Las luces de la habitación parpadeaban como si el mismísimo edificio dudara de su existencia. El terciopelo de las cortinas parecía más una trampa que un lujo, y el silencio del lugar pesaba como una sentencia.

¿Cómo terminó allí? ¿Quién decidió que una pequeña niña debía formar parte de un juego tan cruel?

La culpa le oprimía el pecho. No había sido ella quien jaló la palanca pero debió haber hecho algo. Debió haber sido más rápida, más fuerte, más valiente. Pero no lo fue.

—Ughhh soy una carga... —murmuró al vacío—. Ni siquiera pude detenerlo...

La imagen de Ralph, con esa mezcla de furia y miedo en el rostro, repitiéndose una y otra vez en su cabeza. Y ella, paralizada. Porque en el fondo, una parte de ella lo entendía. ¿Eso la hacía cómplice?

Se levantó lentamente, caminando hacia el espejo. Pero lo que vio no era su reflejo: era una versión de sí misma distinta menos humana pero más inocente, cubierta de sangre imaginaria. Se llevó una mano al pecho, como si pudiera arrancarse esa culpa clavada bajo la piel.

—¿Qué estás haciendo aquí, Hope? ¿Qué demonios te hizo pensar que por fin eras parte de algo bueno?

La habitación olía a perfume caro y afuera se oían gritos y ella ni siquiera se inmutó.

El juego no había terminado. Y mientras quedara una parte de ella que pudiera sentir, el juego seguía jugándose dentro de su mente.
Las luces de la habitación parpadeaban como si el mismísimo edificio dudara de su existencia. El terciopelo de las cortinas parecía más una trampa que un lujo, y el silencio del lugar pesaba como una sentencia. ¿Cómo terminó allí? ¿Quién decidió que una pequeña niña debía formar parte de un juego tan cruel? La culpa le oprimía el pecho. No había sido ella quien jaló la palanca pero debió haber hecho algo. Debió haber sido más rápida, más fuerte, más valiente. Pero no lo fue. —Ughhh soy una carga... —murmuró al vacío—. Ni siquiera pude detenerlo... La imagen de Ralph, con esa mezcla de furia y miedo en el rostro, repitiéndose una y otra vez en su cabeza. Y ella, paralizada. Porque en el fondo, una parte de ella lo entendía. ¿Eso la hacía cómplice? Se levantó lentamente, caminando hacia el espejo. Pero lo que vio no era su reflejo: era una versión de sí misma distinta menos humana pero más inocente, cubierta de sangre imaginaria. Se llevó una mano al pecho, como si pudiera arrancarse esa culpa clavada bajo la piel. —¿Qué estás haciendo aquí, Hope? ¿Qué demonios te hizo pensar que por fin eras parte de algo bueno? La habitación olía a perfume caro y afuera se oían gritos y ella ni siquiera se inmutó. El juego no había terminado. Y mientras quedara una parte de ella que pudiera sentir, el juego seguía jugándose dentro de su mente.
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