La pastelería está en calma. Afuera, la tarde comienza a volverse dorada, y los rayos del sol se cuelan por los ventanales, acariciando el suelo de madera y las mesas vacías. Sentada junto a una de ellas, cerca de una maceta de lavanda, Elizabeth Ames tiene frente a sí un cuaderno de hojas amarillentas y una taza de té a medio terminar.

Sujeta el lápiz entre los dedos con suavidad, pero no escribe aún. Mira por la ventana, el gesto sereno y melancólico al mismo tiempo. Sus ojos siguen el vuelo perezoso de una hoja que cae en espiral, y su mente empieza a divagar, lejos de la harina, del azúcar, de los hechizos dulces que suele conjurar a diario.

Piensa en sus hermanos, en los años que no pudieron compartir. Piensa en lo que ha tenido que callar, en lo que ha querido decir y nunca se atrevió. Sus labios se curvan apenas en una sonrisa nostálgica mientras escribe una frase en el cuaderno:

"A veces, me pregunto si el azúcar puede endulzar un corazón que lleva demasiado tiempo sabiendo a despedida."

Suspira. Deja el lápiz a un lado y comienza a garabatear un pequeño dibujo: una taza humeante rodeada de estrellas. Tal vez mañana lo convierta en una etiqueta para el nuevo té mágico que está preparando. Pero hoy… hoy prefiere perderse un rato más entre versos y recuerdos.
La pastelería está en calma. Afuera, la tarde comienza a volverse dorada, y los rayos del sol se cuelan por los ventanales, acariciando el suelo de madera y las mesas vacías. Sentada junto a una de ellas, cerca de una maceta de lavanda, Elizabeth Ames tiene frente a sí un cuaderno de hojas amarillentas y una taza de té a medio terminar. Sujeta el lápiz entre los dedos con suavidad, pero no escribe aún. Mira por la ventana, el gesto sereno y melancólico al mismo tiempo. Sus ojos siguen el vuelo perezoso de una hoja que cae en espiral, y su mente empieza a divagar, lejos de la harina, del azúcar, de los hechizos dulces que suele conjurar a diario. Piensa en sus hermanos, en los años que no pudieron compartir. Piensa en lo que ha tenido que callar, en lo que ha querido decir y nunca se atrevió. Sus labios se curvan apenas en una sonrisa nostálgica mientras escribe una frase en el cuaderno: "A veces, me pregunto si el azúcar puede endulzar un corazón que lleva demasiado tiempo sabiendo a despedida." Suspira. Deja el lápiz a un lado y comienza a garabatear un pequeño dibujo: una taza humeante rodeada de estrellas. Tal vez mañana lo convierta en una etiqueta para el nuevo té mágico que está preparando. Pero hoy… hoy prefiere perderse un rato más entre versos y recuerdos.
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