Interior. Apartamento de Leah Ruíz. Noche.
El sonido del vinilo cruje suavemente desde una esquina del salón, donde una melodía de jazz melancólico se cuela entre las sombras. Estoy frente al espejo del dormitorio, vestida con unos pantalones de cuero ajustados y una blusa de seda negra que deja entrever la funda de mi pistola en la espalda. La luz cálida resalta mi piel clara, los labios rojos como una promesa de peligro y deseo.
Con calma, me recojo el cabello negro en una coleta alta, dejando al descubierto una cicatriz antigua en el cuello. Tomo mi cuchillo dorado del tocador y lo deslizo dentro de mi bota. Me miro al espejo, sin pestañear, sin rastro de duda. Mis ojos, como obsidianas brillantes, reflejan el rostro de una mujer que ha perdido demasiadas cosas como para permitirse la derrota esta noche.
—Stasera... nessuno sale vivo, —murmuro para mí, encendiendo un cigarro con los dedos cubiertos de anillos de plata.
La puerta del apartamento se abre. Uno de mis hombres entra apresurado.
—Signora Ruíz, el cargamento está listo. Ellos están esperándola.
Le lanzo una última calada al cigarro, lo apago contra el mármol con una lentitud calculada y me giro con una sonrisa afilada.
—Vamos a darles la bienvenida.
El sonido del vinilo cruje suavemente desde una esquina del salón, donde una melodía de jazz melancólico se cuela entre las sombras. Estoy frente al espejo del dormitorio, vestida con unos pantalones de cuero ajustados y una blusa de seda negra que deja entrever la funda de mi pistola en la espalda. La luz cálida resalta mi piel clara, los labios rojos como una promesa de peligro y deseo.
Con calma, me recojo el cabello negro en una coleta alta, dejando al descubierto una cicatriz antigua en el cuello. Tomo mi cuchillo dorado del tocador y lo deslizo dentro de mi bota. Me miro al espejo, sin pestañear, sin rastro de duda. Mis ojos, como obsidianas brillantes, reflejan el rostro de una mujer que ha perdido demasiadas cosas como para permitirse la derrota esta noche.
—Stasera... nessuno sale vivo, —murmuro para mí, encendiendo un cigarro con los dedos cubiertos de anillos de plata.
La puerta del apartamento se abre. Uno de mis hombres entra apresurado.
—Signora Ruíz, el cargamento está listo. Ellos están esperándola.
Le lanzo una última calada al cigarro, lo apago contra el mármol con una lentitud calculada y me giro con una sonrisa afilada.
—Vamos a darles la bienvenida.
Interior. Apartamento de Leah Ruíz. Noche.
El sonido del vinilo cruje suavemente desde una esquina del salón, donde una melodía de jazz melancólico se cuela entre las sombras. Estoy frente al espejo del dormitorio, vestida con unos pantalones de cuero ajustados y una blusa de seda negra que deja entrever la funda de mi pistola en la espalda. La luz cálida resalta mi piel clara, los labios rojos como una promesa de peligro y deseo.
Con calma, me recojo el cabello negro en una coleta alta, dejando al descubierto una cicatriz antigua en el cuello. Tomo mi cuchillo dorado del tocador y lo deslizo dentro de mi bota. Me miro al espejo, sin pestañear, sin rastro de duda. Mis ojos, como obsidianas brillantes, reflejan el rostro de una mujer que ha perdido demasiadas cosas como para permitirse la derrota esta noche.
—Stasera... nessuno sale vivo, —murmuro para mí, encendiendo un cigarro con los dedos cubiertos de anillos de plata.
La puerta del apartamento se abre. Uno de mis hombres entra apresurado.
—Signora Ruíz, el cargamento está listo. Ellos están esperándola.
Le lanzo una última calada al cigarro, lo apago contra el mármol con una lentitud calculada y me giro con una sonrisa afilada.
—Vamos a darles la bienvenida.
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