Recuerdo la primera vez que mis manos extinguieron una vida. Y como un tren de ideas, ese recuerdo siempre termina por llevarme a otro.
"Los otros niños no me creen cuando les digo que somos de «esos» Colton", sollozaba yo. Tendría cinco o seis años. Abue Gaby curaba mis heridas, hacía lo que podía porque yo me resistía al ardor del antiséptico.
"No importa lo que piensen ellos", dijo ella. "Mientras tú sepas quién eres".
Volví a poner atención a la televisión. "Colton", un nombre que imponía respeto, que significaba poder. Era el nombre de la empresa en la pantalla, el de sus directivos, y según Abue, éramos parte de ellos.
¿Por qué vivía esa gente llena de lujos y opulencia, mientras que Abue y yo estábamos confinadas a una vida de carencia, miseria y tragedia? ¿Realmente éramos de los mismos Colton, o sólo lo decía cuando quería verme sonreír?
"Soy una Colton", era mi manera favorita de lidiar con todo. Convencida de que era parte de algo más grande, de que un día llegaría una limosina a ese pueblucho y hombres con trajes elegantes me sacarían de ahí. "Esta no es mi verdadera vida".
Ridículo, claro. Era mi vida y lo sigue siendo.
Abue Gaby terminaría explicándome todo. El cómo le arrebataron a su hija. El cómo ella amenazó con hacer públicas las aberrantes cosas que los Colton habían hecho. El cómo fue enviada a un asilo mental, y después, confinada al otro lado del mundo. Perdió todo lo que amaba a manos de quienes se hacían llamar su carne y sangre.
Como un bucle, un recuerdo me lleva a otro. Las risas de los niños, mis rodillas ensangrentadas, los hombres de traje en la tele, la historia de Abue... y el día en que la limosina por fin llegó a nuestra puerta.
El día en el que extinguí la flama de una vida por primera vez.
Así que sí, soy una Colton. La única que queda.
"Los otros niños no me creen cuando les digo que somos de «esos» Colton", sollozaba yo. Tendría cinco o seis años. Abue Gaby curaba mis heridas, hacía lo que podía porque yo me resistía al ardor del antiséptico.
"No importa lo que piensen ellos", dijo ella. "Mientras tú sepas quién eres".
Volví a poner atención a la televisión. "Colton", un nombre que imponía respeto, que significaba poder. Era el nombre de la empresa en la pantalla, el de sus directivos, y según Abue, éramos parte de ellos.
¿Por qué vivía esa gente llena de lujos y opulencia, mientras que Abue y yo estábamos confinadas a una vida de carencia, miseria y tragedia? ¿Realmente éramos de los mismos Colton, o sólo lo decía cuando quería verme sonreír?
"Soy una Colton", era mi manera favorita de lidiar con todo. Convencida de que era parte de algo más grande, de que un día llegaría una limosina a ese pueblucho y hombres con trajes elegantes me sacarían de ahí. "Esta no es mi verdadera vida".
Ridículo, claro. Era mi vida y lo sigue siendo.
Abue Gaby terminaría explicándome todo. El cómo le arrebataron a su hija. El cómo ella amenazó con hacer públicas las aberrantes cosas que los Colton habían hecho. El cómo fue enviada a un asilo mental, y después, confinada al otro lado del mundo. Perdió todo lo que amaba a manos de quienes se hacían llamar su carne y sangre.
Como un bucle, un recuerdo me lleva a otro. Las risas de los niños, mis rodillas ensangrentadas, los hombres de traje en la tele, la historia de Abue... y el día en que la limosina por fin llegó a nuestra puerta.
El día en el que extinguí la flama de una vida por primera vez.
Así que sí, soy una Colton. La única que queda.
Recuerdo la primera vez que mis manos extinguieron una vida. Y como un tren de ideas, ese recuerdo siempre termina por llevarme a otro.
"Los otros niños no me creen cuando les digo que somos de «esos» Colton", sollozaba yo. Tendría cinco o seis años. Abue Gaby curaba mis heridas, hacía lo que podía porque yo me resistía al ardor del antiséptico.
"No importa lo que piensen ellos", dijo ella. "Mientras tú sepas quién eres".
Volví a poner atención a la televisión. "Colton", un nombre que imponía respeto, que significaba poder. Era el nombre de la empresa en la pantalla, el de sus directivos, y según Abue, éramos parte de ellos.
¿Por qué vivía esa gente llena de lujos y opulencia, mientras que Abue y yo estábamos confinadas a una vida de carencia, miseria y tragedia? ¿Realmente éramos de los mismos Colton, o sólo lo decía cuando quería verme sonreír?
"Soy una Colton", era mi manera favorita de lidiar con todo. Convencida de que era parte de algo más grande, de que un día llegaría una limosina a ese pueblucho y hombres con trajes elegantes me sacarían de ahí. "Esta no es mi verdadera vida".
Ridículo, claro. Era mi vida y lo sigue siendo.
Abue Gaby terminaría explicándome todo. El cómo le arrebataron a su hija. El cómo ella amenazó con hacer públicas las aberrantes cosas que los Colton habían hecho. El cómo fue enviada a un asilo mental, y después, confinada al otro lado del mundo. Perdió todo lo que amaba a manos de quienes se hacían llamar su carne y sangre.
Como un bucle, un recuerdo me lleva a otro. Las risas de los niños, mis rodillas ensangrentadas, los hombres de traje en la tele, la historia de Abue... y el día en que la limosina por fin llegó a nuestra puerta.
El día en el que extinguí la flama de una vida por primera vez.
Así que sí, soy una Colton. La única que queda.


