Tenlo en cuenta al responder.
Morfeo se encontró en un lugar extraño... un sueño que no había creado.
Allí, entre una bruma plateada, apareció ella.
No tenía nombre, pero su presencia era clara como la luna llena. Sus ojos contenían galaxias, su voz era un susurro que parecía haber viajado por siglos. Caminaba entre campos que no pertenecían a este mundo, y al mirarlo, Morfeo sintió algo que nunca había experimentado: asombro verdadero, una chispa de humanidad que no le era propia.
Intentó hablarle. Preguntarle quién era, de dónde venía. Pero en el sueño, las palabras eran niebla. Solo el silencio compartido se volvía eterno.
Al despertar, Morfeo buscó entre los sueños humanos algún rastro de ella. No la encontró. Día tras día volvió a dormirse, con la esperanza de reencontrarla. Y cada noche ella regresaba: igual de misteriosa, igual de hermosa, pero siempre fuera de su alcance.
Allí, entre una bruma plateada, apareció ella.
No tenía nombre, pero su presencia era clara como la luna llena. Sus ojos contenían galaxias, su voz era un susurro que parecía haber viajado por siglos. Caminaba entre campos que no pertenecían a este mundo, y al mirarlo, Morfeo sintió algo que nunca había experimentado: asombro verdadero, una chispa de humanidad que no le era propia.
Intentó hablarle. Preguntarle quién era, de dónde venía. Pero en el sueño, las palabras eran niebla. Solo el silencio compartido se volvía eterno.
Al despertar, Morfeo buscó entre los sueños humanos algún rastro de ella. No la encontró. Día tras día volvió a dormirse, con la esperanza de reencontrarla. Y cada noche ella regresaba: igual de misteriosa, igual de hermosa, pero siempre fuera de su alcance.
Morfeo se encontró en un lugar extraño... un sueño que no había creado.
Allí, entre una bruma plateada, apareció ella.
No tenía nombre, pero su presencia era clara como la luna llena. Sus ojos contenían galaxias, su voz era un susurro que parecía haber viajado por siglos. Caminaba entre campos que no pertenecían a este mundo, y al mirarlo, Morfeo sintió algo que nunca había experimentado: asombro verdadero, una chispa de humanidad que no le era propia.
Intentó hablarle. Preguntarle quién era, de dónde venía. Pero en el sueño, las palabras eran niebla. Solo el silencio compartido se volvía eterno.
Al despertar, Morfeo buscó entre los sueños humanos algún rastro de ella. No la encontró. Día tras día volvió a dormirse, con la esperanza de reencontrarla. Y cada noche ella regresaba: igual de misteriosa, igual de hermosa, pero siempre fuera de su alcance.

