Como cada momento rutinario, siguiendo sus visitas por el reino onírico, iba danzando de aquí para allá pero, de repente, sintió un estremecimiento denso y afiebrado recorrer los hilos invisibles que aún la unían a su madre. Como una gota de sombra en un lago de plata, la perturbación se extendió, lenta pero clara. No dolía, pero pesaba… como una pesadilla demasiado viva.
No habló.
Solo giró su rostro nebuloso hacia Morfeo, con la quietud solemne de un búho entre ramas de sueño. Sus ojos de niebla no exigieron respuestas, pero la forma en que lo miraban… lo decía todo.
Había un desorden, un susurro roto entre susurros. No podía alcanzarla.
Ni a su madre, ni a la raíz exacta de ese escalofrío.
Pero lo sintió.
Una segunda pesadilla.
Con el mismo eco.
El mismo nombre no dicho.
Ese al que su madre aún, por alguna razón, llamaba… amado.
No habló.
Solo giró su rostro nebuloso hacia Morfeo, con la quietud solemne de un búho entre ramas de sueño. Sus ojos de niebla no exigieron respuestas, pero la forma en que lo miraban… lo decía todo.
Había un desorden, un susurro roto entre susurros. No podía alcanzarla.
Ni a su madre, ni a la raíz exacta de ese escalofrío.
Pero lo sintió.
Una segunda pesadilla.
Con el mismo eco.
El mismo nombre no dicho.
Ese al que su madre aún, por alguna razón, llamaba… amado.
Como cada momento rutinario, siguiendo sus visitas por el reino onírico, iba danzando de aquí para allá pero, de repente, sintió un estremecimiento denso y afiebrado recorrer los hilos invisibles que aún la unían a su madre. Como una gota de sombra en un lago de plata, la perturbación se extendió, lenta pero clara. No dolía, pero pesaba… como una pesadilla demasiado viva.
No habló.
Solo giró su rostro nebuloso hacia Morfeo, con la quietud solemne de un búho entre ramas de sueño. Sus ojos de niebla no exigieron respuestas, pero la forma en que lo miraban… lo decía todo.
Había un desorden, un susurro roto entre susurros. No podía alcanzarla.
Ni a su madre, ni a la raíz exacta de ese escalofrío.
Pero lo sintió.
Una segunda pesadilla.
Con el mismo eco.
El mismo nombre no dicho.
Ese al que su madre aún, por alguna razón, llamaba… amado.

