// Rol cerrado, ingreso solo con planificación previa./Oferta publica a discreción //

Con las consecuencias de su elección, amargamente recordando la permanencia, constantemente se rendía ante la posibilidad de encontrar algo que amaine el desierto eterno de su garganta. Semanas pasaron desde la última vez que tontamente esperanzada sucumbió a la sed después de un periodo llamativo de ayuno, meditación y plegarias. Imposible dejar el espacio a un evento similar en el futuro, ya que bien la víctima pareció encantada al respecto, el mero sabor de su sangre le hizo descender a algo muy parecido a la locura. Mil gracias a los cielos que fuera nacida y eclipsada en ese ring precario y a base de violencia encontrara nuevamente la paz, pero traer y casi disfrutar una vorágine de brutalidad semejante le dejó bastante en claro que algunas cosas no se podían domar tanto como aprender a vivir con ellas.

Las pesadas puertas del mercado escondido se abrieron para ella.

— Sin sombreros -

Vomitó mecánicamente la entidad que fungía de portero, apenas más reactivo que las placas de madera que volvió a cerrar detrás de ella. El instinto de cortesía le susurraba detrás del oído contestar una palabra, al menos, evitar la caracterización que suele acompañar a los señores de sociedad como personas cegadas por su propia nariz, aun así ganó el “Nuevo” sentido común. Abriéndose paso con elegancia entre el pequeño mar de gente, se presumía capaz de beber esa gota de ambrosía, el sentimiento nostálgico de algo que era normal hace no más de cuatro años y ahora perdido del horizonte. Habitaba allí mismo un pequeño sentimiento de culpa, entre lo peculiar uno puede llegar a sentirse a gusto, eso es hasta que alguien no tan distinto a uno sonríe… Y se pudo oír vivamente como el pulso de los que compartían espacio circundante cambió tan deprisa que acunaron un latido en general.
Que tanto eran realmente de peligrosos los vampiros, estaba por verse, pero si se permitiera creer a esas expresiones preocupadas podía intuir algún dejo de lo que solían plasmar generalmente. A consejo de alguien acomodó un par de guantes que pudo rescatar de los metafóricos restos de su hogar, si no era natural de ella, intentaría pretender lo mejor posible para esconderse a simple vista. Evitó a conciencia el reflejo de solidaridad en algunos ojos perdidos, después de lo sucedido en Londres, no quedaba el curioso que intentara acercarse con aras de entretenimiento o intimidación. Que poder amedrentar a uno de los asesinos de Drácula traía ese tipo de infamia tan codiciada entre los ratones y ampliamente evitada por los gatos, y ella aún no estaba del todo convencida en que lado del espectro se encontraba.

— Disculpe, por favor, tómelo usted. —

El pequeño ínterin social se deslizó de ella cuál pañuelo de seda, guardando a conciencia el instinto de retirar la mano con rapidez. Sus dedos escondidos en terciopelo se habían encontrado súbitamente con los de alguien aparentemente interesados en el mismo bestiario. “Nunca retrocedas primero de un enfrentamiento en público”, las palabras de Edward se sintieron tan fuerte en su mente que prácticamente pudo oler el espeso aliento a licor y sangre detrás de su nuca. Se limitó a sonreír con tanta calma como fue capaz de transmitir, esperando que el joven erudito hiciera el siguiente movimiento de ese inusual juego de ajedrez.
// Rol cerrado, ingreso solo con planificación previa./Oferta publica a discreción // Con las consecuencias de su elección, amargamente recordando la permanencia, constantemente se rendía ante la posibilidad de encontrar algo que amaine el desierto eterno de su garganta. Semanas pasaron desde la última vez que tontamente esperanzada sucumbió a la sed después de un periodo llamativo de ayuno, meditación y plegarias. Imposible dejar el espacio a un evento similar en el futuro, ya que bien la víctima pareció encantada al respecto, el mero sabor de su sangre le hizo descender a algo muy parecido a la locura. Mil gracias a los cielos que fuera nacida y eclipsada en ese ring precario y a base de violencia encontrara nuevamente la paz, pero traer y casi disfrutar una vorágine de brutalidad semejante le dejó bastante en claro que algunas cosas no se podían domar tanto como aprender a vivir con ellas. Las pesadas puertas del mercado escondido se abrieron para ella. — Sin sombreros - Vomitó mecánicamente la entidad que fungía de portero, apenas más reactivo que las placas de madera que volvió a cerrar detrás de ella. El instinto de cortesía le susurraba detrás del oído contestar una palabra, al menos, evitar la caracterización que suele acompañar a los señores de sociedad como personas cegadas por su propia nariz, aun así ganó el “Nuevo” sentido común. Abriéndose paso con elegancia entre el pequeño mar de gente, se presumía capaz de beber esa gota de ambrosía, el sentimiento nostálgico de algo que era normal hace no más de cuatro años y ahora perdido del horizonte. Habitaba allí mismo un pequeño sentimiento de culpa, entre lo peculiar uno puede llegar a sentirse a gusto, eso es hasta que alguien no tan distinto a uno sonríe… Y se pudo oír vivamente como el pulso de los que compartían espacio circundante cambió tan deprisa que acunaron un latido en general. Que tanto eran realmente de peligrosos los vampiros, estaba por verse, pero si se permitiera creer a esas expresiones preocupadas podía intuir algún dejo de lo que solían plasmar generalmente. A consejo de alguien acomodó un par de guantes que pudo rescatar de los metafóricos restos de su hogar, si no era natural de ella, intentaría pretender lo mejor posible para esconderse a simple vista. Evitó a conciencia el reflejo de solidaridad en algunos ojos perdidos, después de lo sucedido en Londres, no quedaba el curioso que intentara acercarse con aras de entretenimiento o intimidación. Que poder amedrentar a uno de los asesinos de Drácula traía ese tipo de infamia tan codiciada entre los ratones y ampliamente evitada por los gatos, y ella aún no estaba del todo convencida en que lado del espectro se encontraba. — Disculpe, por favor, tómelo usted. — El pequeño ínterin social se deslizó de ella cuál pañuelo de seda, guardando a conciencia el instinto de retirar la mano con rapidez. Sus dedos escondidos en terciopelo se habían encontrado súbitamente con los de alguien aparentemente interesados en el mismo bestiario. “Nunca retrocedas primero de un enfrentamiento en público”, las palabras de Edward se sintieron tan fuerte en su mente que prácticamente pudo oler el espeso aliento a licor y sangre detrás de su nuca. Se limitó a sonreír con tanta calma como fue capaz de transmitir, esperando que el joven erudito hiciera el siguiente movimiento de ese inusual juego de ajedrez.
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