Tenlo en cuenta al responder.
" Cada noche, tejía sueños para los mortales: unos dulces, otros aterradores, todos necesarios. Sin embargo, desde hacía un tiempo, algo en él había cambiado.
Ya no disfrutaba del arte de soñar.
Los colores se le desvanecían entre los dedos. Donde antes ponía jardines imposibles y cielos de fuego danzante, ahora solo quedaban grises sin forma. No entendía por qué. No había guerras en su reino, no había enemigos visibles. Pero sentía un peso, como una sombra constante sobre su pecho. Una tristeza callada que ni el sueño más alegre lograba disipar.
—¿Qué me sucede? —preguntó una noche a su reflejo en el estanque de los sueños no cumplidos.
El reflejo no respondió.
Desesperado, Morfeo descendió al mundo de los humanos, disfrazado de viento. Quería entender qué causaba ese vacío en su pecho. Se posó sobre la frente de una niña que lloraba en silencio, en una habitación donde las paredes se habían acostumbrado a ignorar el dolor.
En su sueño, la niña le habló:
—¿Tú también te sientes solo aunque todos te vean? —
Y Morfeo entendió.
Él, creador de sueños, se había olvidado de soñar para sí mismo. Había vivido siglos entre las ilusiones de otros, sin permitirse tener las suyas. Había cuidado los corazones ajenos, pero descuidado el suyo.
Entonces lloró. No como un dios, sino como un alma.
Y de esas lágrimas nació un nuevo tipo de sueño: uno que mezclaba dolor y esperanza, pérdida y renacimiento. Un sueño más humano. Más real.
Desde entonces, Morfeo siguió tejiendo, pero ya no para escapar del dolor, sino para aceptarlo y transformarlo. La tristeza no se fue, pero se convirtió en compañera, en inspiración, en parte del arte.
Porque incluso en el reino de los sueños, también hay espacio para la melancolía."
Ya no disfrutaba del arte de soñar.
Los colores se le desvanecían entre los dedos. Donde antes ponía jardines imposibles y cielos de fuego danzante, ahora solo quedaban grises sin forma. No entendía por qué. No había guerras en su reino, no había enemigos visibles. Pero sentía un peso, como una sombra constante sobre su pecho. Una tristeza callada que ni el sueño más alegre lograba disipar.
—¿Qué me sucede? —preguntó una noche a su reflejo en el estanque de los sueños no cumplidos.
El reflejo no respondió.
Desesperado, Morfeo descendió al mundo de los humanos, disfrazado de viento. Quería entender qué causaba ese vacío en su pecho. Se posó sobre la frente de una niña que lloraba en silencio, en una habitación donde las paredes se habían acostumbrado a ignorar el dolor.
En su sueño, la niña le habló:
—¿Tú también te sientes solo aunque todos te vean? —
Y Morfeo entendió.
Él, creador de sueños, se había olvidado de soñar para sí mismo. Había vivido siglos entre las ilusiones de otros, sin permitirse tener las suyas. Había cuidado los corazones ajenos, pero descuidado el suyo.
Entonces lloró. No como un dios, sino como un alma.
Y de esas lágrimas nació un nuevo tipo de sueño: uno que mezclaba dolor y esperanza, pérdida y renacimiento. Un sueño más humano. Más real.
Desde entonces, Morfeo siguió tejiendo, pero ya no para escapar del dolor, sino para aceptarlo y transformarlo. La tristeza no se fue, pero se convirtió en compañera, en inspiración, en parte del arte.
Porque incluso en el reino de los sueños, también hay espacio para la melancolía."
" Cada noche, tejía sueños para los mortales: unos dulces, otros aterradores, todos necesarios. Sin embargo, desde hacía un tiempo, algo en él había cambiado.
Ya no disfrutaba del arte de soñar.
Los colores se le desvanecían entre los dedos. Donde antes ponía jardines imposibles y cielos de fuego danzante, ahora solo quedaban grises sin forma. No entendía por qué. No había guerras en su reino, no había enemigos visibles. Pero sentía un peso, como una sombra constante sobre su pecho. Una tristeza callada que ni el sueño más alegre lograba disipar.
—¿Qué me sucede? —preguntó una noche a su reflejo en el estanque de los sueños no cumplidos.
El reflejo no respondió.
Desesperado, Morfeo descendió al mundo de los humanos, disfrazado de viento. Quería entender qué causaba ese vacío en su pecho. Se posó sobre la frente de una niña que lloraba en silencio, en una habitación donde las paredes se habían acostumbrado a ignorar el dolor.
En su sueño, la niña le habló:
—¿Tú también te sientes solo aunque todos te vean? —
Y Morfeo entendió.
Él, creador de sueños, se había olvidado de soñar para sí mismo. Había vivido siglos entre las ilusiones de otros, sin permitirse tener las suyas. Había cuidado los corazones ajenos, pero descuidado el suyo.
Entonces lloró. No como un dios, sino como un alma.
Y de esas lágrimas nació un nuevo tipo de sueño: uno que mezclaba dolor y esperanza, pérdida y renacimiento. Un sueño más humano. Más real.
Desde entonces, Morfeo siguió tejiendo, pero ya no para escapar del dolor, sino para aceptarlo y transformarlo. La tristeza no se fue, pero se convirtió en compañera, en inspiración, en parte del arte.
Porque incluso en el reino de los sueños, también hay espacio para la melancolía."

