Dentro del Palacio de Hades, en el corazón del Inframundo, detrás de una puerta forjada en hierro meteórico y sellada con juramentos olvidados por los vivos yace la habitación de Melíone, la hija velada de Perséfone, engendrada en los silencios profundos del Inframundo.

Ubicada en una de las torres más antiguas del palacio de Hades, donde ni siquiera Cerbero se atreve a rondar, la habitación de Melíone no fue construida: fue convocada. Surgió del eco del primer suspiro que Perséfone soltó tras que Hades sacara de su vientre a su hija, el suspiro que mezcló lo fértil de la tierra con lo inmutable de la muerte.

Con paredes traslucidas donde sombras se mueven libremente como peces dentro del firme mármol negro. Cada sombra representa una parte del alma de Melíone que jamás tocará la luz del mundo mortal. Inscritas en las paredes hay palabras órficas en espiral, que giran muy lentamente, revelando profecías a quien sepa leerlas sin enloquecer.

El techo no existe. En su lugar, hay una apertura a un firmamento interior donde flota el Nyktaión, una luna artificial creada por la propia Melíone: negra como la tinta del río Estigia, pero brillante con la luz de las almas que han sido juzgadas con justicia.

Su lecho está hecho con huesos de leviatanes del Tártaro, suavizado con plumas que cayeron de las alas de Pegaso. A su lado duerme un pequeño espíritu de fuego azul, un antiguo guardián que sólo responde a su voz, y que puede volverse un cometa de furia si se la amenaza.

El aire en su cámara está lleno de aromas imposibles: la esencia de la flor de asfódelo mezclada con incienso lunar, y la humedad dulce de los campos élisicos, donde su linaje se entrelaza con la esperanza de redención. En un rincón, una fuente derrama eternamente agua del Lete, el río del olvido. Melíone a veces la contempla, aunque jamás bebe de ella. Guarda la memoria de su madre, de los mortales que la invocan en sus sueños, y de las antiguas ceremonias en las que fue honrada con su nombre temido: la oscura hija, la del rostro oculto, la de los pasos que no dejan huella.

Un lugar donde no cualquiera puede entrar o salir sin el permiso de la tenebrosa Melinoe, se cuenta que dentro aun se escuchan los susurros de aquellos valientes o tontos que se atrevieron a entrar pero nunca salieron.

Y aunque Hades rara vez sube hasta su torre, se dice que hay una inscripción en la entrada, grabada con su propia mano:

“Aquí mora la hija que no fue concebida por el tiempo,
ni por la voluntad de los dioses,
sino por el equilibrio sagrado entre lo que muere y lo que renace.”


//Yo no escribí esto, me lo envió alguien más lo cambie poquito pero ella fue la que lo hizo
Dentro del Palacio de Hades, en el corazón del Inframundo, detrás de una puerta forjada en hierro meteórico y sellada con juramentos olvidados por los vivos yace la habitación de Melíone, la hija velada de Perséfone, engendrada en los silencios profundos del Inframundo. Ubicada en una de las torres más antiguas del palacio de Hades, donde ni siquiera Cerbero se atreve a rondar, la habitación de Melíone no fue construida: fue convocada. Surgió del eco del primer suspiro que Perséfone soltó tras que Hades sacara de su vientre a su hija, el suspiro que mezcló lo fértil de la tierra con lo inmutable de la muerte. Con paredes traslucidas donde sombras se mueven libremente como peces dentro del firme mármol negro. Cada sombra representa una parte del alma de Melíone que jamás tocará la luz del mundo mortal. Inscritas en las paredes hay palabras órficas en espiral, que giran muy lentamente, revelando profecías a quien sepa leerlas sin enloquecer. El techo no existe. En su lugar, hay una apertura a un firmamento interior donde flota el Nyktaión, una luna artificial creada por la propia Melíone: negra como la tinta del río Estigia, pero brillante con la luz de las almas que han sido juzgadas con justicia. Su lecho está hecho con huesos de leviatanes del Tártaro, suavizado con plumas que cayeron de las alas de Pegaso. A su lado duerme un pequeño espíritu de fuego azul, un antiguo guardián que sólo responde a su voz, y que puede volverse un cometa de furia si se la amenaza. El aire en su cámara está lleno de aromas imposibles: la esencia de la flor de asfódelo mezclada con incienso lunar, y la humedad dulce de los campos élisicos, donde su linaje se entrelaza con la esperanza de redención. En un rincón, una fuente derrama eternamente agua del Lete, el río del olvido. Melíone a veces la contempla, aunque jamás bebe de ella. Guarda la memoria de su madre, de los mortales que la invocan en sus sueños, y de las antiguas ceremonias en las que fue honrada con su nombre temido: la oscura hija, la del rostro oculto, la de los pasos que no dejan huella. Un lugar donde no cualquiera puede entrar o salir sin el permiso de la tenebrosa Melinoe, se cuenta que dentro aun se escuchan los susurros de aquellos valientes o tontos que se atrevieron a entrar pero nunca salieron. Y aunque Hades rara vez sube hasta su torre, se dice que hay una inscripción en la entrada, grabada con su propia mano: “Aquí mora la hija que no fue concebida por el tiempo, ni por la voluntad de los dioses, sino por el equilibrio sagrado entre lo que muere y lo que renace.” //Yo no escribí esto, me lo envió alguien más lo cambie poquito pero ella fue la que lo hizo
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