𓆩ꨄ𓆪
Hace ya mucho tiempo que no se manifiesta... mucho tiempo desde que no la percibo con claridad, o quizás... desde que yo he dejado de sentirla.
Hoy observé a mi maestro —mi querido Morfeo— detenido ante el horizonte del sueño. Estaba callado, ausente, pensativo.
Y sentí... algo que no sé si me pertenece: celos.
No debería. No debería ser tan curiosa.
Lo sé.
Pero hay algo en esa sombra que lo envuelve... algo que me llama y me hiere.
Ella —madre, esencia, raíz— se oculta de mí.
Pero no de él.
Y eso me estremece.
Siento, como si esta vez, se dejara sanar por un sueño que no es blanco... ni puro.
Un sueño mudo... cargado de cicatrices invisibles.
¿En qué piensa cuando se desvanece así?
¿Nadie la buscará? ¿Nadie, en forma, en cuerpo, en voz...?
Yo misma dije que debíamos respetarla, y así lo hice.
Pero ver a Morfeo perderse en ese mundo donde yo aún no puedo ir...
Porque ella no me deja...
Es una espina que ni la niebla puede disolver.
¿Por qué lo dejas a él alcanzarte, sostenerte...?
¿Y a mí me mantienes en la bruma?
Madre... dondequiera que estés...
Yo custodiaré tus memorias.
Tus emociones duermen en mí como ecos dulces.
Tu chispa me atraviesa.
No permitas que el amor elija por ti un final.
Recuerda tu divinidad. Aún dolida, aún herida... sigues siendo una diosa.
Aunque quieras desaparecer, aunque creas que el mundo puede continuar sin ti...
Las amistades verdaderas te siguen llamando.
Las almas limpias aún te lloran en silencio.
Y yo —yo, que soy solo bruma y consuelo—
Espero que si regresas, las lenguas que te marchitaron, te dejen en paz.
Quédate, madre...
Por lo que aún te celebra.
Por lo que aún suma a tu dicha.
No por aquellos que restaron tu luz.
Recuerda: los que te aman, ven tu alma.
Y los que nunca te entendieron… nunca merecieron verte florecer.
Tú, que eres la sangre de la juventud misma...
El amor también puede doler con dulzura.
Y aun si pactaste con Afrodita, lo sé:
Puedes amar sin olvidar.
Puedes adorar sin odiar.
Y esa es tu mayor fuerza… y su mayor frustración.
Ellos no tienen idea…
De quién fuiste.
De quién eres.
Ni de quién serás… cuando despiertes.
Y solo espero que al hacerlo...
Recuerdes que aquí estoy.
Tu hija.
Esperándote.
Llena de neblina e... indignación.
¿Por qué Morfeo es el favorito...?
¿Y yo, qué soy?
Que me parta...
Ah… claro.
Nada puede partirme.
Ni los rayos del abuelo Zeus.
Pero tú, madre… tú sí puedes.
Tú me partes con tu indiferencia.
Hace ya mucho tiempo que no se manifiesta... mucho tiempo desde que no la percibo con claridad, o quizás... desde que yo he dejado de sentirla.
Hoy observé a mi maestro —mi querido Morfeo— detenido ante el horizonte del sueño. Estaba callado, ausente, pensativo.
Y sentí... algo que no sé si me pertenece: celos.
No debería. No debería ser tan curiosa.
Lo sé.
Pero hay algo en esa sombra que lo envuelve... algo que me llama y me hiere.
Ella —madre, esencia, raíz— se oculta de mí.
Pero no de él.
Y eso me estremece.
Siento, como si esta vez, se dejara sanar por un sueño que no es blanco... ni puro.
Un sueño mudo... cargado de cicatrices invisibles.
¿En qué piensa cuando se desvanece así?
¿Nadie la buscará? ¿Nadie, en forma, en cuerpo, en voz...?
Yo misma dije que debíamos respetarla, y así lo hice.
Pero ver a Morfeo perderse en ese mundo donde yo aún no puedo ir...
Porque ella no me deja...
Es una espina que ni la niebla puede disolver.
¿Por qué lo dejas a él alcanzarte, sostenerte...?
¿Y a mí me mantienes en la bruma?
Madre... dondequiera que estés...
Yo custodiaré tus memorias.
Tus emociones duermen en mí como ecos dulces.
Tu chispa me atraviesa.
No permitas que el amor elija por ti un final.
