Entre le bruit et moi
https://www.youtube.com/watch?v=CQCoyXC0CdA&list=RDCQCoyXC0CdA&start_radio=1
A los 18, Lia buscaba una salida de su realidad. Y la encontró una en un cartel pegado en una farola oxidada: "Se busca guitarrista para banda. Principiantes con agallas, bienvenidos." Había una dirección y una hora. Nada más.
Ahí conoció a Aren. Tenía 23, una guitarra gastada por las batallas, tatuajes que parecían contar historias a medias y una manera de hablar que mezclaba crudeza con paciencia. El ensayo fue en un sótano húmedo, con más cables que espacio y un baterista que llegaba siempre tarde. Lia no sabía casi nada, pero tenía actitud y algo en la forma de sostener la guitarra que hizo a Aren prestarle atención.
—Tienes manos de música, no de espectadora —le dijo después de escucharla tocar tres acordes mal encadenados, sabía que ella no pretendía volverse una famosa guitarrista o algo por el estilo, pero ahí estaba tratando de hacer algo que aún él no podía descifrar pero a pesar de ello la dejó quedarse ahí.
Desde ese día, comenzó algo que nunca fue romance, pero sí fue íntimo. Aren la enseñó a tocar desde la base, sin trucos baratos ni poses: digitación, riffs, cómo manejar un pedal de distorsión, cómo escuchar más de lo que se toca.
Pero también le enseñó lo que el mundo del rock no muestra en las fotos: el cansancio de las giras baratas, las promesas que no se cumplen, los productores que solo buscan una cara nueva para vender.
Y sin embargo, Aren siempre trazó una línea invisible entre Lia y la vida que le estaba mostrando.
Cuando le ofrecían tragos, él le pasaba agua. Cuando un tipo se ponía insistente intentando acercarse más a ella, Aren se plantaba al lado sin decir palabra, como un recordatorio sutil. Y cuando a Lia le brillaban los ojos con la idea de lanzarse más allá, él se encargaba de bajarla con una frase que parecía simple, pero lo decía todo.
—Cuidate, Lia. El ruido es bueno, pero no dejes que te trague.
No era paternalismo. Era respeto. Y eso Lia lo supo incluso entonces.
Permanecieron juntos durante un año, pasando por situaciones entre buenas y muy malas, pero a pesar de todo siempre estuvieron el uno para el otro acompañándose cuando la vida se volvía hostil hasta hacerlos sangrar.
Después, Aren se fue a producir a otra ciudad. Nunca le prometió quedarse, ambos sabían que solo estaban de pasada, como un momento fugaz en la vida del uno como del otro. El día de la despedida, Aren le dejó su pedal de distorsión con una nota pegada "No dejes de sonar como tu misma."
Ese fue su año de rock. No el de las luces, sino el que le enseñó a brillar sin perderse en ellas.
A los 18, Lia buscaba una salida de su realidad. Y la encontró una en un cartel pegado en una farola oxidada: "Se busca guitarrista para banda. Principiantes con agallas, bienvenidos." Había una dirección y una hora. Nada más.
Ahí conoció a Aren. Tenía 23, una guitarra gastada por las batallas, tatuajes que parecían contar historias a medias y una manera de hablar que mezclaba crudeza con paciencia. El ensayo fue en un sótano húmedo, con más cables que espacio y un baterista que llegaba siempre tarde. Lia no sabía casi nada, pero tenía actitud y algo en la forma de sostener la guitarra que hizo a Aren prestarle atención.
—Tienes manos de música, no de espectadora —le dijo después de escucharla tocar tres acordes mal encadenados, sabía que ella no pretendía volverse una famosa guitarrista o algo por el estilo, pero ahí estaba tratando de hacer algo que aún él no podía descifrar pero a pesar de ello la dejó quedarse ahí.
Desde ese día, comenzó algo que nunca fue romance, pero sí fue íntimo. Aren la enseñó a tocar desde la base, sin trucos baratos ni poses: digitación, riffs, cómo manejar un pedal de distorsión, cómo escuchar más de lo que se toca.
Pero también le enseñó lo que el mundo del rock no muestra en las fotos: el cansancio de las giras baratas, las promesas que no se cumplen, los productores que solo buscan una cara nueva para vender.
