El claro del bosque se extendía como un oasis de calma, rodeado de árboles altos cuyos troncos parecían viejos como el tiempo, testigos silenciosos de incontables historias olvidadas. Los rayos del sol atravesaban el follaje, proyectando sombras danzantes sobre la hierba húmeda. Allí, en ese pequeño paraíso natural, dos hermanos se enfrentaban, no con enemistad, sino con la camaradería nacida del amor y los años compartidos.
Nival se quitó la capa con un gesto rápido y la dejó caer sobre una roca cercana. Su gorro azul marino reflejaba tenues destellos de wakfu con cada movimiento, y sus ojos marrones brillaban con una chispa traviesa.
—¿Otra vez aquí? —dijo mientras giraba los hombros, relajando el cuerpo—. Ya sabes que no me gusta pelear sin portales, me quitas todo el estilo.
Kaelis lo observaba desde unos metros más allá, alto, sereno, como una montaña gris de porte noble. Tenía los brazos cruzados y una sonrisa leve en el rostro.
—Sin portales, Nival —dijo con tono tranquilo, como si hablara del clima—. Solo tú, tus reflejos, y tus pies tocando la tierra. Nada de desaparecer y aparecer detrás de mí como un niño jugando al escondite.
—¡No es esconderme! —reclamó Nival, señalándolo con dramatismo—. Es *estrategia creativa*. Y si vamos a ponernos así de estrictos, ¡entonces tú tampoco te transformas! No quiero ver ni una escama más de las necesarias. Ni alas, ni cola, ni fuerza de dragón.
Kaelis dejó escapar una breve risa nasal, la clase de risa contenida que solo él podía hacer sin que dejara de sonar elegante.
—Tienes razón. A veces olvido lo frágil que eres sin tus juguetes dimensionales.
—¡¿Frágil yo?! —Nival se llevó una mano al pecho como si hubieran herido su orgullo—. Hermano, esto se ha vuelto personal.
Kaelis asintió, aún tranquilo, aceptando el acuerdo tácito.
—Nada de poderes especiales. Un combate justo. Sólo tú y yo.
—Está bien… —Nival chasqueó los dedos y se sacudió las manos con energía—. Pero luego no digas que no te advertí cuando termines besando el suelo.
Ambos se posicionaron. Nival flexionó las rodillas, con una sonrisa amplia y confiada, mientras su energía vibraba apenas bajo su piel, contenida por las reglas impuestas. Kaelis adoptó una guardia más cerrada, sus movimientos lentos pero medidos, cada músculo alineado con años de disciplina y control.
Y entonces, como si una señal invisible hubiera sonado, Nival se lanzó al frente.
Kaelis lo recibió con calma, deslizándose hacia un lado con la gracia de alguien que ha entrenado toda su vida. Los golpes eran rápidos, los pasos ágiles, y aunque ninguno usaba su poder al máximo, cada uno mostraba lo mejor de su habilidad física.
El choque entre la impulsividad chispeante de Nival y la firmeza serena de Kaelis era como un poema en movimiento: cada puñetazo esquivado, cada patada contenida, cada respiración compartida era parte de una danza que solo los hermanos entendían.
Y aunque el sudor comenzaba a caer por sus frentes, las sonrisas no desaparecían.
Nival se quitó la capa con un gesto rápido y la dejó caer sobre una roca cercana. Su gorro azul marino reflejaba tenues destellos de wakfu con cada movimiento, y sus ojos marrones brillaban con una chispa traviesa.
—¿Otra vez aquí? —dijo mientras giraba los hombros, relajando el cuerpo—. Ya sabes que no me gusta pelear sin portales, me quitas todo el estilo.
Kaelis lo observaba desde unos metros más allá, alto, sereno, como una montaña gris de porte noble. Tenía los brazos cruzados y una sonrisa leve en el rostro.
—Sin portales, Nival —dijo con tono tranquilo, como si hablara del clima—. Solo tú, tus reflejos, y tus pies tocando la tierra. Nada de desaparecer y aparecer detrás de mí como un niño jugando al escondite.
—¡No es esconderme! —reclamó Nival, señalándolo con dramatismo—. Es *estrategia creativa*. Y si vamos a ponernos así de estrictos, ¡entonces tú tampoco te transformas! No quiero ver ni una escama más de las necesarias. Ni alas, ni cola, ni fuerza de dragón.
Kaelis dejó escapar una breve risa nasal, la clase de risa contenida que solo él podía hacer sin que dejara de sonar elegante.
—Tienes razón. A veces olvido lo frágil que eres sin tus juguetes dimensionales.
