├┬┴┬┴Flashback; Institut auf dem Rosenberg en Suiza ┬┴┬┴┤


El viento helado se colaba por las ventanas altas del antiguo edificio de piedra. Afuera, la nieve cubría los jardines como un sudario. Dentro, el eco de risas y pasos retumbaba por los pasillos largos y fríos. Samantha Stark, con su uniforme perfectamente arreglado y el cabello recogido con esmero, caminaba sola. Siempre sola. A pesar de llevar un apellido que muchos reconocían con respeto —o con envidia—, la soledad era una constante en su vida. Su hermano, su único refugio emocional, estaba lejos. Le escribía cartas, la llamaba cuando podía, pero no era lo mismo. Su presencia no podía calentar los días grises ni llenar el hueco profundo que se formaba en su pecho cada vez que la rodeaban las risas ajenas. A veces se escondía bajo las escaleras del ala oeste, donde nadie solía pasar. Ahí lloraba en silencio, abrazando sus rodillas, conteniendo los sollozos para no darle más razones al mundo para burlarse de ella. Otras veces, el baño del tercer piso era su único refugio durante las comidas. Se sentaba en el suelo, la bandeja sobre las piernas, tragando bocados entre lágrimas. Le decían "niña de oro", "La olvidada", y le sonreían solo cuando querían algo. El bullying era sutil, a veces cruel. Una nota pegada en su casillero. Una risa fingida cuando pasaba. O el peso incómodo de ser invitada a un grupo solo por el apellido Stark. Pero en la lucha… en el combate, todo cambiaba. Descubrió el club de lucha casi por accidente. Se sintió atraída por el ruido seco de los guantes, el crujir de los huesos, el sudor y la fuerza sin palabras. Ahí no importaba quién eras ni cuánto dinero tenías. Solo importaba resistir, moverte, golpear, levantarte. En cada entrenamiento, en cada caída, encontró algo que nunca antes había sentido: calor. No en el cuerpo, sino en el alma. En el combate encontró un refugio. En la disciplina, una razón para seguir. Se volvió desconfiada, sí, más cerrada, pero también más fuerte. Cada cicatriz invisible la volvió menos niña y más guerrera. Y aunque la soledad seguía, ya no la destruía. La moldeaba.

├┬┴┬┴Flashback; Institut auf dem Rosenberg en Suiza ┬┴┬┴┤ El viento helado se colaba por las ventanas altas del antiguo edificio de piedra. Afuera, la nieve cubría los jardines como un sudario. Dentro, el eco de risas y pasos retumbaba por los pasillos largos y fríos. Samantha Stark, con su uniforme perfectamente arreglado y el cabello recogido con esmero, caminaba sola. Siempre sola. A pesar de llevar un apellido que muchos reconocían con respeto —o con envidia—, la soledad era una constante en su vida. Su hermano, su único refugio emocional, estaba lejos. Le escribía cartas, la llamaba cuando podía, pero no era lo mismo. Su presencia no podía calentar los días grises ni llenar el hueco profundo que se formaba en su pecho cada vez que la rodeaban las risas ajenas. A veces se escondía bajo las escaleras del ala oeste, donde nadie solía pasar. Ahí lloraba en silencio, abrazando sus rodillas, conteniendo los sollozos para no darle más razones al mundo para burlarse de ella. Otras veces, el baño del tercer piso era su único refugio durante las comidas. Se sentaba en el suelo, la bandeja sobre las piernas, tragando bocados entre lágrimas. Le decían "niña de oro", "La olvidada", y le sonreían solo cuando querían algo. El bullying era sutil, a veces cruel. Una nota pegada en su casillero. Una risa fingida cuando pasaba. O el peso incómodo de ser invitada a un grupo solo por el apellido Stark. Pero en la lucha… en el combate, todo cambiaba. Descubrió el club de lucha casi por accidente. Se sintió atraída por el ruido seco de los guantes, el crujir de los huesos, el sudor y la fuerza sin palabras. Ahí no importaba quién eras ni cuánto dinero tenías. Solo importaba resistir, moverte, golpear, levantarte. En cada entrenamiento, en cada caída, encontró algo que nunca antes había sentido: calor. No en el cuerpo, sino en el alma. En el combate encontró un refugio. En la disciplina, una razón para seguir. Se volvió desconfiada, sí, más cerrada, pero también más fuerte. Cada cicatriz invisible la volvió menos niña y más guerrera. Y aunque la soledad seguía, ya no la destruía. La moldeaba.
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