No hay música más honesta que el crepitar del fuego en la noche. Ahí estábamos, él y yo, sentados junto a la hoguera. No sé su nombre, y tampoco él el mío, nunca se lo pregunté. Mi compañero, envuelto en una capa raída, apenas dejaba ver su rostro. Un mercenario, quizás, o simplemente un alma más buscando redención. Parecía más acostumbrado al silencio que a la conversación.

Yo, por mi parte, dejé caer la espada junto a mí. El calor del combate aún no se iba del cuerpo, pero el fuego ayudaba. Pasó un rato sin hablar. No era incómodo. En esas pausas largas se respira cierta verdad que las palabras suelen esconder. Las chispas subían intentando volver a las estrellas.

—¿Alguna vez pensaste que la gloria sabría a ceniza?

Pregunté, sin saber bien por qué. No levantó la mirada, pero asintió. Yo también bajé la vista. No sabía cuánto faltaba, ni qué buscaba con exactitud. Pero algo dentro de mí seguía caminando.

—No somos héroes. Solo hombres demasiado tercos para caer.

Dijo sin emoción alguna. Asentí, sin pensarlo. El fuego se fue apagando poco a poco. Pronto solo quedarían brasas. Pero por ahora, por un rato más, el calor bastaba.
No hay música más honesta que el crepitar del fuego en la noche. Ahí estábamos, él y yo, sentados junto a la hoguera. No sé su nombre, y tampoco él el mío, nunca se lo pregunté. Mi compañero, envuelto en una capa raída, apenas dejaba ver su rostro. Un mercenario, quizás, o simplemente un alma más buscando redención. Parecía más acostumbrado al silencio que a la conversación. Yo, por mi parte, dejé caer la espada junto a mí. El calor del combate aún no se iba del cuerpo, pero el fuego ayudaba. Pasó un rato sin hablar. No era incómodo. En esas pausas largas se respira cierta verdad que las palabras suelen esconder. Las chispas subían intentando volver a las estrellas. —¿Alguna vez pensaste que la gloria sabría a ceniza? Pregunté, sin saber bien por qué. No levantó la mirada, pero asintió. Yo también bajé la vista. No sabía cuánto faltaba, ni qué buscaba con exactitud. Pero algo dentro de mí seguía caminando. —No somos héroes. Solo hombres demasiado tercos para caer. Dijo sin emoción alguna. Asentí, sin pensarlo. El fuego se fue apagando poco a poco. Pronto solo quedarían brasas. Pero por ahora, por un rato más, el calor bastaba.
Me gusta
Me encocora
10
0 turnos 0 maullidos
Patrocinados
Patrocinados