Tenlo en cuenta al responder.
-Scáthach nunca había imaginado que su existencia podría cambiar de tal manera. Atrapada durante siglos en el mundo de las sombras, donde la penumbra y el frío eran sus únicos compañeros, ahora se encontraba dando un paso hacia la luz. Su invocador, había logrado que aceptará unirse al Gremio y traerla a este nuevo universo, uno donde la gente vitoreaba y celebraba su llegada como si fuera una héroe de leyenda.
—Scáthach, ¡Scáthach! —gritaban—.
La multitud rugía a su alrededor, los murales de colores vibrantes y el bullicio de las voces le resultaban extraños, casi abrumadores. Scáthach mantenía los labios apretados, sintiendo una mezcla de incomodidad y curiosidad. Había dejado atrás su armadura, esa que le había proporcionado protección y fuerza, para adoptar un atuendo más acorde con las costumbres de su nuevo compañero. Sin embargo, esta decisión la hizo sentir vulnerable, la suavidad del tejido contrastaba con la rigidez de su vestimenta habitual de combate, extrañaba empuñar su lanza en ese instante.
—¿Qué es esto? —murmuró para sí misma, su voz casi ahogada por los gritos de júbilo.
Mientras avanzaba junto a su maestro, observaba a las personas que les rodeaban desde un prudente segundo plano. Las luces brillantes que destellaban desde pequeñas cajas en manos de los presentes, esos extraños artefactos que capturaban momentos en un parpadeo, la hacían flaquear en su determinación. Ella había estado acostumbrada a la guerra, al silencio de las sombras y al aroma de la batalla, pero aquí, la risa y la alegría de la gente la envolvían como un abrigo que no estaba lista para usar.
Su mirada se mantuvo baja, centrada en el suelo, evitando que los destellos de los flashes que pinchaban su piel. Una sensación de tensión recorría su cuerpo, e incluso la seguridad que sentía al lado de su invocador se veía amenazada por esta nueva realidad. Pero justo cuando una ola de dudas la invadía, Scáthach vio algo que la detuvo en seco, un niño.
Estaba entre la multitud, con ojos grandes y llenos de asombro. La pureza de su sonrisa era un bálsamo para su alma cansada. En ese breve instante, la mirada del pequeño atrapó su corazón; un sentimiento de protección surgió de lo más profundo de su ser. Sin pensarlo dos veces, se dijo a sí misma: “Te protegeré”. Era una promesa, no solo al niño, sino también la había echo con su pueblo y a ella misma. En este nuevo mundo, en esta nueva vida, podría ser más que una guerrilla de las sombras, podría ser un faro de esperanza.
—Scáthach, ¡Scáthach! —gritaban—.
La multitud rugía a su alrededor, los murales de colores vibrantes y el bullicio de las voces le resultaban extraños, casi abrumadores. Scáthach mantenía los labios apretados, sintiendo una mezcla de incomodidad y curiosidad. Había dejado atrás su armadura, esa que le había proporcionado protección y fuerza, para adoptar un atuendo más acorde con las costumbres de su nuevo compañero. Sin embargo, esta decisión la hizo sentir vulnerable, la suavidad del tejido contrastaba con la rigidez de su vestimenta habitual de combate, extrañaba empuñar su lanza en ese instante.
—¿Qué es esto? —murmuró para sí misma, su voz casi ahogada por los gritos de júbilo.
Mientras avanzaba junto a su maestro, observaba a las personas que les rodeaban desde un prudente segundo plano. Las luces brillantes que destellaban desde pequeñas cajas en manos de los presentes, esos extraños artefactos que capturaban momentos en un parpadeo, la hacían flaquear en su determinación. Ella había estado acostumbrada a la guerra, al silencio de las sombras y al aroma de la batalla, pero aquí, la risa y la alegría de la gente la envolvían como un abrigo que no estaba lista para usar.
Su mirada se mantuvo baja, centrada en el suelo, evitando que los destellos de los flashes que pinchaban su piel. Una sensación de tensión recorría su cuerpo, e incluso la seguridad que sentía al lado de su invocador se veía amenazada por esta nueva realidad. Pero justo cuando una ola de dudas la invadía, Scáthach vio algo que la detuvo en seco, un niño.
Estaba entre la multitud, con ojos grandes y llenos de asombro. La pureza de su sonrisa era un bálsamo para su alma cansada. En ese breve instante, la mirada del pequeño atrapó su corazón; un sentimiento de protección surgió de lo más profundo de su ser. Sin pensarlo dos veces, se dijo a sí misma: “Te protegeré”. Era una promesa, no solo al niño, sino también la había echo con su pueblo y a ella misma. En este nuevo mundo, en esta nueva vida, podría ser más que una guerrilla de las sombras, podría ser un faro de esperanza.
-Scáthach nunca había imaginado que su existencia podría cambiar de tal manera. Atrapada durante siglos en el mundo de las sombras, donde la penumbra y el frío eran sus únicos compañeros, ahora se encontraba dando un paso hacia la luz. Su invocador, había logrado que aceptará unirse al Gremio y traerla a este nuevo universo, uno donde la gente vitoreaba y celebraba su llegada como si fuera una héroe de leyenda.
—Scáthach, ¡Scáthach! —gritaban—.
La multitud rugía a su alrededor, los murales de colores vibrantes y el bullicio de las voces le resultaban extraños, casi abrumadores. Scáthach mantenía los labios apretados, sintiendo una mezcla de incomodidad y curiosidad. Había dejado atrás su armadura, esa que le había proporcionado protección y fuerza, para adoptar un atuendo más acorde con las costumbres de su nuevo compañero. Sin embargo, esta decisión la hizo sentir vulnerable, la suavidad del tejido contrastaba con la rigidez de su vestimenta habitual de combate, extrañaba empuñar su lanza en ese instante.
—¿Qué es esto? —murmuró para sí misma, su voz casi ahogada por los gritos de júbilo.
Mientras avanzaba junto a su maestro, observaba a las personas que les rodeaban desde un prudente segundo plano. Las luces brillantes que destellaban desde pequeñas cajas en manos de los presentes, esos extraños artefactos que capturaban momentos en un parpadeo, la hacían flaquear en su determinación. Ella había estado acostumbrada a la guerra, al silencio de las sombras y al aroma de la batalla, pero aquí, la risa y la alegría de la gente la envolvían como un abrigo que no estaba lista para usar.
Su mirada se mantuvo baja, centrada en el suelo, evitando que los destellos de los flashes que pinchaban su piel. Una sensación de tensión recorría su cuerpo, e incluso la seguridad que sentía al lado de su invocador se veía amenazada por esta nueva realidad. Pero justo cuando una ola de dudas la invadía, Scáthach vio algo que la detuvo en seco, un niño.
Estaba entre la multitud, con ojos grandes y llenos de asombro. La pureza de su sonrisa era un bálsamo para su alma cansada. En ese breve instante, la mirada del pequeño atrapó su corazón; un sentimiento de protección surgió de lo más profundo de su ser. Sin pensarlo dos veces, se dijo a sí misma: “Te protegeré”. Era una promesa, no solo al niño, sino también la había echo con su pueblo y a ella misma. En este nuevo mundo, en esta nueva vida, podría ser más que una guerrilla de las sombras, podría ser un faro de esperanza.