Recuerda tu divinidad. Aún dolida, aún herida... sigues siendo una diosa.
Aunque quieras desaparecer, aunque creas que el mundo puede continuar sin ti...
Las amistades verdaderas te siguen llamando.
Las almas limpias aún te lloran en silencio.
Y yo —yo, que soy solo bruma y consuelo—
Espero que si regresas, las lenguas que te marchitaron, te dejen en paz.
Quédate, madre...
Por lo que aún te celebra.
Por lo que aún suma a tu dicha.
No por aquellos que restaron tu luz.
Recuerda: los que te aman, ven tu alma.
Y los que nunca te entendieron… nunca merecieron verte florecer.
Tú, que eres la sangre de la juventud misma...
El amor también puede doler con dulzura.
Y aun si pactaste con Afrodita, lo sé:
Puedes amar sin olvidar.
Puedes adorar sin odiar.
Y esa es tu mayor fuerza… y su mayor frustración.
Ellos no tienen idea…
De quién fuiste.
De quién eres.
Ni de quién serás… cuando despiertes.
Y solo espero que al hacerlo...
Recuerdes que aquí estoy.
Tu hija.
Esperándote.
Llena de neblina e... indignación.
¿Por qué Morfeo es el favorito...?
¿Y yo, qué soy?
Que me parta...
Ah… claro.
Nada puede partirme.
Ni los rayos del abuelo Zeus.
Pero tú, madre… tú sí puedes.
Tú me partes con tu indiferencia.
𓆩ꨄ𓆪
Hace ya mucho tiempo que no se manifiesta... mucho tiempo desde que no la percibo con claridad, o quizás... desde que yo he dejado de sentirla.
Hoy observé a mi maestro —mi querido Morfeo— detenido ante el horizonte del sueño. Estaba callado, ausente, pensativo.
Y sentí... algo que no sé si me pertenece: celos.
No debería. No debería ser tan curiosa.
Lo sé.
Pero hay algo en esa sombra que lo envuelve... algo que me llama y me hiere.
Ella —madre, esencia, raíz— se oculta de mí.
Pero no de él.
Y eso me estremece.
Siento, como si esta vez, se dejara sanar por un sueño que no es blanco... ni puro.
Un sueño mudo... cargado de cicatrices invisibles.
¿En qué piensa cuando se desvanece así?
¿Nadie la buscará? ¿Nadie, en forma, en cuerpo, en voz...?
Yo misma dije que debíamos respetarla, y así lo hice.
Pero ver a Morfeo perderse en ese mundo donde yo aún no puedo ir...
Porque ella no me deja...
Es una espina que ni la niebla puede disolver.
¿Por qué lo dejas a él alcanzarte, sostenerte...?
¿Y a mí me mantienes en la bruma?
Madre... dondequiera que estés...
Yo custodiaré tus memorias.
Tus emociones duermen en mí como ecos dulces.
Tu chispa me atraviesa.
No permitas que el amor elija por ti un final.
Recuerda tu divinidad. Aún dolida, aún herida... sigues siendo una diosa.
Aunque quieras desaparecer, aunque creas que el mundo puede continuar sin ti...
Las amistades verdaderas te siguen llamando.
Las almas limpias aún te lloran en silencio.
Y yo —yo, que soy solo bruma y consuelo—
Espero que si regresas, las lenguas que te marchitaron, te dejen en paz.
Quédate, madre...
Por lo que aún te celebra.
Por lo que aún suma a tu dicha.
No por aquellos que restaron tu luz.
Recuerda: los que te aman, ven tu alma.
Y los que nunca te entendieron… nunca merecieron verte florecer.
Tú, que eres la sangre de la juventud misma...
El amor también puede doler con dulzura.
Y aun si pactaste con Afrodita, lo sé:
Puedes amar sin olvidar.
Puedes adorar sin odiar.
Y esa es tu mayor fuerza… y su mayor frustración.
Ellos no tienen idea…
De quién fuiste.
De quién eres.
Ni de quién serás… cuando despiertes.
Y solo espero que al hacerlo...
Recuerdes que aquí estoy.
Tu hija.
Esperándote.
Llena de neblina e... indignación.
¿Por qué Morfeo es el favorito...?
¿Y yo, qué soy?
Que me parta...
Ah… claro.
Nada puede partirme.
Ni los rayos del abuelo Zeus.
Pero tú, madre… tú sí puedes.
Tú me partes con tu indiferencia.

