En lo alto del árbol más antiguo, donde las raíces beben del abismo y las ramas acarician los secretos del firmamento, ella se sienta. Atropos,
Con el hilo enredado entre sus dedos pálidos, observa en silencio.
No hay viento que la roce, ni tiempo que la toque. Solo ella y el hilo.
Solo ella y el destino.

A sus pies, el mundo respira y muere a la vez. Las hojas tiemblan con cada nombre que se pronuncia en su mente,
cada suspiro de vida que se aproxima a su fin. No hay lágrima ni súplica que modifique el trazo. Ella no crea, no mide, solo corta. Y lo hace con una dulzura fría, como quien despide una estrella que se apaga en la vastedad.

Desde la cima, el universo parece una madeja enredada.
Y ella, paciente, con el hilo en mano, elige el momento. El crujir de la tijera no es más que un susurro,una despedida sutil que nadie oye,pero todos sienten.
En lo alto del árbol más antiguo, donde las raíces beben del abismo y las ramas acarician los secretos del firmamento, ella se sienta. Atropos, Con el hilo enredado entre sus dedos pálidos, observa en silencio. No hay viento que la roce, ni tiempo que la toque. Solo ella y el hilo. Solo ella y el destino. A sus pies, el mundo respira y muere a la vez. Las hojas tiemblan con cada nombre que se pronuncia en su mente, cada suspiro de vida que se aproxima a su fin. No hay lágrima ni súplica que modifique el trazo. Ella no crea, no mide, solo corta. Y lo hace con una dulzura fría, como quien despide una estrella que se apaga en la vastedad. Desde la cima, el universo parece una madeja enredada. Y ella, paciente, con el hilo en mano, elige el momento. El crujir de la tijera no es más que un susurro,una despedida sutil que nadie oye,pero todos sienten.
Me encocora
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