No se conmueve la tejedora del fin,
ni por carne divina ni por lágrimas humanas. No lame las heridas de los que nacen y escupen veneno creyendo que es linaje.

¿Comprensión?
La palabra se pudre en la boca del hipócrita que disfraza su desprecio con filosofía barata. No es sabio quien mide la pureza por sangre, sino cobarde que teme al reflejo en su barro.

La diosa, tan pura como ingenua,
abre los brazos como quien no ha aprendido. Pero Atrapós lo sabe:
algunos monstruos no se redimen,
se contemplan en silencio hasta que muerden.

Y si muerden,
ella arranca las fauces sin pestañear.

No se conmueve la tejedora del fin, ni por carne divina ni por lágrimas humanas. No lame las heridas de los que nacen y escupen veneno creyendo que es linaje. ¿Comprensión? La palabra se pudre en la boca del hipócrita que disfraza su desprecio con filosofía barata. No es sabio quien mide la pureza por sangre, sino cobarde que teme al reflejo en su barro. La diosa, tan pura como ingenua, abre los brazos como quien no ha aprendido. Pero Atrapós lo sabe: algunos monstruos no se redimen, se contemplan en silencio hasta que muerden. Y si muerden, ella arranca las fauces sin pestañear.
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