Volvió en silencio,
como la sombra que precede al fin,
con las tijeras aún tibias
del último hilo cortado.

Nadie la esperaba,
porque la esperanza —esa criatura necia—
había muerto hace tiempo,
estrangulada por promesas rotas
y amaneceres que jamás llegaron.

Átropos no llora,
no duda, no tiembla.
Su andar es recto,
su pulso eterno.
Ella no mata: concluye.
Ella no hiere: cierra.
Es la última nota de una canción
que nadie quiso escuchar hasta el final.

Regresa cuando ya no queda fe,
cuando el susurro de los dioses
se apaga en los labios de los moribundos.
No lleva corona, ni espinas, ni alas.
Solo el acero de su certeza
y la mirada vacía de quien ya lo ha visto todo.

En su presencia, los rezos se vuelven ceniza.
Los nombres se disuelven.
El amor, la rabia, el perdón… todo es igual.
Porque al final del hilo,
solo queda ella.

Y tú. Y el silencio.

Volvió en silencio, como la sombra que precede al fin, con las tijeras aún tibias del último hilo cortado. Nadie la esperaba, porque la esperanza —esa criatura necia— había muerto hace tiempo, estrangulada por promesas rotas y amaneceres que jamás llegaron. Átropos no llora, no duda, no tiembla. Su andar es recto, su pulso eterno. Ella no mata: concluye. Ella no hiere: cierra. Es la última nota de una canción que nadie quiso escuchar hasta el final. Regresa cuando ya no queda fe, cuando el susurro de los dioses se apaga en los labios de los moribundos. No lleva corona, ni espinas, ni alas. Solo el acero de su certeza y la mirada vacía de quien ya lo ha visto todo. En su presencia, los rezos se vuelven ceniza. Los nombres se disuelven. El amor, la rabia, el perdón… todo es igual. Porque al final del hilo, solo queda ella. Y tú. Y el silencio.
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