Y sin embargo, Aren siempre trazó una línea invisible entre Lia y la vida que le estaba mostrando.
Cuando le ofrecían tragos, él le pasaba agua. Cuando un tipo se ponía insistente intentando acercarse más a ella, Aren se plantaba al lado sin decir palabra, como un recordatorio sutil. Y cuando a Lia le brillaban los ojos con la idea de lanzarse más allá, él se encargaba de bajarla con una frase que parecía simple, pero lo decía todo.
—Cuidate, Lia. El ruido es bueno, pero no dejes que te trague.
No era paternalismo. Era respeto. Y eso Lia lo supo incluso entonces.
Permanecieron juntos durante un año, pasando por situaciones entre buenas y muy malas, pero a pesar de todo siempre estuvieron el uno para el otro acompañándose cuando la vida se volvía hostil hasta hacerlos sangrar.
Después, Aren se fue a producir a otra ciudad. Nunca le prometió quedarse, ambos sabían que solo estaban de pasada, como un momento fugaz en la vida del uno como del otro. El día de la despedida, Aren le dejó su pedal de distorsión con una nota pegada "No dejes de sonar como tu misma."
Ese fue su año de rock. No el de las luces, sino el que le enseñó a brillar sin perderse en ellas.
https://www.youtube.com/watch?v=CQCoyXC0CdA&list=RDCQCoyXC0CdA&start_radio=1
A los 18, Lia buscaba una salida de su realidad. Y la encontró una en un cartel pegado en una farola oxidada: "Se busca guitarrista para banda. Principiantes con agallas, bienvenidos." Había una dirección y una hora. Nada más.
Ahí conoció a Aren. Tenía 23, una guitarra gastada por las batallas, tatuajes que parecían contar historias a medias y una manera de hablar que mezclaba crudeza con paciencia. El ensayo fue en un sótano húmedo, con más cables que espacio y un baterista que llegaba siempre tarde. Lia no sabía casi nada, pero tenía actitud y algo en la forma de sostener la guitarra que hizo a Aren prestarle atención.
—Tienes manos de música, no de espectadora —le dijo después de escucharla tocar tres acordes mal encadenados, sabía que ella no pretendía volverse una famosa guitarrista o algo por el estilo, pero ahí estaba tratando de hacer algo que aún él no podía descifrar pero a pesar de ello la dejó quedarse ahí.
Desde ese día, comenzó algo que nunca fue romance, pero sí fue íntimo. Aren la enseñó a tocar desde la base, sin trucos baratos ni poses: digitación, riffs, cómo manejar un pedal de distorsión, cómo escuchar más de lo que se toca.
Pero también le enseñó lo que el mundo del rock no muestra en las fotos: el cansancio de las giras baratas, las promesas que no se cumplen, los productores que solo buscan una cara nueva para vender.
Y sin embargo, Aren siempre trazó una línea invisible entre Lia y la vida que le estaba mostrando.
Cuando le ofrecían tragos, él le pasaba agua. Cuando un tipo se ponía insistente intentando acercarse más a ella, Aren se plantaba al lado sin decir palabra, como un recordatorio sutil. Y cuando a Lia le brillaban los ojos con la idea de lanzarse más allá, él se encargaba de bajarla con una frase que parecía simple, pero lo decía todo.
—Cuidate, Lia. El ruido es bueno, pero no dejes que te trague.
No era paternalismo. Era respeto. Y eso Lia lo supo incluso entonces.
Permanecieron juntos durante un año, pasando por situaciones entre buenas y muy malas, pero a pesar de todo siempre estuvieron el uno para el otro acompañándose cuando la vida se volvía hostil hasta hacerlos sangrar.
Después, Aren se fue a producir a otra ciudad. Nunca le prometió quedarse, ambos sabían que solo estaban de pasada, como un momento fugaz en la vida del uno como del otro. El día de la despedida, Aren le dejó su pedal de distorsión con una nota pegada "No dejes de sonar como tu misma."
Ese fue su año de rock. No el de las luces, sino el que le enseñó a brillar sin perderse en ellas.
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible
