Hay quienes temen al silencio más que a la muerte. Se rodean de voces, de promesas ligeras, de sonrisas prestadas.
Caminan entre multitudes como náufragos aferrados a restos de madera, sin notar que hace tiempo dejaron de buscar la orilla. En su pecho, un hueco crece despacio, imperceptible, como la grieta en una vasija vieja.
No es falta de sueños lo que los consume, sino la cobardía de habitarlos a solas.
Y así pasan los días, corriendo tras luces ajenas, susurrándose que todavía queda tiempo. Que todavía queda algo.
Hay quienes temen al silencio más que a la muerte. Se rodean de voces, de promesas ligeras, de sonrisas prestadas. Caminan entre multitudes como náufragos aferrados a restos de madera, sin notar que hace tiempo dejaron de buscar la orilla. En su pecho, un hueco crece despacio, imperceptible, como la grieta en una vasija vieja. No es falta de sueños lo que los consume, sino la cobardía de habitarlos a solas. Y así pasan los días, corriendo tras luces ajenas, susurrándose que todavía queda tiempo. Que todavía queda algo.
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