Los recuerdos de su familia y amigos comenzaban ha asomar, como sombras persistentes que se deslizaban a través de su mente, queriendo tomar forma en un rincón olvidado de su ser. Mientras Mark se encontraba tumbado en la fría cama de un hotel, el peso de sus pensamientos era aún más pesado que la quietud del cuarto oscuro que lo rodeaba. El día había sido largo; las huellas de sus botas sobre la tierra eran la primera marca tangible que dejaba en años, tras tanto tiempo de estar lejos de su propio planeta, de su propio hogar.

La brisa cálida de la tarde se colaba por la ventana entreabierta, pero ni eso podía aliviar la tensión que sentía en su pecho. Pensaba en la Tierra, pensaba en lo que quedaba de ella. Ya hacía tanto tiempo que dejó de pensar en ellos de la manera en que lo hacía cuando era niño. Ya no quedaba espacio para el cariño ni para la preocupación. En Viltrum, le enseñaron a suprimir esas emociones, a erradicar todo lo que pudiera distraerlo del objetivo mayor: la misión. Había olvidado lo que era sentir un lazo verdadero, y aunque la distancia física lo había separando de la Tierra, la distancia emocional parecía aún más profunda.

El frío del colchón en el que yacía lo mantuvo anclado a la realidad. Aquella habitación no era más que una breve parada en su viaje, pero algo en ella lo hacía sentir aún más desconectado. La soledad pesaba, se instalaba en su ser como una compañera callada que solo lo acompañaba cuando la presión de las decisiones se volvía insoportable. Mientras su mente recorría aquellos recuerdos olvidados de su infancia, un suspiro escapó de sus labios.

— La Tierra es mi lugar de nacimiento... —dijo susurrando, con una leve fricción en la voz, como si las palabras no quisieran salir de su boca.

—Me es imposible fingir que no me importa que sea destruida en algún momento. —Una sensación de impotencia lo invadió, como un nudo que no podía deshacer. Con una mano, tocó su pecho, como si eso pudiera detener la creciente sensación de vacío que lo había acompañado desde su salida de Viltrum.

Su mirada se perdió en el techo, evitando la oscuridad que se acumulaba en los rincones. Las palabras de su madre, sus consejos, sus risas... todo lo que había dejado atrás. Aquella visión tan nítida de ella, tan viva en su memoria, ahora era solo una imagen borrosa, difusa por el tiempo y por las decisiones que había tomado.

— William, mi madre... —susurró, como si su voz pudiera alcanzar el otro lado del tiempo. Se permitió una pequeña sonrisa irónica, el dolor se diluía ligeramente en esa expresión, pero no era suficiente para calmar la tormenta dentro de él.

—Me gustaría visitarlos, por última vez, antes de que regrese a Viltrum. Aunque... no me agraden los cementerios. —Dijo en voz baja, burlándose de su propio sentimiento de nostalgia.

Se sentó en el borde de la cama, su cuerpo se tensó, y la incomodidad en su pecho se volvió aún más palpable. A veces, pensaba que no podía seguir negándose a sí mismo lo que su corazón aún guardaba, pero no podía permitirse ese lujo.

La cama era solo un lugar de descanso físico, no de paz mental. En su interior, el conflicto lo destrozaba lentamente, cada parte de él luchaba contra la otra. La Tierra era su hogar, pero... ¿realmente podía salvarla? ¿Qué quedaba de su humanidad entre tanto sacrificio y dolor? En la oscuridad de la habitación, Mark cerró los ojos. Quizá, solo quizás, aún quedaba algo en él que valía la pena salvar.
Los recuerdos de su familia y amigos comenzaban ha asomar, como sombras persistentes que se deslizaban a través de su mente, queriendo tomar forma en un rincón olvidado de su ser. Mientras Mark se encontraba tumbado en la fría cama de un hotel, el peso de sus pensamientos era aún más pesado que la quietud del cuarto oscuro que lo rodeaba. El día había sido largo; las huellas de sus botas sobre la tierra eran la primera marca tangible que dejaba en años, tras tanto tiempo de estar lejos de su propio planeta, de su propio hogar. La brisa cálida de la tarde se colaba por la ventana entreabierta, pero ni eso podía aliviar la tensión que sentía en su pecho. Pensaba en la Tierra, pensaba en lo que quedaba de ella. Ya hacía tanto tiempo que dejó de pensar en ellos de la manera en que lo hacía cuando era niño. Ya no quedaba espacio para el cariño ni para la preocupación. En Viltrum, le enseñaron a suprimir esas emociones, a erradicar todo lo que pudiera distraerlo del objetivo mayor: la misión. Había olvidado lo que era sentir un lazo verdadero, y aunque la distancia física lo había separando de la Tierra, la distancia emocional parecía aún más profunda. El frío del colchón en el que yacía lo mantuvo anclado a la realidad. Aquella habitación no era más que una breve parada en su viaje, pero algo en ella lo hacía sentir aún más desconectado. La soledad pesaba, se instalaba en su ser como una compañera callada que solo lo acompañaba cuando la presión de las decisiones se volvía insoportable. Mientras su mente recorría aquellos recuerdos olvidados de su infancia, un suspiro escapó de sus labios. — La Tierra es mi lugar de nacimiento... —dijo susurrando, con una leve fricción en la voz, como si las palabras no quisieran salir de su boca. —Me es imposible fingir que no me importa que sea destruida en algún momento. —Una sensación de impotencia lo invadió, como un nudo que no podía deshacer. Con una mano, tocó su pecho, como si eso pudiera detener la creciente sensación de vacío que lo había acompañado desde su salida de Viltrum. Su mirada se perdió en el techo, evitando la oscuridad que se acumulaba en los rincones. Las palabras de su madre, sus consejos, sus risas... todo lo que había dejado atrás. Aquella visión tan nítida de ella, tan viva en su memoria, ahora era solo una imagen borrosa, difusa por el tiempo y por las decisiones que había tomado. — William, mi madre... —susurró, como si su voz pudiera alcanzar el otro lado del tiempo. Se permitió una pequeña sonrisa irónica, el dolor se diluía ligeramente en esa expresión, pero no era suficiente para calmar la tormenta dentro de él. —Me gustaría visitarlos, por última vez, antes de que regrese a Viltrum. Aunque... no me agraden los cementerios. —Dijo en voz baja, burlándose de su propio sentimiento de nostalgia. Se sentó en el borde de la cama, su cuerpo se tensó, y la incomodidad en su pecho se volvió aún más palpable. A veces, pensaba que no podía seguir negándose a sí mismo lo que su corazón aún guardaba, pero no podía permitirse ese lujo. La cama era solo un lugar de descanso físico, no de paz mental. En su interior, el conflicto lo destrozaba lentamente, cada parte de él luchaba contra la otra. La Tierra era su hogar, pero... ¿realmente podía salvarla? ¿Qué quedaba de su humanidad entre tanto sacrificio y dolor? En la oscuridad de la habitación, Mark cerró los ojos. Quizá, solo quizás, aún quedaba algo en él que valía la pena salvar.
Me gusta
3
0 turnos 0 maullidos
Patrocinados
Patrocinados