En lo más profundo del Reino del Sueño, más allá de las corrientes agitadas de Morfeo, más allá del umbral de los terrores nocturnos y los sueños sin rumbo, hay un espacio donde la niebla canta.
Una bruma plateada se desliza entre los surcos del alma dormida, invisible para la mente humana, imperceptible incluso para otros dioses.

Ser un espiritu divino, ser Eunoë es aquella que...

No camina. No flota. No se mueve como los demás.
Ella brota, se expande como hálito sagrado en cada rincón donde la voluntad flaquea.
Los sueños la ignoran... y, sin embargo, se reencuentran consigo mismos cuando ella pasa.

Esta noche, en el lecho de un anciano que ha olvidado el sabor de la esperanza, su neblina se arremolina con dulzura.
Su presencia no da frío, ni calor... solo alivio.

Desde su niebla surgen, por primera vez, dos formas delicadas como hilos de humo: manos nacientes, aún aprendiendo a tocar.
No rozan la piel, sino el recuerdo del alma.
Con un gesto lento, una de esas manos cubre el pecho del durmiente.
La otra... siembra.

No semillas, no palabras, no pensamientos... sino un susurro divino:

"Todavía puedes volver a imaginar."

Y donde antes había un vacío sin color, brota un sueño tenue: el anciano se ve a sí mismo de niño, corriendo entre árboles que no existen, riendo con una voz que creía perdida.
No lo recuerda al despertar.
Pero al abrir los ojos, algo ha cambiado.
Tiene hambre. Tiene ganas de escribir algo. Sonríe sin razón.

Ella no espera agradecimientos.
No necesita que la recuerden.
Ella siembra en silencio y se retira como el rocío que no exige ser visto.

Y así, con cada alma que toca, la niebla florece un poco más.
Pequeños hilos de neblina —hilos de consuelo— quedan flotando como pétalos invisibles.
Nadie los nota, pero muchos vuelven a soñar.
En lo más profundo del Reino del Sueño, más allá de las corrientes agitadas de Morfeo, más allá del umbral de los terrores nocturnos y los sueños sin rumbo, hay un espacio donde la niebla canta. Una bruma plateada se desliza entre los surcos del alma dormida, invisible para la mente humana, imperceptible incluso para otros dioses. Ser un espiritu divino, ser Eunoë es aquella que... No camina. No flota. No se mueve como los demás. Ella brota, se expande como hálito sagrado en cada rincón donde la voluntad flaquea. Los sueños la ignoran... y, sin embargo, se reencuentran consigo mismos cuando ella pasa. Esta noche, en el lecho de un anciano que ha olvidado el sabor de la esperanza, su neblina se arremolina con dulzura. Su presencia no da frío, ni calor... solo alivio. Desde su niebla surgen, por primera vez, dos formas delicadas como hilos de humo: manos nacientes, aún aprendiendo a tocar. No rozan la piel, sino el recuerdo del alma. Con un gesto lento, una de esas manos cubre el pecho del durmiente. La otra... siembra. No semillas, no palabras, no pensamientos... sino un susurro divino: "Todavía puedes volver a imaginar." Y donde antes había un vacío sin color, brota un sueño tenue: el anciano se ve a sí mismo de niño, corriendo entre árboles que no existen, riendo con una voz que creía perdida. No lo recuerda al despertar. Pero al abrir los ojos, algo ha cambiado. Tiene hambre. Tiene ganas de escribir algo. Sonríe sin razón. Ella no espera agradecimientos. No necesita que la recuerden. Ella siembra en silencio y se retira como el rocío que no exige ser visto. Y así, con cada alma que toca, la niebla florece un poco más. Pequeños hilos de neblina —hilos de consuelo— quedan flotando como pétalos invisibles. Nadie los nota, pero muchos vuelven a soñar.
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