Ella lo amaba. Con la clase de amor que se queda incluso cuando todo arde, incluso cuando la esperanza es apenas un murmullo. Lo amaba con las manos heridas de tanto intentar sostenerlo, con los ojos cansados de buscar en él algo que quisiera salvarse. Pero no bastó.
Porque el amor no lo puede todo.
A veces el desastre tiene raíces más profundas que el cariño. A veces alguien se aferra tanto a su propio abismo que ninguna voz alcanza, ningún gesto conmueve. Y ella lo entendió tarde: no se puede salvar a quien no quiere ser salvado. No importa cuánto ames, no importa cuánta luz lleves contigo si el otro ha elegido la sombra.
No fue falta de amor. Fue exceso de caos.
El amor no basta cuando el alma del otro es una casa en ruinas que él mismo incendia cada noche. No cuando su dolor es más fuerte que tu abrazo. No cuando se hunde sabiendo que tú estás ahí, y aún así elige no mirar atrás.
Ella aprendió que el amor no es redención. Que el amor no reconstruye lo que el otro ha decidido destruir. Y que quedarse, a veces, es perderse también.
Así que se fue. No por falta de amor, sino por amor propio. Porque incluso amar tiene un límite. Porque no todas las guerras se ganan con ternura.
Y porque algunos desastres son más grandes que cualquier intento de salvar.
Porque el amor no lo puede todo.
A veces el desastre tiene raíces más profundas que el cariño. A veces alguien se aferra tanto a su propio abismo que ninguna voz alcanza, ningún gesto conmueve. Y ella lo entendió tarde: no se puede salvar a quien no quiere ser salvado. No importa cuánto ames, no importa cuánta luz lleves contigo si el otro ha elegido la sombra.
No fue falta de amor. Fue exceso de caos.
El amor no basta cuando el alma del otro es una casa en ruinas que él mismo incendia cada noche. No cuando su dolor es más fuerte que tu abrazo. No cuando se hunde sabiendo que tú estás ahí, y aún así elige no mirar atrás.
Ella aprendió que el amor no es redención. Que el amor no reconstruye lo que el otro ha decidido destruir. Y que quedarse, a veces, es perderse también.
Así que se fue. No por falta de amor, sino por amor propio. Porque incluso amar tiene un límite. Porque no todas las guerras se ganan con ternura.
Y porque algunos desastres son más grandes que cualquier intento de salvar.
Ella lo amaba. Con la clase de amor que se queda incluso cuando todo arde, incluso cuando la esperanza es apenas un murmullo. Lo amaba con las manos heridas de tanto intentar sostenerlo, con los ojos cansados de buscar en él algo que quisiera salvarse. Pero no bastó.
Porque el amor no lo puede todo.
A veces el desastre tiene raíces más profundas que el cariño. A veces alguien se aferra tanto a su propio abismo que ninguna voz alcanza, ningún gesto conmueve. Y ella lo entendió tarde: no se puede salvar a quien no quiere ser salvado. No importa cuánto ames, no importa cuánta luz lleves contigo si el otro ha elegido la sombra.
No fue falta de amor. Fue exceso de caos.
El amor no basta cuando el alma del otro es una casa en ruinas que él mismo incendia cada noche. No cuando su dolor es más fuerte que tu abrazo. No cuando se hunde sabiendo que tú estás ahí, y aún así elige no mirar atrás.
Ella aprendió que el amor no es redención. Que el amor no reconstruye lo que el otro ha decidido destruir. Y que quedarse, a veces, es perderse también.
Así que se fue. No por falta de amor, sino por amor propio. Porque incluso amar tiene un límite. Porque no todas las guerras se ganan con ternura.
Y porque algunos desastres son más grandes que cualquier intento de salvar.


