El sol de la mañana se filtraba en delgados hilos de luz a través del espeso follaje, sembrando el bosque de destellos dorados. Bajo la sombra serena de un viejo roble, Lyssandra caminaba, su capa verde rozando las flores silvestres que tapizaban el suelo. Su cabello, suelto y brillante como la escarcha al amanecer, se movía con la brisa ligera.

Se detuvo al percibir una presencia suave. Un pequeño cervatillo emergió entre los helechos, sus ojos grandes reflejaban la pureza del bosque mismo. Lyssandra sonrió, y, con la calma que solo los seres en sintonía con la naturaleza podían poseer, se agachó despacio, extendiendo sus manos vacías en señal de paz.

El cervatillo se acercó con cautela primero, luego, confiado, presionó su hocico contra las palmas cálidas de Lyssandra. Ella acarició su cabeza con ternura, sintiendo el pulso vivo de la criatura bajo la yema de sus dedos.

—¿Ves? No tienes nada que temer —murmuró en voz baja, como si cantara una canción que el bosque ya conocía.

El cervatillo alzó su rostro hacia ella, como si entendiera cada palabra, y una voz leve, más un suspiro que un sonido, cruzó la distancia entre ellos.

—El bosque habla de cambios —dijo el cervatillo, sus pensamientos flotando en la mente de Lyssandra como pétalos sobre el agua.

Ella asintió, sin apartar la mirada serena del pequeño ser.

—Que cambie —susurró—. Estaré aquí para guiarlo, como siempre.
El sol de la mañana se filtraba en delgados hilos de luz a través del espeso follaje, sembrando el bosque de destellos dorados. Bajo la sombra serena de un viejo roble, Lyssandra caminaba, su capa verde rozando las flores silvestres que tapizaban el suelo. Su cabello, suelto y brillante como la escarcha al amanecer, se movía con la brisa ligera. Se detuvo al percibir una presencia suave. Un pequeño cervatillo emergió entre los helechos, sus ojos grandes reflejaban la pureza del bosque mismo. Lyssandra sonrió, y, con la calma que solo los seres en sintonía con la naturaleza podían poseer, se agachó despacio, extendiendo sus manos vacías en señal de paz. El cervatillo se acercó con cautela primero, luego, confiado, presionó su hocico contra las palmas cálidas de Lyssandra. Ella acarició su cabeza con ternura, sintiendo el pulso vivo de la criatura bajo la yema de sus dedos. —¿Ves? No tienes nada que temer —murmuró en voz baja, como si cantara una canción que el bosque ya conocía. El cervatillo alzó su rostro hacia ella, como si entendiera cada palabra, y una voz leve, más un suspiro que un sonido, cruzó la distancia entre ellos. —El bosque habla de cambios —dijo el cervatillo, sus pensamientos flotando en la mente de Lyssandra como pétalos sobre el agua. Ella asintió, sin apartar la mirada serena del pequeño ser. —Que cambie —susurró—. Estaré aquí para guiarlo, como siempre.
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