El sol de la tarde caía bajo, tiñendo el cielo de un naranja pálido mientras Sloane tomaba la curva a toda velocidad. El viento agitaba su cabello suelto y la música del estéreo apenas se escuchaba sobre el rugido del motor. No era una carrera, pero para ella, cada kilómetro recorrido se sentía como una victoria sobre algo invisible que intentaba alcanzarla.

El asfalto ardía bajo las ruedas, y su mirada estaba fija en el horizonte. Cuando por fin divisó la entrada a su casa, frenó con un golpe seco, dejando una nube de polvo detrás. Bajó del auto sin decir palabra, con las llaves aún tintineando en su mano.

La puerta de la casa se abrió con un chirrido familiar. La luz dorada del atardecer se filtraba por las ventanas, pintando la sala con sombras largas y suaves. Sin detenerse, Sloane caminó directo hacia la estantería. Pasó la yema de los dedos por los lomos de los libros hasta encontrar el correcto: su favorito, de esos que ya sabían sus secretos.

Se dejó caer en el sillón frente a la ventana abierta, el aire tibio acariciándole la piel. Afuera, los árboles se mecían suavemente. Dentro, ella pasaba la primera página, como si el mundo entero pudiera detenerse por un momento más.
El sol de la tarde caía bajo, tiñendo el cielo de un naranja pálido mientras Sloane tomaba la curva a toda velocidad. El viento agitaba su cabello suelto y la música del estéreo apenas se escuchaba sobre el rugido del motor. No era una carrera, pero para ella, cada kilómetro recorrido se sentía como una victoria sobre algo invisible que intentaba alcanzarla. El asfalto ardía bajo las ruedas, y su mirada estaba fija en el horizonte. Cuando por fin divisó la entrada a su casa, frenó con un golpe seco, dejando una nube de polvo detrás. Bajó del auto sin decir palabra, con las llaves aún tintineando en su mano. La puerta de la casa se abrió con un chirrido familiar. La luz dorada del atardecer se filtraba por las ventanas, pintando la sala con sombras largas y suaves. Sin detenerse, Sloane caminó directo hacia la estantería. Pasó la yema de los dedos por los lomos de los libros hasta encontrar el correcto: su favorito, de esos que ya sabían sus secretos. Se dejó caer en el sillón frente a la ventana abierta, el aire tibio acariciándole la piel. Afuera, los árboles se mecían suavemente. Dentro, ella pasaba la primera página, como si el mundo entero pudiera detenerse por un momento más.
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