Lo que acecha en la oscuridad
Fandom Origina
Categoría Fantasía
En la fría ciudad, donde la niebla parecía lamer las paredes de las casas. Un silencio malsano había caído sobre las calles, como si la misma naturaleza contuviera la respiración. Blancanieves caminaba entre ellos con pasos apresurados, la capa empapada por la llovizna y el corazón martillándole el pecho con una urgencia que no entendía... pero sentía.

La casa estaba sin luz. La puerta entreabierta, algo insólito, el aire olía a algo que no pertenecía al mundo de los vivos.

—Maestro... —susurró, cruzando el umbral con la voz apenas audible.

La oscuridad dentro era densa. La lámpara apenas parpadeando, iluminando el horror.

El anciano yacía tendido en el suelo de mayólica, rodeado por un círculo inacabado de sal y símbolos trazados con algo que ya no parecía sangre, sino tinta arrancada del alma, además de rastros de casquillos de balas esparcidos por el lugar, todo aquello daba indició que era premeditado.

Su rostro... estaba congelado en una mueca de pavor. Sus ojos, esos ojos sabios que le enseñaron a leer las estrellas y a hablar con los árboles, miraban hacia un punto más allá de este mundo.

Ella cayó de rodillas. El aire se volvió más denso, más frío.

Y entonces lo vio.

Sobre el escritorio, como si lo esperara a ella, descansaba un libro encuadernado en cuero oscuro, viejo, casi vivo. En su portada, letras doradas medio borradas.

"Grimorio de Cipriano"

Blancanieves extendió la mano, pero un escalofrío le atravesó la espalda antes de tocarlo. Había algo dormido allí dentro o algo despierto que fingía dormir.

Se apresuró a salir de la casa y con las manos más temblorosas que tocar el hielo, marcó el número de emergencias. No supo cómo explicó lo que vio.

-Hay un cadáver, creo que fue un asesinato, por favor…- susurró, sin más brindó el nombre de las calles y colgó.

Media hora después, las luces azules de los patrulleros rompieron en las calles.

Los oficiales hicieron preguntas rápidas, nerviosas. Un forense fotografió los símbolos con el ceño fruncido.

—¿Convivía con él?- una de las oficiales la miro directamente a los ojos.

—No. Él era como mi abuelo. Mi única familia —respondió ella, sin lágrimas aún. El llanto parecía lejano, como si ya no le perteneciera.

—¿Sabe si practicaba… cosas? —susurró un agente joven, mientras observaba las marcas.

- No- dijo seca, no quería sonar como una loca, además todo eso era demasiado confuso para ella. Su mirada era una mezcla de miedo y un silencio tan viejo como la tierra.

No tardaron mucho tiempo en llevarse el cuerpo y la casa quedó vacía, todo se sentía sin vida, Blancanieves tomó el grimorio con cuidado, lo envolvió en un manto de lino y lo llevó consigo. No sabía por qué lo hacía. Solo sabía que no debía dejarlo solo allí.

Llegó a su casa pasadas las tres de la madrugada. Las ventanas empañadas, las paredes frías. Se duchó con agua caliente, pero la sensación de suciedad era interna, como si algo invisible se hubiera adherido a su piel.

Se acostó, el grimorio en la mesita de noche, y cerró los ojos con la esperanza de no soñar.

Pero soñar fue inevitable...

La oscuridad se abrió ante ella como un telón de teatro. Estaba en un claro del bosque que no reconocía, bajo un cielo sin estrellas. En el centro, rodeado por antorchas de fuego azul, había un altar de piedra. Un muchacho de cabellos rojos, intensos como brasas, se arrodillaba ante él. Tenía los ojos azules, encendidos por una devoción enfermiza.

Frente al altar, una cabra negra respiraba con dificultad, atada de patas. Sobre una piedra a un costado, el mismo grimorio reposaba abierto, sus páginas pasando solas, como si el viento viniera desde adentro.

El muchacho murmuraba palabras en un idioma que Blancanieves no entendía, pero sentía. Cada sílaba le helaba la sangre.

Con un movimiento lento, casi ceremonial, levantó un cuchillo curvado. La cabra no luchó. No hizo falta, el corte fue limpio. La sangre cayó sobre el grimorio, que brilló brevemente como si la tinta lo alimentara.

Y entonces, el joven levantó la vista… y la miró directamente a ella.

No como un personaje de un sueño. No como una visión.

La miró.

—Despierta, niña... —dijo, con voz suave pero profunda, como si hablara junto a algo que no era humano— el vínculo ya está hecho. Él vendrá por ti también.

Aquello le dio escalofrió y cuando quiso acercase a él, todo se volvió negro y está vez apareció por un largo pasillo cubierto de estanterías infinitas. Estaba en una biblioteca que no reconocía, pero que olía a lo antiguo, a papel húmedo y a tinta de siglos. Las lámparas colgantes emitían una luz cálida y parpadeante, como si dudaran entre existir y extinguirse. Sus pasos no hacían ruido. El silencio era absoluto.

Y entonces lo vio.

