Eunoë flotaba, una bruma plateada con destellos dorados que palpitaban como si respirara a través de cada partícula suspendida en el Reino Onírico. Sus pequeñas manos de niebla se apoyaban en la superficie invisible que separaba su mundo del de los que estaban despiertos. Una pared sin materia, solo marcada por la falta de sueños. A través de ella, observaba.

Del otro lado, esa Diosa —tan viva, tan despierta, con una sonrisa—. No como risa liviana, sino como quien escupe palabras para no llorar. Y Morfeo… su maestro, ese ente que a veces parecía más fuego que sombra, le devolvía una sonrisa que no era del todo suya.

"Es curioso" murmuró, con voz que se evaporaba como brisa tibia. "Una Diosa que logra hacer reír al Maestro… pero ni un segundo cierra los ojos para dejarme entrar."

Se encogió, la bruma contrayéndose como un suspiro apretado. La vibración de su esencia titiló con frustración silenciosa.

"Si solo los cerrara… si dejara de reprocharle, aunque fuese por un instante, yo podría cubrirla con mi manto, ese que no pesa y que consuela. No le robaría nada. Solo un momento. Solo… un descanso."

Las manos nebulosas se deslizaron por la barrera.

"Maestro, usted tampoco ayuda. No comparte con ella su don… ¿Cómo se supone que pueda ayudarla yo, si usted ni siquiera deja que duerma?" resopló "¡Yo puedo, juro que puedo! Pero ella está tan despierta… tan rota de vigilia."

bajó sus manitas de niebla.

"No me dejan soñar por ella. No si no me dejan entrar. Qué ironía: una Diosa que no duerme y un Maestro que no la invita a soñar…"

Y allí se quedó, suspendida, esperándola. Porque algún día, sus párpados caerían, aunque fuese por cansancio, y sabría entrar sin herir.

No necesitaba una respuesta de su maestro, solo necesitaba que le abriera paso para interactuar con esa alma que buscaba un sueño reparador.
Eunoë flotaba, una bruma plateada con destellos dorados que palpitaban como si respirara a través de cada partícula suspendida en el Reino Onírico. Sus pequeñas manos de niebla se apoyaban en la superficie invisible que separaba su mundo del de los que estaban despiertos. Una pared sin materia, solo marcada por la falta de sueños. A través de ella, observaba. Del otro lado, esa Diosa —tan viva, tan despierta, con una sonrisa—. No como risa liviana, sino como quien escupe palabras para no llorar. Y Morfeo… su maestro, ese ente que a veces parecía más fuego que sombra, le devolvía una sonrisa que no era del todo suya. "Es curioso" murmuró, con voz que se evaporaba como brisa tibia. "Una Diosa que logra hacer reír al Maestro… pero ni un segundo cierra los ojos para dejarme entrar." Se encogió, la bruma contrayéndose como un suspiro apretado. La vibración de su esencia titiló con frustración silenciosa. "Si solo los cerrara… si dejara de reprocharle, aunque fuese por un instante, yo podría cubrirla con mi manto, ese que no pesa y que consuela. No le robaría nada. Solo un momento. Solo… un descanso." Las manos nebulosas se deslizaron por la barrera. "Maestro, usted tampoco ayuda. No comparte con ella su don… ¿Cómo se supone que pueda ayudarla yo, si usted ni siquiera deja que duerma?" resopló "¡Yo puedo, juro que puedo! Pero ella está tan despierta… tan rota de vigilia." bajó sus manitas de niebla. "No me dejan soñar por ella. No si no me dejan entrar. Qué ironía: una Diosa que no duerme y un Maestro que no la invita a soñar…" Y allí se quedó, suspendida, esperándola. Porque algún día, sus párpados caerían, aunque fuese por cansancio, y sabría entrar sin herir. No necesitaba una respuesta de su maestro, solo necesitaba que le abriera paso para interactuar con esa alma que buscaba un sueño reparador.
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