Salgo de casa cuando el sol comienza a rendirse. La mochila con mis apuntes queda tirada sobre la silla, las páginas marcadas por frases que aún no termino de digerir. Me recojo el cabello frente al espejo, delineo mis ojos y me pongo la chaqueta negra. En la calle, el mundo empieza a cambiar de piel.

Camino hacia la discoteca con los audífonos puestos. A esa hora, la ciudad se transforma: deja de ser rutina y se vuelve promesa. El contraste entre lo que hago de día y de noche es abismal, pero en el fondo... me gusta. Allá adentro, entre luces y cuerpos moviéndose al ritmo de la música, nadie me pregunta por mi carrera, por mi pasado, por qué dejé a mi familia. Nadie juzga si tiemblo de cansancio o si sonrío por algo que no tiene explicación.

En ese caos color neón, soy libre. Y por unas horas, eso es suficiente.
Salgo de casa cuando el sol comienza a rendirse. La mochila con mis apuntes queda tirada sobre la silla, las páginas marcadas por frases que aún no termino de digerir. Me recojo el cabello frente al espejo, delineo mis ojos y me pongo la chaqueta negra. En la calle, el mundo empieza a cambiar de piel. Camino hacia la discoteca con los audífonos puestos. A esa hora, la ciudad se transforma: deja de ser rutina y se vuelve promesa. El contraste entre lo que hago de día y de noche es abismal, pero en el fondo... me gusta. Allá adentro, entre luces y cuerpos moviéndose al ritmo de la música, nadie me pregunta por mi carrera, por mi pasado, por qué dejé a mi familia. Nadie juzga si tiemblo de cansancio o si sonrío por algo que no tiene explicación. En ese caos color neón, soy libre. Y por unas horas, eso es suficiente.
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