Melinoë y lo susurros
El Inframundo callaba a cada paso que ella daba. No era su señora, no era su dueña, pero su sola presencia hacia a las almas inclinarse ante la princesa del reino de las sombras.
Melinoe había encontrado refugio en un rincón justo donde el río Lete hacía un giro suave y las almas no recordaban lo suficiente como para interrumpirla. La luz de unas velas flotaba sin llama, alimentadas por su voluntad, y el aire olía a hojas secas, tinta antigua y algo dulce, como lirios marchitos.
Vestía su forma más suave, la más etérea, como un suspiro con voz. No parecía caminar, sino flotar entre las grandes piedras que rodeaban el cause del Lete, con los pies apenas rozando el suelo. Sus dedos iban acariciando el contorno de su ya acostumbrado velo blanco que la cubría de las miradas curiosas de los mortales que aun no se hundían en las aguas del olvido.
Su tarea era simple, guiar a las almas perdidas, esas que no podían saltar al rio por miedo a dejar ir sus recuerdos, esas que se perdían en el camino y respondían solo ante la diosa de los fantasmas.
Ella estaba tranquila a la esperar de que algo o alguien que se atreviera a rompiera la quietud.
Aunque nunca lo admitiría, la eternidad también puede sentirse sola.
Melinoe había encontrado refugio en un rincón justo donde el río Lete hacía un giro suave y las almas no recordaban lo suficiente como para interrumpirla. La luz de unas velas flotaba sin llama, alimentadas por su voluntad, y el aire olía a hojas secas, tinta antigua y algo dulce, como lirios marchitos.
Vestía su forma más suave, la más etérea, como un suspiro con voz. No parecía caminar, sino flotar entre las grandes piedras que rodeaban el cause del Lete, con los pies apenas rozando el suelo. Sus dedos iban acariciando el contorno de su ya acostumbrado velo blanco que la cubría de las miradas curiosas de los mortales que aun no se hundían en las aguas del olvido.
Su tarea era simple, guiar a las almas perdidas, esas que no podían saltar al rio por miedo a dejar ir sus recuerdos, esas que se perdían en el camino y respondían solo ante la diosa de los fantasmas.
Ella estaba tranquila a la esperar de que algo o alguien que se atreviera a rompiera la quietud.
Aunque nunca lo admitiría, la eternidad también puede sentirse sola.
El Inframundo callaba a cada paso que ella daba. No era su señora, no era su dueña, pero su sola presencia hacia a las almas inclinarse ante la princesa del reino de las sombras.
Melinoe había encontrado refugio en un rincón justo donde el río Lete hacía un giro suave y las almas no recordaban lo suficiente como para interrumpirla. La luz de unas velas flotaba sin llama, alimentadas por su voluntad, y el aire olía a hojas secas, tinta antigua y algo dulce, como lirios marchitos.
Vestía su forma más suave, la más etérea, como un suspiro con voz. No parecía caminar, sino flotar entre las grandes piedras que rodeaban el cause del Lete, con los pies apenas rozando el suelo. Sus dedos iban acariciando el contorno de su ya acostumbrado velo blanco que la cubría de las miradas curiosas de los mortales que aun no se hundían en las aguas del olvido.
Su tarea era simple, guiar a las almas perdidas, esas que no podían saltar al rio por miedo a dejar ir sus recuerdos, esas que se perdían en el camino y respondían solo ante la diosa de los fantasmas.
Ella estaba tranquila a la esperar de que algo o alguien que se atreviera a rompiera la quietud.
Aunque nunca lo admitiría, la eternidad también puede sentirse sola.
Tipo
Individual
Líneas
5
Estado
Disponible

