La boda… fue como una batalla suave, una que no dolía, una que me desmontó sin necesidad de herirme, como si toda mi vida hubiera estado preparándome para ese instante y no lo supiera, como si cada cicatriz, cada pérdida, cada noche de soledad y furia me empujara hacia ella, hacia ese altar, hacia sus ojos clavados en los míos como anclas en medio de una tormenta.

No quise un lugar lujoso, no me importa el oro ni las paredes altas, así que fue al aire libre, bajo los árboles, donde el viento podía llevarse los restos de lo que fuimos antes y dejar solo lo que veníamos a ser juntos, las hojas crujían bajo los pies, y su perfume ese que ya reconocía incluso dormido llenaba todo, se mezclaba con el bosque, con la sangre en mis venas.

Cuando la vi venir, vestida de blanco, tan jodidamente hermosa que me dolieron las costillas de contener el temblor, supe que no había marcha atrás, que ni mil inviernos podían borrar lo que estaba a punto de prometerle, porque no eran palabras lo que me ataban a ella, era el vínculo, era la certeza salvaje de que si alguien tocaba lo que era mío, no iba a quedar nada en pie.

No me tembló la voz al decir que sí, lo que me tembló fue el alma, porque ese “sí” no era solo para ella, era para todo lo que íbamos a enfrentar, para el infierno que me habita, para los enemigos que vendrán, para las noches en que no podré dormir sin oír su respiración, para los días en que el mundo me quiebre pero no me derrumbe, porque ella va a estar ahí, con sus manos pequeñas pero más fuertes que cualquier pacto de sangre.

Y cuando la besé, con todos mirando, con el corazón ardiendo y el cielo casi rompiéndose sobre nuestras cabezas, lo supe… yo ya no era solo un Alfa, ni un guerrero, ni una sombra, era suyo, completa, eterna, jodidamente suyo.

Anna Bloodmoon Wallace
La boda… fue como una batalla suave, una que no dolía, una que me desmontó sin necesidad de herirme, como si toda mi vida hubiera estado preparándome para ese instante y no lo supiera, como si cada cicatriz, cada pérdida, cada noche de soledad y furia me empujara hacia ella, hacia ese altar, hacia sus ojos clavados en los míos como anclas en medio de una tormenta. No quise un lugar lujoso, no me importa el oro ni las paredes altas, así que fue al aire libre, bajo los árboles, donde el viento podía llevarse los restos de lo que fuimos antes y dejar solo lo que veníamos a ser juntos, las hojas crujían bajo los pies, y su perfume ese que ya reconocía incluso dormido llenaba todo, se mezclaba con el bosque, con la sangre en mis venas. Cuando la vi venir, vestida de blanco, tan jodidamente hermosa que me dolieron las costillas de contener el temblor, supe que no había marcha atrás, que ni mil inviernos podían borrar lo que estaba a punto de prometerle, porque no eran palabras lo que me ataban a ella, era el vínculo, era la certeza salvaje de que si alguien tocaba lo que era mío, no iba a quedar nada en pie. No me tembló la voz al decir que sí, lo que me tembló fue el alma, porque ese “sí” no era solo para ella, era para todo lo que íbamos a enfrentar, para el infierno que me habita, para los enemigos que vendrán, para las noches en que no podré dormir sin oír su respiración, para los días en que el mundo me quiebre pero no me derrumbe, porque ella va a estar ahí, con sus manos pequeñas pero más fuertes que cualquier pacto de sangre. Y cuando la besé, con todos mirando, con el corazón ardiendo y el cielo casi rompiéndose sobre nuestras cabezas, lo supe… yo ya no era solo un Alfa, ni un guerrero, ni una sombra, era suyo, completa, eterna, jodidamente suyo. [glimmer_violet_tiger_639]
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