Un joven, de cabello cobrizo y ligeramente desordenado, estaba de pie frente a una mesa, hojeando un libro con calma. Vestía con una túnica. Nada en él gritaba “brujo” o “demonólogo”. Al contrario, parecía un simple cura, perdido en una biblioteca cualquiera.

Pero sus ojos… azules como vidrio iluminado por fuego. Eran los mismos del joven del sacrificio, Blancanieves dio un paso hacia él. El muchacho levantó la vista, y al verla, no se sobresaltó.

Le sonrió.

—¿Otra vez tú? —dijo, como si ya se hubieran cruzado antes.

Ella quiso hablar, pero no podía.

El muchacho levantó el libro que leía, mostró la portada. Solo alcanzó a ver el título “Las Crónicas del Cipriano Menor” y entonces, todo cambió.

La biblioteca se oscureció en un segundo. Las estanterías se torcieron, el techo desapareció. Voces salieron desde los libros. El muchacho fue tragado por la sombra detrás de él, pero su sonrisa permaneció… demasiado tiempo.

Blancanieves se despertó de golpe, el corazón martillando en el pecho. Las manos le temblaban. Saltó de la cama, tomó papel y lápiz y escribió.

“Cipriano, brujo, cura - biblioteca - chico pelirrojo”

Abrió su laptop y en el navegador escribió "Cipriano brujo demonios grimorio" entre página y página seguía escribiendo “Cipriano + grimorio + biblioteca + sacrificios”

Uno de los primeros resultados la hizo detenerse. Era una entrada en un blog ocultista, con una ilustración de un hombre parecido al del primer sueño, pero con ropas antiguas. Aquel que entregó el nombre del Diablo a cambio de conocimiento eterno. Su legado vive en las páginas, libros que se encuentran esparcidos en el mundo y buscan ser abiertos por las manos correctas…

Pero no se detuvo ahí, busco al del segundo sueño, está vez escribió “El Joven Cipriano: cura, exorcista, iglesia". En los apartados habían números a que llamar y lugares a los que ir para contactar con él, Blancanieves se apresuró a copiar todo en la libreta. Y sin darse cuenta, ahora era el sol quién se colaba por su ventana, antes de poder alistarse y comprar vuelos, agarró su móvil y escribió a los números de la página.

<<SMS>>

Mi nombres es Blancanieves Serin, el propósito de este mensaje es encontrarme contigo, necesito tu ayuda urgentemente. No puedo decírtelo por aquí, pero tiene que ver con un grimorio. Tomaré el primer vuelo a Italia, te daré más respuestas estando allá.

Sin más propósito o destinatario, envió el mensaje y se apresuró a alistarse.


