El sol caía sin piedad sobre el lago, empapando la superficie con un brillo insoportable. El cielo estaba despejado, cruelmente azul, y el calor se sentía como una manta gruesa pegada al cuerpo. John empujó la manga de su camiseta sin mangas con el antebrazo, el sudor deslizándose por su cuello y por la espalda baja con una terquedad que irritaba más que incomodaba.
—Jodido calor… —murmuró, con el cubrebocas bajado hasta la barbilla, mientras se inclinaba para sujetar otra bolsa negra.
La balsa inflable crujía levemente con cada movimiento. No era un bote elegante ni robusto, pero era suficiente para este tipo de trabajo. Ligera, silenciosa, fácil de hundir si alguna vez lo necesitaba.
Frente a él, el lago se extendía profundo y silencioso. Oscuro. No había fondo visible. Solo agua negra que lo tragaba todo con una indiferencia absoluta.
Levantó la bolsa con un pequeño esfuerzo —esa sí pesaba más que las otras— y la arrojó al agua. El impacto levantó una salpicadura mínima, que pronto fue absorbida por la quietud del lago. Como si nunca hubiese existido. Como si nada lo hiciera.
—Podría estar desayunando... un panecillo o algo —gruñó, limpiándose la frente con la muñeca—. Pero no. Aquí estoy. Tostándome como si esto fuera Miami.
Otra bolsa. Otro lanzamiento. Otro pequeño *chap*. Las ondas se extendieron perezosas, muriendo rápido. El lago siempre recibía sin hacer preguntas. En ese sentido, era lo más cercano a una tumba perfecta.
El sol brilló sobre el agua con un destello blanco, forzándolo a entrecerrar los ojos. Se colocó los lentes oscuros de nuevo. La jornada estaba por terminar. Solo quedaban dos bolsas.
—Debería pedirle a Hammer que me pague extra por días calurosos —masculló—. O que al menos me consiga una lancha con sombrilla.
El silencio fue su única respuesta.
Y aunque sudaba, y el aire era espeso y denso, John se sentía… tranquilo.
Lanzá otra bolsa.
–Una menos.
—Jodido calor… —murmuró, con el cubrebocas bajado hasta la barbilla, mientras se inclinaba para sujetar otra bolsa negra.
La balsa inflable crujía levemente con cada movimiento. No era un bote elegante ni robusto, pero era suficiente para este tipo de trabajo. Ligera, silenciosa, fácil de hundir si alguna vez lo necesitaba.
Frente a él, el lago se extendía profundo y silencioso. Oscuro. No había fondo visible. Solo agua negra que lo tragaba todo con una indiferencia absoluta.
Levantó la bolsa con un pequeño esfuerzo —esa sí pesaba más que las otras— y la arrojó al agua. El impacto levantó una salpicadura mínima, que pronto fue absorbida por la quietud del lago. Como si nunca hubiese existido. Como si nada lo hiciera.
—Podría estar desayunando... un panecillo o algo —gruñó, limpiándose la frente con la muñeca—. Pero no. Aquí estoy. Tostándome como si esto fuera Miami.
Otra bolsa. Otro lanzamiento. Otro pequeño *chap*. Las ondas se extendieron perezosas, muriendo rápido. El lago siempre recibía sin hacer preguntas. En ese sentido, era lo más cercano a una tumba perfecta.
El sol brilló sobre el agua con un destello blanco, forzándolo a entrecerrar los ojos. Se colocó los lentes oscuros de nuevo. La jornada estaba por terminar. Solo quedaban dos bolsas.
—Debería pedirle a Hammer que me pague extra por días calurosos —masculló—. O que al menos me consiga una lancha con sombrilla.
El silencio fue su única respuesta.
Y aunque sudaba, y el aire era espeso y denso, John se sentía… tranquilo.
Lanzá otra bolsa.
–Una menos.
El sol caía sin piedad sobre el lago, empapando la superficie con un brillo insoportable. El cielo estaba despejado, cruelmente azul, y el calor se sentía como una manta gruesa pegada al cuerpo. John empujó la manga de su camiseta sin mangas con el antebrazo, el sudor deslizándose por su cuello y por la espalda baja con una terquedad que irritaba más que incomodaba.
—Jodido calor… —murmuró, con el cubrebocas bajado hasta la barbilla, mientras se inclinaba para sujetar otra bolsa negra.
La balsa inflable crujía levemente con cada movimiento. No era un bote elegante ni robusto, pero era suficiente para este tipo de trabajo. Ligera, silenciosa, fácil de hundir si alguna vez lo necesitaba.
Frente a él, el lago se extendía profundo y silencioso. Oscuro. No había fondo visible. Solo agua negra que lo tragaba todo con una indiferencia absoluta.
Levantó la bolsa con un pequeño esfuerzo —esa sí pesaba más que las otras— y la arrojó al agua. El impacto levantó una salpicadura mínima, que pronto fue absorbida por la quietud del lago. Como si nunca hubiese existido. Como si nada lo hiciera.
—Podría estar desayunando... un panecillo o algo —gruñó, limpiándose la frente con la muñeca—. Pero no. Aquí estoy. Tostándome como si esto fuera Miami.
Otra bolsa. Otro lanzamiento. Otro pequeño *chap*. Las ondas se extendieron perezosas, muriendo rápido. El lago siempre recibía sin hacer preguntas. En ese sentido, era lo más cercano a una tumba perfecta.
El sol brilló sobre el agua con un destello blanco, forzándolo a entrecerrar los ojos. Se colocó los lentes oscuros de nuevo. La jornada estaba por terminar. Solo quedaban dos bolsas.
—Debería pedirle a Hammer que me pague extra por días calurosos —masculló—. O que al menos me consiga una lancha con sombrilla.
El silencio fue su única respuesta.
Y aunque sudaba, y el aire era espeso y denso, John se sentía… tranquilo.
Lanzá otra bolsa.
–Una menos.

