En lo profundo del reino onírico, donde el tiempo no dicta y la forma no manda, ella seguía trabajando. Impecable, como siempre. Invisible en su andar, pero inevitable en su influencia. Su habilidad, •Mar de sueños•, se expandía como un aliento tibio, llenando las mentes humanas de bruma suave y protectora, envolviéndolas en descanso e inspiración. Y con su don más sutil, •Sembradora de alivio•, tejía sin ruido la regeneración de la voluntad. Como un susurro divino apenas percibido, como una flor que brota en la sombra sin ser mirada.
Aunque su corazón de niebla palpitara con una brisa inquieta por el destino de su maestro, Morfeo, no dejó que la perturbación habitara sus obras. El respeto que le tenía al señor Hypnos era templado y prudente —un respeto que no se acercaba a lo absoluto. Al fin y al cabo, pocos sabían que el río fluye sin pedir permiso. Que los sellos no contienen lo que se niega a ser atrapado. Que pocos saben ser padres, y aún menos, saben ser hijos. Que pocos sobreviven... y menos logran morir bien.
Y sin embargo, Eunoë no era tristeza. Ni enojo. Ni resignación. Su presencia en los sueños era como la humedad en la niebla: no la ves llegar, pero sabes que está. Su bruma no era pesada, ni oscura. Solo... estaba. Tejía la sanación donde nadie miraba. Daba consuelo sin pedir reconocimiento. Aunque su alma vibrase en una nota lejana, era parte del silencio que calma.
Una estrella fugaz pasó por encima de su rincón, y sin alzar la mirada, sus pequeñas manos de niebla continuaron trabajando.
Aunque su corazón de niebla palpitara con una brisa inquieta por el destino de su maestro, Morfeo, no dejó que la perturbación habitara sus obras. El respeto que le tenía al señor Hypnos era templado y prudente —un respeto que no se acercaba a lo absoluto. Al fin y al cabo, pocos sabían que el río fluye sin pedir permiso. Que los sellos no contienen lo que se niega a ser atrapado. Que pocos saben ser padres, y aún menos, saben ser hijos. Que pocos sobreviven... y menos logran morir bien.
Y sin embargo, Eunoë no era tristeza. Ni enojo. Ni resignación. Su presencia en los sueños era como la humedad en la niebla: no la ves llegar, pero sabes que está. Su bruma no era pesada, ni oscura. Solo... estaba. Tejía la sanación donde nadie miraba. Daba consuelo sin pedir reconocimiento. Aunque su alma vibrase en una nota lejana, era parte del silencio que calma.
Una estrella fugaz pasó por encima de su rincón, y sin alzar la mirada, sus pequeñas manos de niebla continuaron trabajando.
En lo profundo del reino onírico, donde el tiempo no dicta y la forma no manda, ella seguía trabajando. Impecable, como siempre. Invisible en su andar, pero inevitable en su influencia. Su habilidad, •Mar de sueños•, se expandía como un aliento tibio, llenando las mentes humanas de bruma suave y protectora, envolviéndolas en descanso e inspiración. Y con su don más sutil, •Sembradora de alivio•, tejía sin ruido la regeneración de la voluntad. Como un susurro divino apenas percibido, como una flor que brota en la sombra sin ser mirada.
Aunque su corazón de niebla palpitara con una brisa inquieta por el destino de su maestro, Morfeo, no dejó que la perturbación habitara sus obras. El respeto que le tenía al señor Hypnos era templado y prudente —un respeto que no se acercaba a lo absoluto. Al fin y al cabo, pocos sabían que el río fluye sin pedir permiso. Que los sellos no contienen lo que se niega a ser atrapado. Que pocos saben ser padres, y aún menos, saben ser hijos. Que pocos sobreviven... y menos logran morir bien.
Y sin embargo, Eunoë no era tristeza. Ni enojo. Ni resignación. Su presencia en los sueños era como la humedad en la niebla: no la ves llegar, pero sabes que está. Su bruma no era pesada, ni oscura. Solo... estaba. Tejía la sanación donde nadie miraba. Daba consuelo sin pedir reconocimiento. Aunque su alma vibrase en una nota lejana, era parte del silencio que calma.
Una estrella fugaz pasó por encima de su rincón, y sin alzar la mirada, sus pequeñas manos de niebla continuaron trabajando.

