Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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Los Campos Elíseos, el Olimpo mismo… eran bellos, sí, perfectos, inmaculados. Pero también vacíos. Asclepius nunca encontró consuelo entre los mármoles fríos, ni entre los cantos eternos que no hablaban de sufrimiento, ni de redención.

Para él, la auténtica divinidad palpitaba en el mundo humano: en el llanto de un recién nacido, en las manos temblorosas de un anciano, en la risa de quien había vencido a la enfermedad solo por un instante más. La humanidad, tan quebradiza y efímera, era más grandiosa que cualquier eternidad estéril.

Así, Asclepius comenzó a descender más y más a la tierra de los mortales. No siempre como un dios glorioso. A veces, para evitar la adoración incómoda o los ruegos desesperados, adoptaba un alter ego: una figura de carne frágil, un viajero de rostro apacible y mirada profunda. Su andar permanecía etéreo, pero sus gestos, humanos.

Como curandero errante, como alquimista misterioso o como simple peregrino, Asclepius recorrió aldeas, ciudades y desiertos, sanando discretamente, aprendiendo en cada paso la inmensidad del dolor y de la esperanza humana. Y cada vez que regresaba a su trono celestial, lo hacía con una nostalgia que ningún otro dios parecía comprender.

"El Olimpo canta en lenguas antiguas.
Pero aquí... aquí abajo, cada susurro humano pesa más que mil himnos."
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