Los mira desde las sombras del destino, donde los nombres se borran más rápido que las promesas.
Qué fugaz se ha vuelto el afecto en los corazones humanos.
Un día se juran eternidad,
y al siguiente, ya han cambiado el rostro que adoran
por uno nuevo, más brillante, menos roto.
Como si el alma ajena fuera solo un vestido viejo,
como si los latidos pudieran descartarse
cuando ya no entretienen.
Cambiar a una persona por otra.
Tan fácil. Tan cruel.
Y no dejan rastros, más que en el corazón del que se queda,
confundido, dolido, intentando entender
cómo se convierte uno en un recuerdo
mientras aún respira.
Ella los ve.
Los que han sido reemplazados.
Arrastran los pies bajo una lluvia invisible,
hablan en voz baja con la sombra de quien los amó.
No lloran siempre, pero lo llevan dentro,
como una piedra sumergida en el pecho.
La depresión no grita.
Se instala. Se acomoda.
Y poco a poco les borra la luz,
como si el abandono tuviera manos frías que apagan cada rincón de la esperanza.
Átropos no interrumpe.
No corta aún.
Deja que el dolor haga su trabajo,
que la herida hable por sí sola.
Y cuando la última lágrima cae
y ya no queda nada más por romper,
ella se inclina apenas y susurra su despedida:
—Hasta luego…
No será hoy que acabe tu hilo.
Por ahora, me quedaré en silencio,
mirando cómo siguen creyendo que el amor es eterno,
mientras cambian nombres como quien cambia estaciones.
Cortaré otra vez.
Pero no ahora.
Ahora solo… pienso.
Y con eso, se aleja entre sombras,
dejando atrás la danza de los que aman rápido
y olvidan aún más rápido.
(Hiatus time.)
Qué fugaz se ha vuelto el afecto en los corazones humanos.
Un día se juran eternidad,
y al siguiente, ya han cambiado el rostro que adoran
por uno nuevo, más brillante, menos roto.
Como si el alma ajena fuera solo un vestido viejo,
como si los latidos pudieran descartarse
cuando ya no entretienen.
Cambiar a una persona por otra.
Tan fácil. Tan cruel.
Y no dejan rastros, más que en el corazón del que se queda,
confundido, dolido, intentando entender
cómo se convierte uno en un recuerdo
mientras aún respira.
Ella los ve.
Los que han sido reemplazados.
Arrastran los pies bajo una lluvia invisible,
hablan en voz baja con la sombra de quien los amó.
No lloran siempre, pero lo llevan dentro,
como una piedra sumergida en el pecho.
La depresión no grita.
Se instala. Se acomoda.
Y poco a poco les borra la luz,
como si el abandono tuviera manos frías que apagan cada rincón de la esperanza.
Átropos no interrumpe.
No corta aún.
Deja que el dolor haga su trabajo,
que la herida hable por sí sola.
Y cuando la última lágrima cae
y ya no queda nada más por romper,
ella se inclina apenas y susurra su despedida:
—Hasta luego…
No será hoy que acabe tu hilo.
Por ahora, me quedaré en silencio,
mirando cómo siguen creyendo que el amor es eterno,
mientras cambian nombres como quien cambia estaciones.
Cortaré otra vez.
Pero no ahora.
Ahora solo… pienso.
Y con eso, se aleja entre sombras,
dejando atrás la danza de los que aman rápido
y olvidan aún más rápido.
(Hiatus time.)
Los mira desde las sombras del destino, donde los nombres se borran más rápido que las promesas.
Qué fugaz se ha vuelto el afecto en los corazones humanos.
Un día se juran eternidad,
y al siguiente, ya han cambiado el rostro que adoran
por uno nuevo, más brillante, menos roto.
Como si el alma ajena fuera solo un vestido viejo,
como si los latidos pudieran descartarse
cuando ya no entretienen.
Cambiar a una persona por otra.
Tan fácil. Tan cruel.
Y no dejan rastros, más que en el corazón del que se queda,
confundido, dolido, intentando entender
cómo se convierte uno en un recuerdo
mientras aún respira.
Ella los ve.
Los que han sido reemplazados.
Arrastran los pies bajo una lluvia invisible,
hablan en voz baja con la sombra de quien los amó.
No lloran siempre, pero lo llevan dentro,
como una piedra sumergida en el pecho.
La depresión no grita.
Se instala. Se acomoda.
Y poco a poco les borra la luz,
como si el abandono tuviera manos frías que apagan cada rincón de la esperanza.
Átropos no interrumpe.
No corta aún.
Deja que el dolor haga su trabajo,
que la herida hable por sí sola.
Y cuando la última lágrima cae
y ya no queda nada más por romper,
ella se inclina apenas y susurra su despedida:
—Hasta luego…
No será hoy que acabe tu hilo.
Por ahora, me quedaré en silencio,
mirando cómo siguen creyendo que el amor es eterno,
mientras cambian nombres como quien cambia estaciones.
Cortaré otra vez.
Pero no ahora.
Ahora solo… pienso.
Y con eso, se aleja entre sombras,
dejando atrás la danza de los que aman rápido
y olvidan aún más rápido.
(Hiatus time.)


