El despertador vibró a las 6:30. Lyra lo apagó sin mirar, con la misma mano con la que horas antes había sostenido bandejas entre luces estroboscópicas y música ensordecedora. Apenas había dormido dos horas.

Se quedó quieta un momento, el cuerpo aún temblando por el ritmo de la noche anterior en la discoteca. Las piernas le dolían, la cabeza le zumbaba.

—Genial… —murmuró con voz ronca.

Se sentó en la cama y estiró los brazos con dificultad. Tenía clase en menos de dos horas. Se puso de pie, arrastrando los pies hasta la cocina, donde el café era más necesidad que rutina. Mientras la cafetera empezaba a hacer su magia, ella se recogió el cabello en una coleta desordenada.
El despertador vibró a las 6:30. Lyra lo apagó sin mirar, con la misma mano con la que horas antes había sostenido bandejas entre luces estroboscópicas y música ensordecedora. Apenas había dormido dos horas. Se quedó quieta un momento, el cuerpo aún temblando por el ritmo de la noche anterior en la discoteca. Las piernas le dolían, la cabeza le zumbaba. —Genial… —murmuró con voz ronca. Se sentó en la cama y estiró los brazos con dificultad. Tenía clase en menos de dos horas. Se puso de pie, arrastrando los pies hasta la cocina, donde el café era más necesidad que rutina. Mientras la cafetera empezaba a hacer su magia, ella se recogió el cabello en una coleta desordenada.
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