Lorenzo A Benedetti


En la fría ciudad, donde la niebla parecía lamer las paredes de las casas. Un silencio malsano había caído sobre las calles, como si la misma naturaleza contuviera la respiración. Blancanieves caminaba entre ellos con pasos apresurados, la capa empapada por la llovizna y el corazón martillándole el pecho con una urgencia que no entendía... pero sentía. La casa estaba sin luz. La puerta entreabierta, algo insólito, el aire olía a algo que no pertenecía al mundo de los vivos. —Maestro... —susurró, cruzando el umbral con la voz apenas audible. La oscuridad dentro era densa. La lámpara apenas parpadeando, iluminando el horror. El anciano yacía tendido en el suelo de mayólica, rodeado por un círculo inacabado de sal y símbolos trazados con algo que ya no parecía sangre, sino tinta arrancada del alma, además de rastros de casquillos de balas esparcidos por el lugar, todo aquello daba indició que era premeditado. Su rostro... estaba congelado en una mueca de pavor. Sus ojos, esos ojos sabios que le enseñaron a leer las estrellas y a hablar con los árboles, miraban hacia un punto más allá de este mundo. Ella cayó de rodillas. El aire se volvió más denso, más frío. Y entonces lo vio. Sobre el escritorio, como si lo esperara a ella, descansaba un libro encuadernado en cuero oscuro, viejo, casi vivo. En su portada, letras doradas medio borradas. "Grimorio de Cipriano" Blancanieves extendió la mano, pero un escalofrío le atravesó la espalda antes de tocarlo. Había algo dormido allí dentro o algo despierto que fingía dormir. Se apresuró a salir de la casa y con las manos más temblorosas que tocar el hielo, marcó el número de emergencias. No supo cómo explicó lo que vio. -Hay un cadáver, creo que fue un asesinato, por favor…- susurró, sin más brindó el nombre de las calles y colgó. Media hora después, las luces azules de los patrulleros rompieron en las calles. Los oficiales hicieron preguntas rápidas, nerviosas. Un forense fotografió los símbolos con el ceño fruncido. —¿Convivía con él?- una de las oficiales la miro directamente a los ojos. —No. Él era como mi abuelo. Mi única familia —respondió ella, sin lágrimas aún. El llanto parecía lejano, como si ya no le perteneciera. —¿Sabe si practicaba… cosas? —susurró un agente joven, mientras observaba las marcas. - No- dijo seca, no quería sonar como una loca, además todo eso era demasiado confuso para ella. Su mirada era una mezcla de miedo y un silencio tan viejo como la tierra. No tardaron mucho tiempo en llevarse el cuerpo y la casa quedó vacía, todo se sentía sin vida, Blancanieves tomó el grimorio con cuidado, lo envolvió en un manto de lino y lo llevó consigo. No sabía por qué lo hacía. Solo sabía que no debía dejarlo solo allí. Llegó a su casa pasadas las tres de la madrugada. Las ventanas empañadas, las paredes frías. Se duchó con agua caliente, pero la sensación de suciedad era interna, como si algo invisible se hubiera adherido a su piel. Se acostó, el grimorio en la mesita de noche, y cerró los ojos con la esperanza de no soñar. Pero soñar fue inevitable... La oscuridad se abrió ante ella como un telón de teatro. Estaba en un claro del bosque que no reconocía, bajo un cielo sin estrellas. En el centro, rodeado por antorchas de fuego azul, había un altar de piedra. Un muchacho de cabellos rojos, intensos como brasas, se arrodillaba ante él. Tenía los ojos azules, encendidos por una devoción enfermiza. Frente al altar, una cabra negra respiraba con dificultad, atada de patas. Sobre una piedra a un costado, el mismo grimorio reposaba abierto, sus páginas pasando solas, como si el viento viniera desde adentro. El muchacho murmuraba palabras en un idioma que Blancanieves no entendía, pero sentía. Cada sílaba le helaba la sangre. Con un movimiento lento, casi ceremonial, levantó un cuchillo curvado. La cabra no luchó. No hizo falta, el corte fue limpio. La sangre cayó sobre el grimorio, que brilló brevemente como si la tinta lo alimentara. Y entonces, el joven levantó la vista… y la miró directamente a ella. No como un personaje de un sueño. No como una visión. La miró. —Despierta, niña... —dijo, con voz suave pero profunda, como si hablara junto a algo que no era humano— el vínculo ya está hecho. Él vendrá por ti también. Aquello le dio escalofrió y cuando quiso acercase a él, todo se volvió negro y está vez apareció por un largo pasillo cubierto de estanterías infinitas. Estaba en una biblioteca que no reconocía, pero que olía a lo antiguo, a papel húmedo y a tinta de siglos. Las lámparas colgantes emitían una luz cálida y parpadeante, como si dudaran entre existir y extinguirse. Sus pasos no hacían ruido. El silencio era absoluto. Y entonces lo vio. Un joven, de cabello cobrizo y ligeramente desordenado, estaba de pie frente a una mesa, hojeando un libro con calma. Vestía con una túnica. Nada en él gritaba “brujo” o “demonólogo”. Al contrario, parecía un simple cura, perdido en una biblioteca cualquiera. Pero sus ojos… azules como vidrio iluminado por fuego. Eran los mismos del joven del sacrificio, Blancanieves dio un paso hacia él. El muchacho levantó la vista, y al verla, no se sobresaltó. Le sonrió. —¿Otra vez tú? —dijo, como si ya se hubieran cruzado antes. Ella quiso hablar, pero no podía. El muchacho levantó el libro que leía, mostró la portada. Solo alcanzó a ver el título “Las Crónicas del Cipriano Menor” y entonces, todo cambió. La biblioteca se oscureció en un segundo. Las estanterías se torcieron, el techo desapareció. Voces salieron desde los libros. El muchacho fue tragado por la sombra detrás de él, pero su sonrisa permaneció… demasiado tiempo. Blancanieves se despertó de golpe, el corazón martillando en el pecho. Las manos le temblaban. Saltó de la cama, tomó papel y lápiz y escribió. “Cipriano, brujo, cura - biblioteca - chico pelirrojo” Abrió su laptop y en el navegador escribió "Cipriano brujo demonios grimorio" entre página y página seguía escribiendo “Cipriano + grimorio + biblioteca + sacrificios” Uno de los primeros resultados la hizo detenerse. Era una entrada en un blog ocultista, con una ilustración de un hombre parecido al del primer sueño, pero con ropas antiguas. Aquel que entregó el nombre del Diablo a cambio de conocimiento eterno. Su legado vive en las páginas, libros que se encuentran esparcidos en el mundo y buscan ser abiertos por las manos correctas… Pero no se detuvo ahí, busco al del segundo sueño, está vez escribió “El Joven Cipriano: cura, exorcista, iglesia". En los apartados habían números a que llamar y lugares a los que ir para contactar con él, Blancanieves se apresuró a copiar todo en la libreta. Y sin darse cuenta, ahora era el sol quién se colaba por su ventana, antes de poder alistarse y comprar vuelos, agarró su móvil y escribió a los números de la página. <<SMS>> Mi nombres es Blancanieves Serin, el propósito de este mensaje es encontrarme contigo, necesito tu ayuda urgentemente. No puedo decírtelo por aquí, pero tiene que ver con un grimorio. Tomaré el primer vuelo a Italia, te daré más respuestas estando allá. Sin más propósito o destinatario, envió el mensaje y se apresuró a alistarse. [sinner_without_sin]
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