El cliente llegó tarde. Siempre lo hacen. John esperaba apoyado contra la vieja camioneta, bajo el amparo de su gorra negra y el cubrebocas que ya no se quitaba ni en su tiempo libre. No por el polvo, ni por las bacterias. Era simplemente más fácil así. Menos rostro, menos preguntas.
El hombre que bajó del auto de lujo tenía esa energía que dejaba residuos. Traje caro, sonrisa forzada, y un maletín que parecía más pesado de lo que debería.
—Gracias por venir en persona —dijo el cliente, extendiéndole la mano. John no la estrechó. Solo asintió.
—¿Qué hay que limpiar? —preguntó con voz neutra, casi sin inflexión.
—Esta vez... es algo diferente.
John ladeó la cabeza. Ya lo sabía. Cuando pedían una reunión cara a cara, era porque no querían un limpiador. Querían un fantasma.
—No queremos que limpie después. Queremos que lo resuelva antes.
Hubo un silencio espeso. Las palabras cayeron con un peso diferente. “Resolver antes” era solo una forma elegante de pedir lo inaceptable.
John sostuvo la mirada del hombre, aunque sus ojos estaban parcialmente ocultos por la sombra de la gorra. El cubrebocas se movió apenas, revelando una voz firme, baja, sin vacilación:
—Yo... solo limpio sus desastres.
El cliente abrió la boca, pero John ya se había girado. El motor de la camioneta rugió al encenderse. Mientras se alejaba por el camino de grava, bajo la luz tenue del amanecer, John pensaba en lo delgado que era el hilo entre limpiar la sangre... y derramarla. Y en cómo, por ahora, seguía sin cargar eso en su conciencia.
El hombre que bajó del auto de lujo tenía esa energía que dejaba residuos. Traje caro, sonrisa forzada, y un maletín que parecía más pesado de lo que debería.
—Gracias por venir en persona —dijo el cliente, extendiéndole la mano. John no la estrechó. Solo asintió.
—¿Qué hay que limpiar? —preguntó con voz neutra, casi sin inflexión.
—Esta vez... es algo diferente.
John ladeó la cabeza. Ya lo sabía. Cuando pedían una reunión cara a cara, era porque no querían un limpiador. Querían un fantasma.
—No queremos que limpie después. Queremos que lo resuelva antes.
Hubo un silencio espeso. Las palabras cayeron con un peso diferente. “Resolver antes” era solo una forma elegante de pedir lo inaceptable.
John sostuvo la mirada del hombre, aunque sus ojos estaban parcialmente ocultos por la sombra de la gorra. El cubrebocas se movió apenas, revelando una voz firme, baja, sin vacilación:
—Yo... solo limpio sus desastres.
El cliente abrió la boca, pero John ya se había girado. El motor de la camioneta rugió al encenderse. Mientras se alejaba por el camino de grava, bajo la luz tenue del amanecer, John pensaba en lo delgado que era el hilo entre limpiar la sangre... y derramarla. Y en cómo, por ahora, seguía sin cargar eso en su conciencia.
El cliente llegó tarde. Siempre lo hacen. John esperaba apoyado contra la vieja camioneta, bajo el amparo de su gorra negra y el cubrebocas que ya no se quitaba ni en su tiempo libre. No por el polvo, ni por las bacterias. Era simplemente más fácil así. Menos rostro, menos preguntas.
El hombre que bajó del auto de lujo tenía esa energía que dejaba residuos. Traje caro, sonrisa forzada, y un maletín que parecía más pesado de lo que debería.
—Gracias por venir en persona —dijo el cliente, extendiéndole la mano. John no la estrechó. Solo asintió.
—¿Qué hay que limpiar? —preguntó con voz neutra, casi sin inflexión.
—Esta vez... es algo diferente.
John ladeó la cabeza. Ya lo sabía. Cuando pedían una reunión cara a cara, era porque no querían un limpiador. Querían un fantasma.
—No queremos que limpie después. Queremos que lo resuelva antes.
Hubo un silencio espeso. Las palabras cayeron con un peso diferente. “Resolver antes” era solo una forma elegante de pedir lo inaceptable.
John sostuvo la mirada del hombre, aunque sus ojos estaban parcialmente ocultos por la sombra de la gorra. El cubrebocas se movió apenas, revelando una voz firme, baja, sin vacilación:
—Yo... solo limpio sus desastres.
El cliente abrió la boca, pero John ya se había girado. El motor de la camioneta rugió al encenderse. Mientras se alejaba por el camino de grava, bajo la luz tenue del amanecer, John pensaba en lo delgado que era el hilo entre limpiar la sangre... y derramarla. Y en cómo, por ahora, seguía sin cargar eso en su conciencia.
