Hay quienes ansían ser vistos,
aunque no se esfuercen por merecerlo.
Creen que basta con ser bellos,
como si la belleza sin intención pudiera encender miradas.
Se presentan al mundo con rostro de porcelana y alma de cartón mojado.

Repiten lo que ya fracasó,
copian gestos, frases y movimientos
que no les pertenecen.
Sus encuentros no son conexiones,
sino escenas mal actuadas de una obra ajena.
Carecen de imaginación, y sin ella, el destino no los bendice, los borra.

Quieren llamar la atención,
pero no saben provocar presencia.
Desean ser deseados, pero nunca aprendieron a habitar el misterio.
Confían en el envoltorio, sin darse cuenta de que nadie se queda
por lo que no brilla desde dentro.

Y así, con todo ese ruido,
siguen siendo invisibles.
No porque el mundo los ignore,
sino porque jamás aprendieron a ser algo digno de ser visto.

Átropos no corta sus hilos.
Porque simplemente…
nunca llegaron a tejerse.
Hay quienes ansían ser vistos, aunque no se esfuercen por merecerlo. Creen que basta con ser bellos, como si la belleza sin intención pudiera encender miradas. Se presentan al mundo con rostro de porcelana y alma de cartón mojado. Repiten lo que ya fracasó, copian gestos, frases y movimientos que no les pertenecen. Sus encuentros no son conexiones, sino escenas mal actuadas de una obra ajena. Carecen de imaginación, y sin ella, el destino no los bendice, los borra. Quieren llamar la atención, pero no saben provocar presencia. Desean ser deseados, pero nunca aprendieron a habitar el misterio. Confían en el envoltorio, sin darse cuenta de que nadie se queda por lo que no brilla desde dentro. Y así, con todo ese ruido, siguen siendo invisibles. No porque el mundo los ignore, sino porque jamás aprendieron a ser algo digno de ser visto. Átropos no corta sus hilos. Porque simplemente… nunca llegaron a tejerse.
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