Ella no bajó.
Nunca lo hace.
Solo observa.
Desde lo alto, donde los hilos tiemblan,
donde los destinos se enredan antes de ser cortados.

Y vio.

A una chica.
Luz pura, risa fácil,
el tipo de alma que no conoce aún lo que el mundo exige a cambio de amar.

Y a él.
Roto.
Oscuro por dentro,
arrastrando cicatrices que no se ven pero pesan.

Ella se acercó.
No por deber.
Por algo más humano, más trágico.
Creyó —como otros antes—
que el amor todo lo cura.

Y dio.
Día tras día.
Sonrisa tras herida.
Luz tras sombra.
Hasta que él volvió a ser alguien.

Y ella…
se apagó.

Atropos no parpadeó.
Ya lo había visto antes.
Lo ve siempre.

Pero entonces,
cuando el hilo parecía ya haber sido trenzado del todo,
vio a otra.
Nueva.
Llena.
Radiante.
Mirándolo como si fuera su mundo.

Y él, limpio ya de oscuridad,
recibió esa nueva luz sin pensar.
Como si no recordara la llama que lo sostuvo cuando era ceniza.

La primera chica miró.
Y en sus ojos,
Atropos no vio rabia,
ni celos,
ni rencor.

Solo entendimiento.
Dolor calmo.
Una rendición sin palabras.

La humana comprendía lo que muchos aún no:
a veces, salvar a alguien no significa quedarse.
A veces, solo se es puente.
Luz de paso.
Fuego que otros usan para arder…
y luego olvidar.

Atropos no intervino.
No era su lugar.
Ella solo corta.
Pero antes,
siempre mira.

Y en ese mirar eterno,
reconoció la tragedia callada de dar sin ser recordada.
La historia más antigua de los humanos.
Ella no bajó. Nunca lo hace. Solo observa. Desde lo alto, donde los hilos tiemblan, donde los destinos se enredan antes de ser cortados. Y vio. A una chica. Luz pura, risa fácil, el tipo de alma que no conoce aún lo que el mundo exige a cambio de amar. Y a él. Roto. Oscuro por dentro, arrastrando cicatrices que no se ven pero pesan. Ella se acercó. No por deber. Por algo más humano, más trágico. Creyó —como otros antes— que el amor todo lo cura. Y dio. Día tras día. Sonrisa tras herida. Luz tras sombra. Hasta que él volvió a ser alguien. Y ella… se apagó. Atropos no parpadeó. Ya lo había visto antes. Lo ve siempre. Pero entonces, cuando el hilo parecía ya haber sido trenzado del todo, vio a otra. Nueva. Llena. Radiante. Mirándolo como si fuera su mundo. Y él, limpio ya de oscuridad, recibió esa nueva luz sin pensar. Como si no recordara la llama que lo sostuvo cuando era ceniza. La primera chica miró. Y en sus ojos, Atropos no vio rabia, ni celos, ni rencor. Solo entendimiento. Dolor calmo. Una rendición sin palabras. La humana comprendía lo que muchos aún no: a veces, salvar a alguien no significa quedarse. A veces, solo se es puente. Luz de paso. Fuego que otros usan para arder… y luego olvidar. Atropos no intervino. No era su lugar. Ella solo corta. Pero antes, siempre mira. Y en ese mirar eterno, reconoció la tragedia callada de dar sin ser recordada. La historia más antigua de los humanos.
Me gusta
Me encocora
5
0 turnos 0 maullidos
Patrocinados
Patrocinados