Los observa desde lo alto del tiempo, con sus tijeras temblando apenas entre los dedos.
Insisten en llamar amor a esa entrega ciega, en pintar con luz lo que —en su esencia— es solo filo envuelto en caricias.
Los humanos.
Tan ansiosos por dar, tan hambrientos de ser elegidos, que desnudan el pecho y extienden el alma
como si quien la toma supiera sostenerla.
Le ofrecen a otro el amor, como quien entrega una espada
con la empuñadura hacia afuera,
sin ver que también les entregan el filo apuntando a su propio corazón.
El tiempo, la confianza, los secretos susurrados a media noche:
regalos envenenados,
no por el gesto, sino por el mundo donde los entregan.
Porque tarde o temprano, el mismo amor que los hizo florecer
se convierte en la daga que el otro hunde con precisión quirúrgica.
Solo alguien que te conoce puede herirte así.
Y cuando lloran, rotos, traicionados,
se preguntan por qué duele tanto.
Átropos lo sabe:
no es el engaño.
Es el eco del "confío en ti"
resonando en el golpe.
Y sin embargo, lo hacen una y otra vez.
Caminan hacia el abismo con el alma abierta, con la esperanza como escudo,
ignorando que a veces quien sostiene tu corazón
solo está buscando el mejor lugar donde enterrarlo.
Ella no se burla. No ríe.
Corta el hilo con respeto.
Porque incluso en su necedad,
hay una belleza trágica en amar
sabiendo que amar también es exponerse al final más cruel.
Porque ¿qué arma es más perfecta que el amor, cuando lo blandes desde la herida?
Insisten en llamar amor a esa entrega ciega, en pintar con luz lo que —en su esencia— es solo filo envuelto en caricias.
Los humanos.
Tan ansiosos por dar, tan hambrientos de ser elegidos, que desnudan el pecho y extienden el alma
como si quien la toma supiera sostenerla.
Le ofrecen a otro el amor, como quien entrega una espada
con la empuñadura hacia afuera,
sin ver que también les entregan el filo apuntando a su propio corazón.
El tiempo, la confianza, los secretos susurrados a media noche:
regalos envenenados,
no por el gesto, sino por el mundo donde los entregan.
Porque tarde o temprano, el mismo amor que los hizo florecer
se convierte en la daga que el otro hunde con precisión quirúrgica.
Solo alguien que te conoce puede herirte así.
Y cuando lloran, rotos, traicionados,
se preguntan por qué duele tanto.
Átropos lo sabe:
no es el engaño.
Es el eco del "confío en ti"
resonando en el golpe.
Y sin embargo, lo hacen una y otra vez.
Caminan hacia el abismo con el alma abierta, con la esperanza como escudo,
ignorando que a veces quien sostiene tu corazón
solo está buscando el mejor lugar donde enterrarlo.
Ella no se burla. No ríe.
Corta el hilo con respeto.
Porque incluso en su necedad,
hay una belleza trágica en amar
sabiendo que amar también es exponerse al final más cruel.
Porque ¿qué arma es más perfecta que el amor, cuando lo blandes desde la herida?
Los observa desde lo alto del tiempo, con sus tijeras temblando apenas entre los dedos.
Insisten en llamar amor a esa entrega ciega, en pintar con luz lo que —en su esencia— es solo filo envuelto en caricias.
Los humanos.
Tan ansiosos por dar, tan hambrientos de ser elegidos, que desnudan el pecho y extienden el alma
como si quien la toma supiera sostenerla.
Le ofrecen a otro el amor, como quien entrega una espada
con la empuñadura hacia afuera,
sin ver que también les entregan el filo apuntando a su propio corazón.
El tiempo, la confianza, los secretos susurrados a media noche:
regalos envenenados,
no por el gesto, sino por el mundo donde los entregan.
Porque tarde o temprano, el mismo amor que los hizo florecer
se convierte en la daga que el otro hunde con precisión quirúrgica.
Solo alguien que te conoce puede herirte así.
Y cuando lloran, rotos, traicionados,
se preguntan por qué duele tanto.
Átropos lo sabe:
no es el engaño.
Es el eco del "confío en ti"
resonando en el golpe.
Y sin embargo, lo hacen una y otra vez.
Caminan hacia el abismo con el alma abierta, con la esperanza como escudo,
ignorando que a veces quien sostiene tu corazón
solo está buscando el mejor lugar donde enterrarlo.
Ella no se burla. No ríe.
Corta el hilo con respeto.
Porque incluso en su necedad,
hay una belleza trágica en amar
sabiendo que amar también es exponerse al final más cruel.
Porque ¿qué arma es más perfecta que el amor, cuando lo blandes desde la herida?



