El café estaba listo. La mujer que había tocado a su puerta, sentada en el sofá. Mediana edad, probablemente sólo una ama de casa.
—Debería demandar a la revista por seguir dando mi dirección a todo el que pregunta —dijo él, luego bebió de su taza y dejó la otra en la mesa de centro.
—Frederick no puede separarse de Sofía —la mujer se atrevía a hablar por fin. Levantó su cabeza para ver los cansados ojos del docente.
—¿Disculpe? —
—Frederick y Sofía tienen que quedarse juntos. No puede separarlos —ella habló con total seriedad.
—¿De verdad vino usted aquí, a la casa de un completo extraño, a las once de la noche, a decir esto? —
Increíble. Las amas de casa son algo fascinante.
—¡No puede separarlos! ¡No puede, Frederick la ama, yo lo sé! —se había puesto de pie. Tomó al profesor por la camisa, lo sacudió un poco. —¡No los separe! —
—Oiga, señora… se está tomando esto muy en serio, ¿no cree? —
Sólo era un trabajo de medio tiempo escribiendo historias románticas en una revista para amas de casa. ¿Qué tan malo podía ser? Ah, parece que Sawajiri pecó de ingenuo. Otra vez. ¿Cuántas iban en el mes?
—¡No los separe, no se atreva! —las manos femeninas volvieron a sacudirlo.
—¡Frederick es un mujeriego, él no ama a nadie más que a sí mismo! —vociferó él. Oh, no, ¿se lo estaba tomando en serio también?
—¡Cállese, usted no sabe nada de Frederick! —ella lo sacudió más todavía.
—¿De qué carajo habla? ¡Yo creé a Frederick y a Sofía! —
—¡No me importa! Él la ama y puede cambiar, las otras son sólo diversión —y no dejaba de sacudirlo.
—¡Abra los ojos, señora! Los hombres como Frederick no cambian. Le pide perdón cuando la caga, y días después se está cogiendo a otra. Sofía va a perdonarlo una y otra vez, y en quince años, cuando esté llena de hijos, estrías y sueños inconclusos, él va a decirle que se descuidó y la dejará por una más joven. ¿Es eso lo que usted quiere para Sofía? —
Los ojos de la mujer se abrieron de par en par, luego huyeron de la mirada masculina. La camisa soltó, parecía no saber qué hacer ahora con sus manos. Como un ruidoso juguete al que de pronto se le terminaron las baterías, la energía, se había apagado.
—Señor, ¿usted cree que Sofía es tonta? —un tono más apagado, casi como un susurro, usó la ella.
—¿…Eh? —
—Sofía lo sabe. Ella sabe todo eso, y está dispuesta a sacrificarlo todo. Su vida, su futuro, sus sueños, todo. Porque ella… —
—¿Porque ella lo ama? —
—Porque ella… —volvió a mirarlo. Sus ojos luchaban por contener las lágrimas, unas que parecían tener mucho tiempo guardadas. —…es sólo una ama de casa. Una ama de casa con la esperanza de que, quizás sólo esta vez, la historia sea distinta. Porque es lo único que le queda—.
Silencio. Largo, incómodo, asfixiante silencio.
—¿Sabe algo, señora? —se encargó él de terminar el silencio. —Tal vez… Frederick sí puede cambiar—.
—Debería demandar a la revista por seguir dando mi dirección a todo el que pregunta —dijo él, luego bebió de su taza y dejó la otra en la mesa de centro.
—Frederick no puede separarse de Sofía —la mujer se atrevía a hablar por fin. Levantó su cabeza para ver los cansados ojos del docente.
—¿Disculpe? —
—Frederick y Sofía tienen que quedarse juntos. No puede separarlos —ella habló con total seriedad.
—¿De verdad vino usted aquí, a la casa de un completo extraño, a las once de la noche, a decir esto? —
Increíble. Las amas de casa son algo fascinante.
—¡No puede separarlos! ¡No puede, Frederick la ama, yo lo sé! —se había puesto de pie. Tomó al profesor por la camisa, lo sacudió un poco. —¡No los separe! —
—Oiga, señora… se está tomando esto muy en serio, ¿no cree? —
Sólo era un trabajo de medio tiempo escribiendo historias románticas en una revista para amas de casa. ¿Qué tan malo podía ser? Ah, parece que Sawajiri pecó de ingenuo. Otra vez. ¿Cuántas iban en el mes?
—¡No los separe, no se atreva! —las manos femeninas volvieron a sacudirlo.
—¡Frederick es un mujeriego, él no ama a nadie más que a sí mismo! —vociferó él. Oh, no, ¿se lo estaba tomando en serio también?
—¡Cállese, usted no sabe nada de Frederick! —ella lo sacudió más todavía.
—¿De qué carajo habla? ¡Yo creé a Frederick y a Sofía! —
—¡No me importa! Él la ama y puede cambiar, las otras son sólo diversión —y no dejaba de sacudirlo.
