Cuando los dioses se retiraron del mundo, cansados del rugido de los hombres y del olvido de sus nombres, Morfeo quedó atrás. El dios de los sueños, nacido en las sombras del Letheo, no podía abandonar la Tierra: su esencia estaba entretejida en los suspiros dormidos de cada criatura. Pero ya nadie lo invocaba. Nadie hablaba de él en los cuentos, ni le construía templos de palabras.

Morfeo vagaba entonces, invisible, entre ciudades que nunca dormían, buscando retazos de sueños como quien recoge hojas muertas en otoño. Sus alas, que una vez desplegaron mundos enteros en los párpados de los humanos, estaban marchitas, casi olvidadas por el tiempo.

Solo un nombre lo mantenía despierto en su propia eternidad...
La diosa de la luna, su amante en la noche. La única que lo miraba cuando todos dormían, que tejía con su luz caminos por los que él guiaba los sueños. Pero Selene también había partido, o eso decían los vientos. La luna aún brillaba, sí, pero ya no respondía a sus susurros. Ya no descendía envuelta en niebla para danzar con él en los límites del mundo.

Morfeo lloró silencio. No por la pérdida de Selene, sino porque comprendió que los humanos también la habían olvidado...
Cuando los dioses se retiraron del mundo, cansados del rugido de los hombres y del olvido de sus nombres, Morfeo quedó atrás. El dios de los sueños, nacido en las sombras del Letheo, no podía abandonar la Tierra: su esencia estaba entretejida en los suspiros dormidos de cada criatura. Pero ya nadie lo invocaba. Nadie hablaba de él en los cuentos, ni le construía templos de palabras. Morfeo vagaba entonces, invisible, entre ciudades que nunca dormían, buscando retazos de sueños como quien recoge hojas muertas en otoño. Sus alas, que una vez desplegaron mundos enteros en los párpados de los humanos, estaban marchitas, casi olvidadas por el tiempo. Solo un nombre lo mantenía despierto en su propia eternidad... La diosa de la luna, su amante en la noche. La única que lo miraba cuando todos dormían, que tejía con su luz caminos por los que él guiaba los sueños. Pero Selene también había partido, o eso decían los vientos. La luna aún brillaba, sí, pero ya no respondía a sus susurros. Ya no descendía envuelta en niebla para danzar con él en los límites del mundo. Morfeo lloró silencio. No por la pérdida de Selene, sino porque comprendió que los humanos también la habían olvidado...
Me entristece
Me encocora
3
0 turnos 0 maullidos
Patrocinados
Patrocinados