Annabeth se había mirado más de cien veces en el reflejo de una ventana, ajustando la hebilla del cinturón que, según ella, era muy poco útil. Con un suspiro, se giró a quién la observaba.

—Odio este vestido. No es que el corsé me impida respirar, tampoco las cadenas que suenan cada que me muevo.

Se cruzó de brazos, frustrada.

—Es que todo el mundo parece creer que solo porque soy hija de Atenea voy a disfrutar ser una "dama de ocasión". ¿Qué se supone que haga con este vestido? ¿Luchar con elegancia?

Volvió a observarse en la ventana, esta vez dando una vuelta y mirandose por encima del hombro.

—A pesar de todo, el color no está tan mal.
Annabeth se había mirado más de cien veces en el reflejo de una ventana, ajustando la hebilla del cinturón que, según ella, era muy poco útil. Con un suspiro, se giró a quién la observaba. —Odio este vestido. No es que el corsé me impida respirar, tampoco las cadenas que suenan cada que me muevo. Se cruzó de brazos, frustrada. —Es que todo el mundo parece creer que solo porque soy hija de Atenea voy a disfrutar ser una "dama de ocasión". ¿Qué se supone que haga con este vestido? ¿Luchar con elegancia? Volvió a observarse en la ventana, esta vez dando una vuelta y mirandose por encima del hombro. —A pesar de todo, el color no está tan mal.
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