En los vastos corredores del Érebo, donde el tiempo se arrastra como un suspiro eterno, Hipnos, dios del sueño, caminaba con el ceño fruncido y los ojos brillando con una cólera inusual. Su andar sereno había sido roto por el caos en la vigilia de los mortales: noches de insomnio colectivo, mentes al borde de la locura, sueños olvidados como humo al viento. Todo por una sola razón: su hijo Morfeo no había cumplido con su deber.
—¡Morfeo! —la voz de Hipnos retumbó como un trueno suave, no por volumen, sino por autoridad.
El dios de los sueños emergió lentamente de un rincón del reino onírico, su túnica hecha de nubes oscuras arrastrándose tras él, el cabello enredado por haber dormido más de la cuenta.
—Padre... —dijo con una sonrisa ladeada, la misma que usaba para engañar a reyes y poetas en sus ensoñaciones.
—He estado... descansando. Incluso los sueños necesitan dormir, ¿no? —
—¡Descansando! —Hipnos alzó una ceja, y con un gesto simple, detuvo todo el fluir del sueño a través del mundo. Los mortales quedaron atrapados entre el insomnio y la vigilia, entre la razón y la locura.
—¿Sabes lo que ocurre cuando el sueño falta? La mente se deshilacha. El alma se agrieta.—
—No creí que fuera tan grave... —dijo Morfeo, bajando la mirada por primera vez en milenios.
Hipnos extendió la mano, y una cadena de plata líquida surgió de la oscuridad, enroscándose alrededor del brazo de Morfeo. No dolía, pero pesaba como siglos sin dormir.
—Durante tres lunas llenas, quedarás atado a los sueños más profundos de los mortales. No reinarás sobre ellos, sino que vivirás dentro de ellos. Sentirás sus miedos, sus deseos, su dolor. Así aprenderás lo que tu ausencia causa...—
—¡Morfeo! —la voz de Hipnos retumbó como un trueno suave, no por volumen, sino por autoridad.
El dios de los sueños emergió lentamente de un rincón del reino onírico, su túnica hecha de nubes oscuras arrastrándose tras él, el cabello enredado por haber dormido más de la cuenta.
—Padre... —dijo con una sonrisa ladeada, la misma que usaba para engañar a reyes y poetas en sus ensoñaciones.
—He estado... descansando. Incluso los sueños necesitan dormir, ¿no? —
—¡Descansando! —Hipnos alzó una ceja, y con un gesto simple, detuvo todo el fluir del sueño a través del mundo. Los mortales quedaron atrapados entre el insomnio y la vigilia, entre la razón y la locura.
—¿Sabes lo que ocurre cuando el sueño falta? La mente se deshilacha. El alma se agrieta.—
—No creí que fuera tan grave... —dijo Morfeo, bajando la mirada por primera vez en milenios.
Hipnos extendió la mano, y una cadena de plata líquida surgió de la oscuridad, enroscándose alrededor del brazo de Morfeo. No dolía, pero pesaba como siglos sin dormir.
—Durante tres lunas llenas, quedarás atado a los sueños más profundos de los mortales. No reinarás sobre ellos, sino que vivirás dentro de ellos. Sentirás sus miedos, sus deseos, su dolor. Así aprenderás lo que tu ausencia causa...—
En los vastos corredores del Érebo, donde el tiempo se arrastra como un suspiro eterno, Hipnos, dios del sueño, caminaba con el ceño fruncido y los ojos brillando con una cólera inusual. Su andar sereno había sido roto por el caos en la vigilia de los mortales: noches de insomnio colectivo, mentes al borde de la locura, sueños olvidados como humo al viento. Todo por una sola razón: su hijo Morfeo no había cumplido con su deber.
—¡Morfeo! —la voz de Hipnos retumbó como un trueno suave, no por volumen, sino por autoridad.
El dios de los sueños emergió lentamente de un rincón del reino onírico, su túnica hecha de nubes oscuras arrastrándose tras él, el cabello enredado por haber dormido más de la cuenta.
—Padre... —dijo con una sonrisa ladeada, la misma que usaba para engañar a reyes y poetas en sus ensoñaciones.
—He estado... descansando. Incluso los sueños necesitan dormir, ¿no? —
—¡Descansando! —Hipnos alzó una ceja, y con un gesto simple, detuvo todo el fluir del sueño a través del mundo. Los mortales quedaron atrapados entre el insomnio y la vigilia, entre la razón y la locura.
—¿Sabes lo que ocurre cuando el sueño falta? La mente se deshilacha. El alma se agrieta.—
—No creí que fuera tan grave... —dijo Morfeo, bajando la mirada por primera vez en milenios.
Hipnos extendió la mano, y una cadena de plata líquida surgió de la oscuridad, enroscándose alrededor del brazo de Morfeo. No dolía, pero pesaba como siglos sin dormir.
—Durante tres lunas llenas, quedarás atado a los sueños más profundos de los mortales. No reinarás sobre ellos, sino que vivirás dentro de ellos. Sentirás sus miedos, sus deseos, su dolor. Así aprenderás lo que tu ausencia causa...—

