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El hedor es lo primero que lo recibe. Incluso con la mascarilla ajustada, la pestilencia parece traspasar el tejido de tela, un recordatorio tangible de la corrupción que se apodera de la carne que observa.

Avanza sin titubeos y con una expresión dura, su gabardina oscura ondea con cada paso. La intensidad de su mirada se profundiza al recorrer el cadáver detalladamente, descifrando las señales que otros pasarían por alto. Sus dedos trazan levemente la carne ennegrecida del brazo, pero ésta se hunde tan sólo rozarla.

La piel ha comenzado a desprenderse en zonas irregulares como Necrosis avanzada. La infección ha consumido la estructura celular desde adentro, como si un veneno implacable hubiera transformado cada órgano en una trampa de podredumbre.

Él presta atención a los pulmones y líquido espesado en las cavidades torácicas que salía. Un signo inequívoco de que el cuerpo intentó luchar contra la invasión hasta su último aliento.

—Picaduras múltiples y distancia irregular. No hay patrón de ataque sistemático. Los insectos tenían hambre o simplemente actuaron por impulso.

Explicó a sus asistentes quiénes tomaban notas de sus observaciones. Solía revisar a los cadáveres para la investigación de las mutaciones. Las marcas en la piel cuentan la historia de una emboscada biológica sin oportunidad a defenderse. Pequeñas perforaciones rodeadas de tejido ennegrecido, cada una es perfectamente una puerta abierta a la ruina.

Él alza la mirada, encontrándose con las dos cuencas de color negro donde antes estaban los globos oculares.

Su voz es firme.

—La infección se ha extendido más allá de la regeneración. Primeros síntomas; desprendimiento de la capa superior de piel y debilidad notoria. Lengua oscura y dentadura con tono amarillento. Acción inmediata: ejecución.

Una nueva forma de identificar a los infectados, con quiénes próximamente no dudarían en eliminarlos.
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