—¡¿Frágil yo?! —Nival se llevó una mano al pecho como si hubieran herido su orgullo—. Hermano, esto se ha vuelto personal.
Kaelis asintió, aún tranquilo, aceptando el acuerdo tácito.
—Nada de poderes especiales. Un combate justo. Sólo tú y yo.
—Está bien… —Nival chasqueó los dedos y se sacudió las manos con energía—. Pero luego no digas que no te advertí cuando termines besando el suelo.
Ambos se posicionaron. Nival flexionó las rodillas, con una sonrisa amplia y confiada, mientras su energía vibraba apenas bajo su piel, contenida por las reglas impuestas. Kaelis adoptó una guardia más cerrada, sus movimientos lentos pero medidos, cada músculo alineado con años de disciplina y control.
Y entonces, como si una señal invisible hubiera sonado, Nival se lanzó al frente.
Kaelis lo recibió con calma, deslizándose hacia un lado con la gracia de alguien que ha entrenado toda su vida. Los golpes eran rápidos, los pasos ágiles, y aunque ninguno usaba su poder al máximo, cada uno mostraba lo mejor de su habilidad física.
El choque entre la impulsividad chispeante de Nival y la firmeza serena de Kaelis era como un poema en movimiento: cada puñetazo esquivado, cada patada contenida, cada respiración compartida era parte de una danza que solo los hermanos entendían.
Y aunque el sudor comenzaba a caer por sus frentes, las sonrisas no desaparecían.
El claro del bosque se extendía como un oasis de calma, rodeado de árboles altos cuyos troncos parecían viejos como el tiempo, testigos silenciosos de incontables historias olvidadas. Los rayos del sol atravesaban el follaje, proyectando sombras danzantes sobre la hierba húmeda. Allí, en ese pequeño paraíso natural, dos hermanos se enfrentaban, no con enemistad, sino con la camaradería nacida del amor y los años compartidos.
Nival se quitó la capa con un gesto rápido y la dejó caer sobre una roca cercana. Su gorro azul marino reflejaba tenues destellos de wakfu con cada movimiento, y sus ojos marrones brillaban con una chispa traviesa.
—¿Otra vez aquí? —dijo mientras giraba los hombros, relajando el cuerpo—. Ya sabes que no me gusta pelear sin portales, me quitas todo el estilo.
Kaelis lo observaba desde unos metros más allá, alto, sereno, como una montaña gris de porte noble. Tenía los brazos cruzados y una sonrisa leve en el rostro.
—Sin portales, Nival —dijo con tono tranquilo, como si hablara del clima—. Solo tú, tus reflejos, y tus pies tocando la tierra. Nada de desaparecer y aparecer detrás de mí como un niño jugando al escondite.
—¡No es esconderme! —reclamó Nival, señalándolo con dramatismo—. Es *estrategia creativa*. Y si vamos a ponernos así de estrictos, ¡entonces tú tampoco te transformas! No quiero ver ni una escama más de las necesarias. Ni alas, ni cola, ni fuerza de dragón.
Kaelis dejó escapar una breve risa nasal, la clase de risa contenida que solo él podía hacer sin que dejara de sonar elegante.
—Tienes razón. A veces olvido lo frágil que eres sin tus juguetes dimensionales.
—¡¿Frágil yo?! —Nival se llevó una mano al pecho como si hubieran herido su orgullo—. Hermano, esto se ha vuelto personal.
Kaelis asintió, aún tranquilo, aceptando el acuerdo tácito.
—Nada de poderes especiales. Un combate justo. Sólo tú y yo.
—Está bien… —Nival chasqueó los dedos y se sacudió las manos con energía—. Pero luego no digas que no te advertí cuando termines besando el suelo.
Ambos se posicionaron. Nival flexionó las rodillas, con una sonrisa amplia y confiada, mientras su energía vibraba apenas bajo su piel, contenida por las reglas impuestas. Kaelis adoptó una guardia más cerrada, sus movimientos lentos pero medidos, cada músculo alineado con años de disciplina y control.
Y entonces, como si una señal invisible hubiera sonado, Nival se lanzó al frente.
Kaelis lo recibió con calma, deslizándose hacia un lado con la gracia de alguien que ha entrenado toda su vida. Los golpes eran rápidos, los pasos ágiles, y aunque ninguno usaba su poder al máximo, cada uno mostraba lo mejor de su habilidad física.
El choque entre la impulsividad chispeante de Nival y la firmeza serena de Kaelis era como un poema en movimiento: cada puñetazo esquivado, cada patada contenida, cada respiración compartida era parte de una danza que solo los hermanos entendían.
Y aunque el sudor comenzaba a caer por sus frentes, las sonrisas no desaparecían.
