La tarde teñía el cielo con tonos anaranjados y púrpuras, mientras las sombras de los árboles se alargaban sobre la tierra húmeda. Unas hojas secas crujieron bajo las botas de John cuando empujó la puerta de la cabaña con el pie. El interior estaba en penumbra, apenas iluminado por los últimos rayos del sol que se colaban por las rendijas de las persianas rotas.
Con un gruñido bajo, cargó la body bag amarilla sobre su hombro. No era liviana, pero no era la primera vez que transportaba algo así. El cierre metálico estaba firme, cruzando el bulto como una cicatriz.
—Siempre los dejan en el piso más alejado… como si esto pesara aire —masculló entre dientes, mientras avanzaba hacia la salida.
La puerta osciló con un rechinido leve al abrirse de par en par. El exterior lo recibió con una brisa tibia, cargada del aroma de pino y tierra mojada. El contraste con el olor estancado de la cabaña le hizo exhalar con fuerza. Caminó con paso constante por el porche de madera, que crujía a cada paso.
La body bag rebotaba ligeramente en su hombro a cada zancada, y John ajustó su agarre con un resoplido.
—Una cerveza. Solo quiero una maldita cerveza y una ducha fría.
Al llegar al borde del camino, dejó caer la bolsa por un momento sobre el pasto. Se quitó los guantes, los lanzó dentro de una caja de herramientas metálica, y se apoyó contra un árbol, mirando la escena con los lentes oscuros resbalando un poco por su nariz sudada.
Detrás de él, la cabaña seguía en silencio. Ni un cuervo, ni un grillo. Solo el viento entre las ramas.
—Nadie ve lo que hacemos —murmuró—. Pero todos duermen tranquilos gracias a eso.
Se incorporó otra vez, volvió a cargar el bulto y comenzó a caminar hacia donde había estacionado la vieja furgoneta sin logotipos. El motor aún estaba caliente. En unos minutos, estaría en camino al lago.
Con un gruñido bajo, cargó la body bag amarilla sobre su hombro. No era liviana, pero no era la primera vez que transportaba algo así. El cierre metálico estaba firme, cruzando el bulto como una cicatriz.
—Siempre los dejan en el piso más alejado… como si esto pesara aire —masculló entre dientes, mientras avanzaba hacia la salida.
La puerta osciló con un rechinido leve al abrirse de par en par. El exterior lo recibió con una brisa tibia, cargada del aroma de pino y tierra mojada. El contraste con el olor estancado de la cabaña le hizo exhalar con fuerza. Caminó con paso constante por el porche de madera, que crujía a cada paso.
La body bag rebotaba ligeramente en su hombro a cada zancada, y John ajustó su agarre con un resoplido.
—Una cerveza. Solo quiero una maldita cerveza y una ducha fría.
Al llegar al borde del camino, dejó caer la bolsa por un momento sobre el pasto. Se quitó los guantes, los lanzó dentro de una caja de herramientas metálica, y se apoyó contra un árbol, mirando la escena con los lentes oscuros resbalando un poco por su nariz sudada.
Detrás de él, la cabaña seguía en silencio. Ni un cuervo, ni un grillo. Solo el viento entre las ramas.
—Nadie ve lo que hacemos —murmuró—. Pero todos duermen tranquilos gracias a eso.
Se incorporó otra vez, volvió a cargar el bulto y comenzó a caminar hacia donde había estacionado la vieja furgoneta sin logotipos. El motor aún estaba caliente. En unos minutos, estaría en camino al lago.
La tarde teñía el cielo con tonos anaranjados y púrpuras, mientras las sombras de los árboles se alargaban sobre la tierra húmeda. Unas hojas secas crujieron bajo las botas de John cuando empujó la puerta de la cabaña con el pie. El interior estaba en penumbra, apenas iluminado por los últimos rayos del sol que se colaban por las rendijas de las persianas rotas.
Con un gruñido bajo, cargó la body bag amarilla sobre su hombro. No era liviana, pero no era la primera vez que transportaba algo así. El cierre metálico estaba firme, cruzando el bulto como una cicatriz.
—Siempre los dejan en el piso más alejado… como si esto pesara aire —masculló entre dientes, mientras avanzaba hacia la salida.
La puerta osciló con un rechinido leve al abrirse de par en par. El exterior lo recibió con una brisa tibia, cargada del aroma de pino y tierra mojada. El contraste con el olor estancado de la cabaña le hizo exhalar con fuerza. Caminó con paso constante por el porche de madera, que crujía a cada paso.
La body bag rebotaba ligeramente en su hombro a cada zancada, y John ajustó su agarre con un resoplido.
—Una cerveza. Solo quiero una maldita cerveza y una ducha fría.
Al llegar al borde del camino, dejó caer la bolsa por un momento sobre el pasto. Se quitó los guantes, los lanzó dentro de una caja de herramientas metálica, y se apoyó contra un árbol, mirando la escena con los lentes oscuros resbalando un poco por su nariz sudada.
Detrás de él, la cabaña seguía en silencio. Ni un cuervo, ni un grillo. Solo el viento entre las ramas.
—Nadie ve lo que hacemos —murmuró—. Pero todos duermen tranquilos gracias a eso.
Se incorporó otra vez, volvió a cargar el bulto y comenzó a caminar hacia donde había estacionado la vieja furgoneta sin logotipos. El motor aún estaba caliente. En unos minutos, estaría en camino al lago.