—¡Abra los ojos, señora! Los hombres como Frederick no cambian. Le pide perdón cuando la caga, y días después se está cogiendo a otra. Sofía va a perdonarlo una y otra vez, y en quince años, cuando esté llena de hijos, estrías y sueños inconclusos, él va a decirle que se descuidó y la dejará por una más joven. ¿Es eso lo que usted quiere para Sofía? —
Los ojos de la mujer se abrieron de par en par, luego huyeron de la mirada masculina. La camisa soltó, parecía no saber qué hacer ahora con sus manos. Como un ruidoso juguete al que de pronto se le terminaron las baterías, la energía, se había apagado.
—Señor, ¿usted cree que Sofía es tonta? —un tono más apagado, casi como un susurro, usó la ella.
—¿…Eh? —
—Sofía lo sabe. Ella sabe todo eso, y está dispuesta a sacrificarlo todo. Su vida, su futuro, sus sueños, todo. Porque ella… —
—¿Porque ella lo ama? —
—Porque ella… —volvió a mirarlo. Sus ojos luchaban por contener las lágrimas, unas que parecían tener mucho tiempo guardadas. —…es sólo una ama de casa. Una ama de casa con la esperanza de que, quizás sólo esta vez, la historia sea distinta. Porque es lo único que le queda—.
Silencio. Largo, incómodo, asfixiante silencio.
—¿Sabe algo, señora? —se encargó él de terminar el silencio. —Tal vez… Frederick sí puede cambiar—.
El café estaba listo. La mujer que había tocado a su puerta, sentada en el sofá. Mediana edad, probablemente sólo una ama de casa.
—Debería demandar a la revista por seguir dando mi dirección a todo el que pregunta —dijo él, luego bebió de su taza y dejó la otra en la mesa de centro.
—Frederick no puede separarse de Sofía —la mujer se atrevía a hablar por fin. Levantó su cabeza para ver los cansados ojos del docente.
—¿Disculpe? —
—Frederick y Sofía tienen que quedarse juntos. No puede separarlos —ella habló con total seriedad.
—¿De verdad vino usted aquí, a la casa de un completo extraño, a las once de la noche, a decir esto? —
Increíble. Las amas de casa son algo fascinante.
—¡No puede separarlos! ¡No puede, Frederick la ama, yo lo sé! —se había puesto de pie. Tomó al profesor por la camisa, lo sacudió un poco. —¡No los separe! —
—Oiga, señora… se está tomando esto muy en serio, ¿no cree? —
Sólo era un trabajo de medio tiempo escribiendo historias románticas en una revista para amas de casa. ¿Qué tan malo podía ser? Ah, parece que Sawajiri pecó de ingenuo. Otra vez. ¿Cuántas iban en el mes?
—¡No los separe, no se atreva! —las manos femeninas volvieron a sacudirlo.
—¡Frederick es un mujeriego, él no ama a nadie más que a sí mismo! —vociferó él. Oh, no, ¿se lo estaba tomando en serio también?
—¡Cállese, usted no sabe nada de Frederick! —ella lo sacudió más todavía.
—¿De qué carajo habla? ¡Yo creé a Frederick y a Sofía! —
—¡No me importa! Él la ama y puede cambiar, las otras son sólo diversión —y no dejaba de sacudirlo.
—¡Abra los ojos, señora! Los hombres como Frederick no cambian. Le pide perdón cuando la caga, y días después se está cogiendo a otra. Sofía va a perdonarlo una y otra vez, y en quince años, cuando esté llena de hijos, estrías y sueños inconclusos, él va a decirle que se descuidó y la dejará por una más joven. ¿Es eso lo que usted quiere para Sofía? —
Los ojos de la mujer se abrieron de par en par, luego huyeron de la mirada masculina. La camisa soltó, parecía no saber qué hacer ahora con sus manos. Como un ruidoso juguete al que de pronto se le terminaron las baterías, la energía, se había apagado.
—Señor, ¿usted cree que Sofía es tonta? —un tono más apagado, casi como un susurro, usó la ella.
—¿…Eh? —
—Sofía lo sabe. Ella sabe todo eso, y está dispuesta a sacrificarlo todo. Su vida, su futuro, sus sueños, todo. Porque ella… —
—¿Porque ella lo ama? —
—Porque ella… —volvió a mirarlo. Sus ojos luchaban por contener las lágrimas, unas que parecían tener mucho tiempo guardadas. —…es sólo una ama de casa. Una ama de casa con la esperanza de que, quizás sólo esta vez, la historia sea distinta. Porque es lo único que le queda—.
Silencio. Largo, incómodo, asfixiante silencio.
—¿Sabe algo, señora? —se encargó él de terminar el silencio. —Tal vez… Frederick sí puede cambiar—.

