dioses eran capaces de algo así? ¿O era un lujo reservado a los humanos? Ellos, tan frágiles, tan conscientes de su final. Tal vez por eso sentían con tanta fuerza. Tenían que hacerlo antes de que se les acabara el tiempo.
Ella no tenía prisa. Vivía más allá del reloj, más allá del cuerpo. No sabía lo que era perder a alguien para siempre. ¿Cómo se puede amar algo que no puede desaparecer?
Cerró el libro con suavidad.
El sol bajaba poco a poco entre los árboles. El claro seguía en silencio. Astrape no se movió. El agua aún rodeaba sus pies, fría, real. Quizás eso era lo que buscaba en el mundo humano: entender. No el amor como idea, sino lo que se siente cuando algo puede romperse.
Astrape estaba sentada en el claro, sola, con los pies dentro del agua fría. La superficie era tranquila, apenas se movía alrededor de sus tobillos. Sobre sus piernas, un libro de poemas abiertos. Leía en silencio, sin apuro.
El viento movía su cabello blanco, largo, como hilos de luz. Sus ojos azules bajaban línea por línea hasta que uno de los poemas la hizo detenerse. Era simple, hablaba de amor. No de amores grandiosos o eternos, sino de uno humano, desesperado y puro.
Levantó la vista, sin mirar nada en particular.
Amor.
A veces le parecía una palabra tan exagerada. Otras, tan pequeña. ¿Los dioses eran capaces de algo así? ¿O era un lujo reservado a los humanos? Ellos, tan frágiles, tan conscientes de su final. Tal vez por eso sentían con tanta fuerza. Tenían que hacerlo antes de que se les acabara el tiempo.
Ella no tenía prisa. Vivía más allá del reloj, más allá del cuerpo. No sabía lo que era perder a alguien para siempre. ¿Cómo se puede amar algo que no puede desaparecer?
Cerró el libro con suavidad.
El sol bajaba poco a poco entre los árboles. El claro seguía en silencio. Astrape no se movió. El agua aún rodeaba sus pies, fría, real. Quizás eso era lo que buscaba en el mundo humano: entender. No el amor como idea, sino lo que se siente cuando algo puede romperse.



