⊱Desde el balcón de la mansión, entre las sombras del bosque, Atropos observa y escribe.

La niebla recorría el bosque como una antigua amiga, envolviendo la piedra fría del balcón donde Atropos reposaba,
pluma en mano, mirada perdida entre los ecos del mundo humano.

Lo había visto. No necesitó tocar el hilo para entenderlo.

Él la miraba con devoción callada,
como quien cree haber encontrado algo eterno en lo fugaz.
Y ella…ella respondía con una dulzura medida,hecha de silencios, de gestos que rozaban sin aferrarse.

Era hermosa, sí.
Pero también hueca en sus afectos.
Nunca mentía. No hacía falta.
Simplemente se deslizaba entre los días,
dejando que él creyera.

Compartían escenas cuidadas:
tazas a medio vaciar, palabras que parecían cariño.
Pero él, que lo dio todo,
nunca notó que solo él lo hacía.

No hubo gritos.
No hubo reclamos.
Solo un vacío creciendo entre cada intento.
Y luego, el silencio final.
No por muerte.
Sino por desinterés.

Desde su altura silenciosa,
Atropos no intervino.
No cortó hilos.
No alteró destinos.

Porque a veces, pensó,
la crueldad no requiere de manos divinas.
Solo de una mujer hermosa,
y de un hombre que creyó que eso bastaba.

°Una ligera risa vacía salió de ella, para luego solo decir en voz alta. —Humanos.. Tan Patéticos.
⊱Desde el balcón de la mansión, entre las sombras del bosque, Atropos observa y escribe. La niebla recorría el bosque como una antigua amiga, envolviendo la piedra fría del balcón donde Atropos reposaba, pluma en mano, mirada perdida entre los ecos del mundo humano. Lo había visto. No necesitó tocar el hilo para entenderlo. Él la miraba con devoción callada, como quien cree haber encontrado algo eterno en lo fugaz. Y ella…ella respondía con una dulzura medida,hecha de silencios, de gestos que rozaban sin aferrarse. Era hermosa, sí. Pero también hueca en sus afectos. Nunca mentía. No hacía falta. Simplemente se deslizaba entre los días, dejando que él creyera. Compartían escenas cuidadas: tazas a medio vaciar, palabras que parecían cariño. Pero él, que lo dio todo, nunca notó que solo él lo hacía. No hubo gritos. No hubo reclamos. Solo un vacío creciendo entre cada intento. Y luego, el silencio final. No por muerte. Sino por desinterés. Desde su altura silenciosa, Atropos no intervino. No cortó hilos. No alteró destinos. Porque a veces, pensó, la crueldad no requiere de manos divinas. Solo de una mujer hermosa, y de un hombre que creyó que eso bastaba. °Una ligera risa vacía salió de ella, para luego solo decir en voz alta. —Humanos.. Tan Patéticos.
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